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Gracias Dios por la Familia

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Llama mi atención con agrado el hecho de que una vez Dios creó al hombre determinó que no era bueno que este estuviera solo y paso siguiente le proveyó una esposa, y más adelante hijos, junto a los cuales iniciaron la primera familia. (Génesis 2:18; 4:-2)

Pero si hay algo que realmente me maravilla es ver como la familia pasó a ser una pieza clave dentro del plan de Redención de Dios, pues esta sería el núcleo más íntimo que recibiría a nuestro Salvador, lo cuidaría y formaría durante los años de su desarrollo hasta que llegara el momento de completar su misión en la tierra (Mateo 1:18-25).

Otro escenario que nos permite ver el valor de la familia es como desde el Antiguo Testamento se hacía gran hincapié en el hecho de pertenecer a uno u otro linaje o tribu, como algo que daba mayor significado a la vida de cada individuo. Esta perspectiva del rol de la familia me ayuda a pensar en lo valiosa que esta es para Dios. Él ha dispuesto que a través de su propia familia cada persona creada pueda vincularse y construir relaciones cercanas y sólidas con aquellos que caminarán a su lado a lo largo de la vida, convirtiéndose tanto en un soporte como en una fuente de provisión constante donde no solo se saciarán sus necesidades materiales sino también las emocionales y espirituales.  

Mientras meditaba sobre el tema familia encontré esta definición: 
Grupo de personas formado por una pareja (normalmente unida por lazos legales o religiosos), que convive y tiene un proyecto de vida en común, y sus hijos, cuando los tienen.

Conjunto de ascendientes, descendientes y demás personas relacionadas entre sí por parentesco de sangre o legal.

De esto quiero destacar que la familia, parte de la unión entre un hombre y una mujer, quienes sin importar el hecho de que tengan hijos o no, ya se consideran ser familia. También resulta relevante que no solo la consanguineidad nos hace familia, lo cual permite destacar el valor de la adopción.

La familia representa ese espacio en el cual aprendemos a sentir, a conducirnos de un modo u otro, asumimos valores y creencias. A su vez es a través de esta que aprendemos a conocer e interactuar con el mundo que nos rodea.

Cada familia es única, y encierra en sí misma sus propias peculiaridades, por lo que compararlas entre sin no sería sabio. Lo que sí podemos y debemos hacer es cultivar un corazón agradecido por la propia, independientemente de sus virtudes y defectos. Pues cómo cristianos tenemos la seguridad de que Dios lo controla todo (Salmo 139:16; Salmo 103:19), y el hecho de que llegaras a este mundo a través de la familia que te tocó o haberte criado en una familia adoptiva es parte de su plan, por lo cual encierra propósitos y con ellos también bendición. 

Si eres de las personas que alguna vez cuestionó su valía por el tipo de familia en la que nació, por la forma como llegó a esta o el trato que recibió, hoy te animo a abrazar la verdad de que Dios te pensó, y creó con amor, y no existen casualidades en el cómo, cuando, donde y a través de quienes. 

Estamos conscientes de que de este lado de la gloria las imperfecciones propias del pecado abundan y esto hace que no exista sobre la tierra ninguna familia perfecta, por lo que es muy probable que algunas de las que lean este artículo puedan estar luchando con insatisfacciones en lo concerniente a su familia de origen o a la de elección. Tal vez su realidad diaria esté impregnada de dinámicas familiares distorsionadas, ha tendido que lidiar con el abandono de su padre o le tocó un padrastro abusivo, otras podrían estar viviendo con anhelos no cumplidos al no poder tener hijos o por haberlo perdido. Puede que alguna creciera con muchas carencias debido a que su familia fue muy numerosa, mientras otras han crecido sintiéndose solas porque le tocó ser hija única. Las realidades e insatisfacciones pueden ser infinitas, pero si somos intencionales en ejercitar la gratitud, Dios nos ayudará, pues el llamado es a estar agradecido en todo y no necesariamente por todo: “Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús.” (1 Tes. 5:18). Tener esta disposición no necesariamente cambiará el panorama, pero si cambiará el corazón.

En fin, al finalizar el deseo es animar a cada una de ustedes que de acuerdo con su realidad personal escojan agradecer a Dios por:

  • Su familia de origen. (Padres, hermanos, tíos, abuelos, primos, etc.)
  • Su familia de elección. (Esposo, hijos, suegros, cuñados, etc.)
  • Sus padres que les permitieron nacer en “sus corazones” a través de la adopción, y el resto de la familia que las acogió y amó sin prejuicios.
  • Su familia de la fe, que han sido un medio para afirmar su sentido de pertenecía, al llamarte hermana, pastorearte como un padre o mentorearte como una madre.

Si así lo sientes puedes aprovechar este mensaje como una motivación para acercarte a esos parientes que han sido parte de tu vida y agradecerles con palabras o algún detalle su amor, presencia, compañía, consejo y desvelo. A veces damos por sentado que los demás saben lo que sentimos por ellos y no imaginamos el valor y el efecto de la gratitud en ellos. 

Puedes aprovechar para decirles como el Apóstol Pablo: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de ustedes. Pido siempre con gozo en cada una de mis oraciones por todos ustedes…” (Fil. 1:3)