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Obediencia de corazón, no por conveniencia

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Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo,
el cual Dios ha dado a los que le obedecen.”
(Hechos 5:32)

La obediencia a Dios es, entre muchos, el deber supremo que tenemos para con Él como sus hijos, porque Él es el Hacedor y todos dependemos de Su bondad. En esto de obedecer no estamos solos, el SEÑOR nos dio el Espíritu Santo para ayudarnos a obedecer y ser testigos de Él.

Cada creyente recibe el Espíritu Santo tan pronto es salvado, cuando recibe de corazón al SEÑOR JESÚS como el SALVADOR Y SEÑOR de su vida.  El Espíritu Santo establece Su morada en cada persona que confía en Jesucristo; la palabra nos dice que:

“¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:19-20)

El creyente da evidencia, de que el Espíritu mora en su vida, por los frutos que Él produce (Gálatas 5:22-23).  Por los frutos testificamos de Cristo y le obedecemos, porque nos ha redimido por Su sangre de nuestra vana manera de vivir, del pecado y la maldad y nos sujetamos a Su ley (Salmo 119).

La obediencia del creyente sale del corazón, no por lo que le conviene como lo hizo Saúl,

“«El Señor te envió en una misión, y te dijo: “¿Ve, y destruye por completo a los pecadores, los amalecitas, y lucha contra ellos hasta que sean exterminados?” ¿Por qué, pues, no obedeciste la voz del SEÑOR… e hiciste lo malo ante los ojos del Señor?».  Entonces Saúl dijo a Samuel: «Yo obedecí la voz del Señor, y fui en la misión a la cual el Señor me envió, y he traído a Agag, rey de Amalec, y he destruido por completo a los amalecitas. Pero el pueblo tomó del botín ovejas y bueyes, lo mejor de las cosas dedicadas al anatema, para ofrecer sacrificio al Señor tu Dios en Gilgal» (1 Samuel 15:18-21)

Pero Samuel le respondió a Saúl, que más que holocaustos y sacrificios al Señor le agrada más que escuchen Su voz y le obedezcan; la desobediencia es un pecado grave ante los ojos de nuestro Dios. (1 Samuel 15:22-23).

Cuando Moisés fue enviado en misión a Egipto para liberar a Israel, el Faraón, después de la séptima plaga, daba la impresión de que estaba arrepentido e iba dejar ir al pueblo de Israel, pero no fue así, desobedeció a pesar de hacer promesa.  El Señor volvió a enviarle advertencia a Faraón sobre la plaga número ocho, la plaga de langostas; una vez que Moisés salió de la presencia del faraón, sus funcionarios se le acercaron y le suplicaron: «¿Hasta cuándo este hombre nos será causa de ruina? Deje ir a los hombres para que sirvan al Señor su Dios. ¿No se da cuenta de que Egipto está destruido?». Entonces hicieron volver a Moisés y Aarón ante Faraón, y él les dijo: «Vayan, sirvan al Señor su Dios. ¿Quiénes son los que han de ir?»” (Éxodo 10:7-8).

Cuando Moisés respondió que irían todos, y que ni una pezuña dejarían en Egipto, Faraón dijo que sólo irían los hombres y los echó de su presencia.  Esta era una obediencia a medias, conforme a su “conveniencia”; su corazón seguía endurecido buscando siempre sacar ventaja de las bendiciones.  

Una verdadera creyente obedece por amor al SEÑOR, no por las bendiciones momentáneas. Debemos tener mucho cuidado de no usar “medias tintas”, un poco de Dios y un poco del mundo.  Muchas veces el mundo te ofrece cosas que aparentemente son buenas y serían de beneficio material, físico o emocional, etc. Pero si para obtener esa “bendición” tienes que tomar atajos y decir mentiras, no estás obedeciendo a Dios, estás pecando, y entristeciendo al Espíritu Santo que mora en ti. A veces nos acontece, que en medio de una situación muy difícil se puede presentar una “buena oportunidad”, ¡una puerta se abre! ¡Cuidado!, es menester orar para que el Espíritu Santo nos ayude a discernir los pros y los contras que podrían conllevar atravesar esa puerta con la aparente solución; seamos prudentes, nuestros pies pueden quedar presos; Proverbios 4:26, dice “Examina la senda de tus pies y todos tus caminos sean rectos”.  Si aun después de orar, no nos sentimos seguras, es menester buscar consejo de hermanas de testimonio, de fe, lo cual resulta beneficioso.

En cuanto a Faraón, sabemos que las langostas, como densos enjambres, invadieron toda la tierra de Egipto desde un extremo a otro; de nuevo el Faraón mandó a llamar a Moisés; con signos de arrepentimiento le pidió que rogara al Señor para que se fueran las langostas, pero nuevamente el Señor endureció su corazón para no dejar ir al pueblo.  Luego el Señor envió tinieblas, una densa oscuridad cubrió a Egipto, y por tres días las personas no se vieron las caras, tampoco se podían mover; sin embargo, no faltó luz en donde vivían los israelitas- Dios confirma a Su pueblo; da testimonio a faraón, y a los israelitas de Su poder (Éxodo 10:22-23).  “Entonces llamó Faraón a Moisés y le dijo: «Vayan, sirvan al Señor. Solo que sus ovejas y sus vacas queden aquí. Aun sus pequeños pueden ir con ustedes».” (Éxodo 10:24).

De nuevo, obediencia conforme a su conveniencia.  Sabemos que esta fue la antepenúltima plaga; con la plaga final, “muerte de los primeros hijos varones de Egipto”, el faraón los deja ir y Dios le dice a Moisés que diga a los israelitas que pidan joyas y cosas de valor a los egipcios para que lo despojen de lo que le quedaba, y así fue (Éxodo 11:2).  Dios mostró su poder en Faraón y dio testimonio a Su pueblo.

La obediencia a Dios debe hacerse de corazón, en todas las cosas y en todo lugar, sin importar las circunstancias. Dios bendice la obediencia (Romanos 2:6-8), pero si perseverando en obediencia no recibimos bendición, igualmente demos gloria a Él porque es digno.

¡Dios les bendiga!