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La voluntad del Padre cumplida: ¡Entrega sacrificial del Cordero de Dios por nuestros pecados!

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En aquel momento Jesús dijo a la muchedumbre: «¿Como contra un ladrón han salido con espadas y palos para asegurarse que me arrestaban? Cada día me sentaba en el templo para enseñar, y no me prendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas». Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron (Mateo 26:55-56).

En ocasiones atravesamos por épocas de nuestra vida donde sabemos con toda seguridad que el resultado final no será el que quisiéramos. Quizás el diagnóstico de una  enfermedad  terminal, que abriría un camino delante de nosotras, o de un ser muy amado, por el cual tendríamos que andar afligidas,  y por el que experimentaríamos situaciones desagradables, dolorosas y nunca jamás pensadas; dolores físicos y/o emocionales que sufriremos.  No sabemos exactamente qué, ni cómo será, pero nuestro corazón late de prisa, solo de pensar en eso. 

Como hijas de Dios sabemos que este tiempo redundará en grandes y profundas bendiciones que marcarán huellas indelebles en nuestro carácter, y éstas a su vez producirán frutos para la Gloria de Dios.

Recordemos que Jesús, por un tiempo, renunció a toda Su gloria para poder llevar a cabo lo que sólo Dios mismo podía hacer: restablecer la relación con el hombre que se había perdido en el huerto del Edén a raíz de la caída de Adán y Eva, la cual dejó a toda la humanidad marcada por el pecado e imposibilitada de poder relacionarse con Su creador, y de esta manera cumplir con la Voluntad del Padre: Ser la propiciación por nuestros pecados (1Juan 2:2). 

“Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2: 5-8).

Los capítulos 26 y 27 del evangelio de Mateo recogen las últimas horas de la vida de nuestro Señor.  En todo el relato quedan reflejadas la Soberanía y la Providencia de Dios en medio de SU perversa creación. Hombres que están llevando a cabo acciones secretas, injustas y crueles traiciones gestadas en la oscuridad, lograrían el objetivo que Dios planeó desde antes de la fundación del mundo y que está expresado en Las Escrituras; ¡todo lo profetizado estaba a punto de ver su cumplimiento!

Jesús deja saber a sus cercanos amigos, los discípulos, que Su tiempo había llegado. “Cuando Jesús terminó todas estas palabras, dijo a Sus discípulos: «Ustedes saben que dentro de dos días se celebra la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado» (Mateo 26:1- 2).

Y en caso de que no lo hubieran entendido, lo declara de nuevo en el versículo 18 del mismo capítulo 26: “Y Él respondió: «Vayan a la ciudad, a cierto hombre, y díganle: “El Maestro dice: ‘Mi tiempo está cerca; quiero celebrar la Pascua en tu casa con Mis discípulos’”».

Jesús establece que todo lo que sucedería en las horas subsiguientes era para que se cumplieran Las Escrituras (Mateo 26:2). 

También les  asegura que todos estos eventos terribles, con todas sus circunstancias, estaban totalmente bajo el control de Dios, pues fueron planeados desde antes de la fundación del mundo, revelados en el Antiguo Testamento, y que estaban a punto de  ocurrir, para dar cumplimiento a las profecías.

Muchas de nosotras hemos conocido este tiempo en la vida de Jesús, como “la pasión de Cristo.”  Pasión, es una palabra que proviene del latín passio, derivado a su vez de pati, que significa ‘sufrir’, ‘padecer’, ‘tolerar’. Por ello, las últimas horas de agonía de Jesús de Nazaret se conocen con el nombre de “la pasión de Cristo”. Tiempo de profunda aflicción, no comparable a ningún otro en la vida de Jesús; tiempo marcado desde la eternidad pasada y que llevaría al cumplimiento perfecto de la obra para la cual É había sido enviado.

En estas pocas horas registradas en estos capítulos, Jesús fue traicionado y entregado con un beso, por un puñado de monedas, negociadas por uno de sus cercanos, que había caminado con ÉL todo el tiempo de su Ministerio (Mateo 26:14-16; Lucas 22: 47-48)

Fue abandonado por sus amigos, los discípulos, añadiendo así, más aflicción a su arresto, al verse solo (Mt. 26:31,56).  Acusado por falsos testigos, calumniado (Mateo 26:59-61).  Escupido (Mateo 26:67). Recibió puñetazos y bofetadas y fue considerado como el más vil pecador (Mateo 26: 67; 27:38). Insultado y despreciado (Mateo 27:39-43). Arrestado y puesto en prisión de inmediato, sin ningún tiempo de reposo hasta el fin de Su pasión. Procesado ilegalmente en dos juicios  principales; uno religioso, ante los gobernantes judíos y un juicio civil, ante las autoridades romanas,  hasta lograr el veredicto que le llevaría a la Cruz. 

No encontramos ninguna expresión de compasión para Jesús ante tan cruel sufrimiento físico y emocional, por el contrario, se deleitaban en ello. ¡Todo esto para darnos la libertad!.  

  • Él pudo abrir sus labios para responder las acusaciones, pero decide callar para que Las Escrituras se cumplieran. “Fue oprimido y afligido, Pero no abrió su boca. Como cordero que es llevado al matadero, Y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda Él no abrió Su boca” (Isaías 53: 7).
  • Él pudo haber roto las cuerdas que ataban sus manos y pies, pero decidió que las cuerdas de amor y obediencia le ataran al altar.
  • Él pudo defenderse, pero era el tiempo de ofrecerse, y decide ser tratado como malhechor y castigado por nuestros crímenes, para ponernos en libertad.

                              ¡Él fue acusado para que nosotras no fuéramos condenadas!

¿Y Cómo debemos responder ante este derramamiento de extraordinario amor por nosotras? 

  • Conociéndolo más cada día.  Conociendo sus atributos, su persona y su voluntad al leer y meditar su Palabra y honrándolo en adoración y oración.  
  •  Amándolo.  No con nuestro amor mundanal e imperfecto, sino con ese mismo amor que Él ha derramado en nuestros corazones.  De la única manera que Él ha hecho posible para poder ofrecer el sacrificio que a Él le agrada.  Si no lo amamos, no podemos ofrecer tal sacrificio, de labios que honren Su Bendito Nombre; con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente. (1 Juan 14;15).
  • Obedeciéndolo.  Para Jesús, la obediencia a Su Padre fue más importante que su propia vida. (Salmos 40:8: Hebreos 10:5-7).

Estas últimas horas de la vida de Jesús nos dejan en claro, que no hay sufrimiento que pueda llegar a nuestras vidas que nuestro Amado Salvador no haya experimentado, que en ningún sufrimiento hubo despropósito, y que es un privilegio poder experimentar cualquier época de aflicción, porque ayudará a cumplir el propósito que ya nuestro Soberano Dios ha dispuesto para cada una de nosotras. Solas no podemos, pero con el auxilio del Espíritu Santo que habita en nosotras, ¡SÍ podemos!

¿Estás amando a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente?

Oremos: así:
“Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, Y guíame en el camino eterno”. (Salmos 139:23-24).