“Bienaventurados los que procuran la paz,
pues ellos serán llamados hijos de Dios”
(Mateo 5:9)
Si observas a tu alrededor, podrás darte cuenta de que estamos viviendo en un mundo muy competitivo, en el cual prevalece el yo y el lucir bien a toda costa, trayendo como consecuencia una serie de desacuerdos entre aquellos que difieren en sus preferencias, gustos o maneras de ver la realidad de la vida. Esta situación se ve cada día más marcada, y las maneras de hacer prevalecer los ideales de las personas, lo que genera es que cada vez sobreabunden las familias, naciones, amistades, iglesias etc. que han sido divididas, como consecuencia de estas contiendas.
Pero como sabemos que “no hay nada nuevo debajo del sol” (Ecclesiastes 1:9), esta realidad no es característica solo de esta era. En el libro de Hechos encontramos una contienda que tuvo lugar entre el apóstol Pablo y Bernabé. Ellos habían pasado un tiempo en Antioquía confortando a los hermanos y enseñando a las multitudes (Hechos 11:25-26a). Allí fueron apartados por el Espíritu Santo para la obra a la que los había llamado (Hechos 13:2). Iniciaron su primer viaje misionero y tenían de ayudante a Juan (v.5), quien luego separó de ellos en Panfilia, regresando a Jerusalén (v.13). Pablo y Bernabé gozaban de gran armonía; ante el problema de los judaizantes que exigían a los gentiles ser circuncidados para ser salvos, juntos fueron a Jerusalén para tratar el caso. Una vez resuelto el problema de manera exitosa para los gentiles, fueron despedidos en paz (Hechos 15). Al cabo de unos días, Pablo se acercó a Bernabé para expresarle que debían volver a las iglesias en las que habían estado anteriormente. Bernabé aceptó lleno de ánimo y gracia, pero propuso llevar a Juan Marcos con ellos. Y aquí nos encontramos con el detonante de esta gran contienda. Pablo se negó rotundamente debido a que éste en una anterior oportunidad los había abandonado. El disgusto trajo grandes consecuencias consigo; podemos leer en Hechos 15:39-40, “Se produjo un desacuerdo tan grande que se separaron el uno del otro, y Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre. Mas Pablo escogió a Silas y partió, siendo encomendado por los hermanos a la gracia del Señor.”
Y de esta misma manera, en situaciones de nuestra vida, nosotras mismas podemos enfrentarnos a desacuerdos con aquellos que nos rodean, ya sean estos o no cristianos. Por lo cual es muy importante que aprendamos a enfrentarlos. Como vemos en este caso, Pablo y Bernabé estaban en el curso de su vida normal y cumpliendo con el trabajo que el Señor les había enviado a realizar. Y así, tú y yo también podemos estar en nuestras labores, con los mejores deseos de obedecer al Señor; de hecho, hasta podemos haber elevado una oración al Señor antes de empezar nuestras actividades, pidiéndole que nos ayude a ser entes de paz. Pero como dice la Palabra en 1 Pedro 5:8, “el diablo, anda al acecho buscando a quien devorar”. Es por esta razón que debemos estar muy alertas, dado que somos pecadoras y no estamos exentas de airarnos, y reaccionar de maneras no agradables a Dios, ante las situaciones que son contrarias a lo que esperamos.
En cada desacuerdo siempre habrá diferentes puntos de vista tratando de ser defendidos, cada parte tendrá puntos en los que está en lo cierto y en los que no, ya que todo depende de las preferencias individuales. Ya sea que nuestro desacuerdo sea con un cristiano o no, nosotras debemos primero recurrir a evaluar nuestras propias motivaciones. Evalúa con un corazón sincero lo que te mueve a reaccionar como lo estás haciendo. Y si encuentras que has actuado por orgullo, egoísmo o vanagloria, pídele perdón al Señor, cede en los puntos en que debas ceder y sométete a la voluntad de Dios, siguiendo la paz con todos (Romanos 12:18).
Evalúa tus reacciones; muchas veces esto va a requerir que tomes un tiempo antes de responder un correo electrónico, dar una respuesta o realizar una llamada. Toma tiempo para calmar tus emociones (Santiago 1:20; Proverbios 15:1).). Recuerda que podemos evitarnos muchas situaciones angustiantes con un minuto que retrasemos una respuesta airada. Si el conflicto es con un no creyente necesitas ejercer aún más el dominio propio para testificarles tu fe, extendiéndoles la misma gracia y misericordia que has recibido.
Una consideración muy importante que no podemos olvidar es que debemos ser humildes (Jeremía 17:9, Filipenses 2:3-4), ya que es posible que nosotras seamos quienes estemos equivocadas. Nuestras motivaciones pueden ser erróneas y nuestro orgullo puede estar haciéndonos ver una perspectiva incorrecta de la situación.
De igual manera debemos ser honestas. Dada la facilidad que como mujeres tenemos de manipular las situaciones, debemos pedir al Señor el discernimiento para reconocer cuando estamos cayendo en este pecado. Y finalmente debemos mantenernos apegadas a la verdad. Ser objetivas al juzgar la situación recordando que aún tenemos áreas entenebrecidas en nuestras vidas. Debemos ponernos en el lugar del otro, reconociendo que desde su perspectiva también el entiende que tiene la razón.
Y, para terminar, pero no menos importante, busquemos la unidad. En la historia de Pablo y Bernabé se sabe que no hay evidencia de que hayan trabajado juntos de nuevo, pero si le menciona en varias de sus cartas, lo que nos indica que sanaron sus diferencias. En cuanto a Juan Marcos, sabemos por la Palabra que más tarde se unió al apóstol Pablo, pues aparece enviando saludos en la carta de éste a los colosenses y en la de Filemón (Colosenses 4:10; Filipenses 24). Vemos también en la carta a Timoteo, que Pablo le dice, “Toma a Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Timoteo 4:11).
Así tenía que ser, para que estuviese en consonancia con su misión de establecer en Cristo Jesús, la Paz entre los judíos y gentiles, ministerio que le fue delegado por Dios (Efesios 2:13-16). Y además de esto, su llamado y exhortación a procurar la paz es repetitivo en sus cartas como distintivo del creyente que busca la unidad: “Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3).
“Mujer, ¿cómo enfrentas la contienda?”, ¿Estás siendo una pacificadora en el ardor de las contiendas? ¿Está tu ejemplo atrayendo a otros a Cristo? Recuerda que el que procura la paz, es bienaventurado, llamado hijo de Dios (Mateo 5:9).
“Buscad la paz con todos y la santidad,
sin la cual nadie verá al Señor”
(Hechos 12:14)