Inicio Artículos Muriendo por Cristo

Muriendo por Cristo

1384
0

“Pero todo lo que para mi era ganancia,
lo he estimado como pérdida por amor de Cristo”
(Filipenses 3:7 NBLA)

¿Alguna vez se te ha pedido que renuncies a algo o te has visto en la necesidad de renunciar a algún sueño, algún anhelo, alguna posición o a algún pecado por amor a alguien?

No conozco tú respuesta, pero Cristo nos ha pedido que renunciemos a todo aquello que en nuestros corazones tenga un peso mayor que amarle a Él. 

Si alguien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre,
a
su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas,
y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo”.
(Lucas 14:26 NBLA)

En este texto lo que Jesús nos quiere dejar dicho es que todo aquello que estorbe tu santidad, que te aparte los ojos de Él, que debilite tu Fe, debe ser removido de tu vida.

Pablo, en su carta a los filipenses, dice que, por amor a Cristo, todo cuanto tenía como ganancia lo consideraba como pérdida: su linaje, el ser hebreo de hebreos, en cuanto a la ley fariseo y considerarse hallado irreprensible ante la ley, todo esto ya lo consideraba como basura con el fin de ganar a Cristo.

Pensemos en un momento, en cuáles áreas de nuestras vidas podemos sentirnos cómodas y orgullosas de tener o de pertenecer a algo que humanamente puede darnos un estatus, o un valor dentro de una comunidad en específico, o dentro de la sociedad misma. 

¿Estamos dispuestas nosotras, como Pablo, a renunciar a esos beneficios con tal de glorificar el nombre de Dios en nuestras vidas?

¿Qué tanto somos dominadas por un deseo de reconocimiento o por un sueño no alcanzado?

¿Se ha revelado Cristo en tu vida de tal manera, que estas dispuesta a entregar todo aquello que pueda estorbar tu santidad y tu relación con Jesús?    ¿O puedes simplemente renunciar a tú comodidad, con tal de que tu vida en Cristo sea encontrada, y vayas muriendo por El?

Amar a Cristo es amar las cosas de Cristo, es despreciar todo aquello que no es Cristo, es ver como pérdida todo lo que el mundo puede llamar ganancia. 

Muchas veces no nos damos cuenta de cuán alto está nuestro ego, nuestro yo, nuestro egocentrismo, y nos escudamos tras muchas cosas “buenas”, sin darnos cuenta de que realmente no estamos haciendo morir la carne, sino que estamos tras una apariencia de piedad falsa, y terminamos alimentando la carne en vez de mortificarla y hacerla morir. 

“Y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley,
sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de
Dios sobre la base de la fe”
(Filipenses 3:9 NBLA)

Tenemos que agarrarnos de la justicia de Cristo, caminar en sus mandamientos, y conocerle en su resurrección, pero también conocerle en sus padecimientos, para que podamos experimentar la grandeza de su Salvación en nuestras vidas. Glorificarle, renunciando a nosotras mismas y queriendo alcanzar la perfección, corriendo la carrera cristiana sin atajos, sin trampas, con los ojos puestos siempre en Él. Olvidando el pasado y los deleites de la carne.  Fijando nuestra vista en esta gran recompensa y en ese gran llamado que Cristo Jesús nos ha hecho. 

“Porque muchos andan como les he dicho muchas veces,
y ahora se lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo,
cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza,
los cuales piensan solo en las cosas terrenales”
(Filipenses 3:18-19 NBLA)

Que ni tus deseos, ni tus apetitos carnales ocupen en tu corazón el lugar del Dios Santo.   Si verdaderamente has gustado del Señor, buscarás las cosas de arriba.  Procura con diligencia que el dios de este mundo no controle tus pensamientos, sino que con ansias anheles al Salvador.

Muchas quedan atrapadas en sus sueños y su corazón queda completamente atado a ellos, y sienten que su identidad es la realización de tales anhelos, sin saber que solamente la plenitud en el Espíritu Santo de Dios puede otorgar gozo y satisfacción verdadera.

De manera particular, a través de mi caminar con el señor, me he encontrado persiguiendo sueños, Y por su gracia he podido entender, que esos anhelos no realizados, ni me definen ni me otorgan lo que realmente necesita mi alma, que es beber cada día del agua de vida eterna, para así poder cumplir con mi llamado en esta tierra de servirle y honrarle en todo lo que haga.

Es necesario morir para vivir, es necesario mortificar la carne, entregarnos por completo, sin medidas, a aquel que sin medidas se dio por nosotras. ¿Por qué agarrarnos a lo pasajero, cuando nos espera lo eterno, lo incorruptible, lo que es realmente valioso y verdadero?

Renunciemos de una vez por todas a todo aquello que va en contra de lo puro, apartemos nuestra mirada de lo inmundo, santifiquemos todo nuestro ser y renovemos nuestra mente, para poder agradar aquel que nos ha llamado a vivir vidas santas.

Ya no anhelemos nuestros sueños, persigamos los sueños de Dios, la vida de Dios y su llamado; queramos el reino de Dios en nuestras vidas, así nos cueste morir cada día, así sangre nuestro corazón. ¡Todo vale la pena por amor a Cristo Jesús, Señor nuestro!