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Perdónanos como también nosotros hemos perdonado | Día 7

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Toda la fe cristiana está construida sobre la base del perdón; el perdón de Dios Padre hacia una humanidad rebelde. Si removemos el perdón de nuestra fe, no queda absolutamente nada. Todas las promesas de Dios, desde la vida eterna hasta las promesas de gozo, paz, propósito, etc., dependen o están relacionadas con el perdón otorgado por Cristo en la cruz. Sin embargo, la acción de perdonar no ha sido una prioridad en la mente de los seres humanos en ninguna de las épocas, incluidos aquellos de nosotros que ya hemos conocido a Cristo personalmente.

Hay muchos malentendidos en torno a este tema. Por un lado, muchos no tienen claro qué es el perdón; otros no saben cómo perdonar; y una gran parte no ve con claridad las enormes consecuencias que caen sobre nosotros cuando nos negamos a perdonar. Por esta razón, nos gustaría comenzar definiendo qué es el perdón.

Perdonar es pasar por alto una ofensa sin imponer una penalidad. En Cristo, Dios ilustró esto de la siguiente manera: 

«…Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co. 5:19). 

Dios pasó por alto nuestras transgresiones, pero Él invistió al Hijo con Su ira, y debido a que Cristo llevó el peso de nuestro pecado, estamos libres de castigo. Ya que, perdonar es liberar a otro del juicio o liberarlo de una deuda. Asimismo, perdonar es renunciar a un derecho o renunciar a la venganza. Perdonar es dejar ir el amargo recuerdo que produjo la experiencia. Perdonar es cargar con las consecuencias del pecado de otro como lo hizo Cristo en la cruz.

La palabra usada en el Padre Nuestro al pedir perdón es el término griego ofeilema, traducido al español como deuda porque significa ‘faltar a una deuda que se ha contraído’ o ‘no hacer el pago legal por una deuda previamente contraída’. Esta sola palabra nos permite ver que somos deudores y la verdad es que siempre lo seremos porque nunca habrá un momento de nuestra existencia en el que no seamos deudores de nuestro Dios.

Es importante que entendamos que cuando hablamos del perdón con relación a Dios, por un lado hay un sentido eterno de ese perdón que tiene que ver con el hecho de que nuestros pecados fueron perdonados en la cruz de manera tal que ya no tendremos que enfrentar la condenación eterna. Ese perdón nos fue otorgado de una vez y para siempre y por tanto ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Rom. 8:1). Pero, por otro lado, nuestros pecados tienen una connotación o sentido temporal de tal manera que, cuando pecamos hoy, Dios entiende que hay algo que debemos hacer para mantener la calidad de nuestra vida espiritual ante Él y es pedir perdón. Por eso, Cristo enseñó a Sus discípulos a decir: «perdónanos nuestras deudas» (Mt. 6:12a).

La dificultad que experimentamos para entender esta petición está íntimamente relacionada con una simple palabra que aparece en el texto y que creemos que es la palabra clave para entender lo que Cristo está tratando de enseñar. Nos referimos a la palabra «como». El perdón que le pedimos a Dios está supeditado a un perdón que se supone que ya hemos otorgado a cualquiera que nos haya ofendido o herido.

Entonces, si no hemos perdonado, Dios tampoco nos perdonará a nosotros, porque la condición que Cristo establece para nuestro perdón aún no se ha cumplido. En otras palabras, el perdón temporal del que estamos hablando (no el perdón de la condenación eterna) depende de que primero perdonemos a aquellos que han pecado contra nosotros.

Cuando nos negamos a perdonar, nos estamos considerando dignos del perdón de Dios, pero no consideramos al otro digno de nuestro perdón. Asimismo, estamos considerando que la ofensa que el otro comete contra nosotros es mayor que la ofensa que nosotros cometemos contra Dios. En otras palabras, nos consideramos más dignos de honra que Dios.

Cuando Cristo dijo: «perdónanos nuestras deudas», nos estaba enseñando cómo orar cuando pecamos. Y cuando añadió, «como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores», nos estaba enseñando sobre el carácter misericordioso de Dios que lo lleva a perdonarnos. Porque es precisamente la ausencia de misericordia en nosotros y nuestro carácter justiciero lo que nos lleva a no perdonar a los demás y nos impide ver que nuestra falta de perdón tiene consecuencias monumentales. Por tanto, con el Padre Nuestro, Cristo nos estaba enseñando que Dios espera que actuemos con los demás como Él actuó con nosotros. 

La realidad es que el propósito eterno de Dios es hacernos como Él es y Él no va a desistir de Su propósito hasta que lo haya cumplido. Seamos, pues, buenos discípulos y sigamos los pasos del Maestro, perdonando a los demás como Él nos ha perdonado a nosotros.