«Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén» (Romanos 11:36).
La frase Soli Deo Gloria es la última de las ya conocidas «cinco solas» de la Reforma:
- Sola Scriptura (solo la Escritura).
- Sola fide (solo por fe).
- Sola gratia (solo por gracia).
- Solus Christus (solo en Cristo).
- Soli Deo gloria (solo a Dios la gloria).
Si analizamos detenidamente la expresión «solo a Dios la gloria», veremos que encierra las cuatro «solas» anteriores. Así lo expresa Michael Horton:
«Predicar las Escrituras es predicar a Cristo; predicar a Cristo es predicar la cruz; predicar la cruz es predicar la gracia; predicar la gracia es predicar la justificación [por fe solamente] y predicar la justificación es atribuir toda la salvación a la gloria de Dios y responder a esas buenas nuevas en obediencia agradecida a través de nuestra vocación en el mundo»1.
Note cómo Horton concluye diciendo que entender esto que acabamos de citar, debe llevarnos a dos reacciones: «atribuir toda la salvación a la gloria de Dios» y «responder […] en obediencia agradecida a través de nuestra vocación en el mundo». Esto último involucra a aquellos creyentes que no son pastores, pero que tienen una vocación en el mundo; una profesión secular. Esa vocación debe ejercerse para la gloria de Dios solamente.
La segunda connotación de la frase «solo a Dios la gloria» tiene que ver con el hecho de que fuimos creados solo para la gloria de Dios. Los creyentes y los no creyentes y el resto del universo fueron creados con la intención expresa de glorificar a nuestro Dios. El texto de Isaías 43:7 afirma este principio: «a todo el que es llamado por Mi nombre y a quien he creado para Mi gloria, a quien he formado y a quien he hecho». Dicho de otra manera, la razón de tu existencia, la razón de tu trabajo, la razón de tu matrimonio, la razón de tu diversión debe ser primeramente la gloria de Dios. El apóstol Pablo nos recuerda esta verdad de una forma aún más clara: «Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31). Las cosas más cotidianas, como comer y beber, deben hacerse para la gloria de Dios solamente.
Fuimos creados para constituirnos en «espejos humanos» que reflejen la gloria de Dios en toda la tierra y, finalmente, en todo el universo. Hoy en día no se escucha mucho en los púlpitos acerca de la gloria de Dios; y la razón es clara. David Wells, en su libro God in the Wasteland, señala que la gloria de Dios ha partido de la mente y del corazón de muchos creyentes. Wells habla del «weightlessness of God», que se traduciría como la falta de peso en el Dios de nuestros días2.
En esencia, la gloria de Dios se puede resumir como el conjunto de cualidades o atributos que Dios tiene en Su ser interior; y externamente podemos decir que Su gloria es el despliegue de esos atributos en Su creación. Para Juan Calvino, la creación era el teatro de la gloria de Dios3.
Los cielos proclaman la gloria de Dios (Salmo 19:1) sin pronunciar palabras. ¿Y cómo lo hacen? La creación refleja Su sabiduría, Su poder, Su majestad, Su trascendencia y Su belleza. Pero el universo no pudo poner de manifiesto Su bondad y benevolencia. La cruz hizo eso. La cruz habla de Su gracia, Su amor, Su misericordia, Su justicia y Su santidad.
La gloria de Dios es todo lo que Su ser refleja desde Su interior hacia afuera y Su gloria es también todo lo que Su creación refleja de regreso a Él. La creación es como un espejo que refleja la gloria del Dios que la creó. Cuando te miras en un espejo, éste recibe tu imagen y cuando tu imagen se refleja en el espejo, la imagen se devuelve hacia ti. De igual manera, la gloria de Dios se proyecta sobre la creación y la creación actúa como un espejo, devolviendo esa misma gloria a Dios. «Es lógico que, como todo lo bueno que ocurre en el mundo es el resultado del obrar de Dios, incluyendo (y especialmente) la bondad que resulta de la elección y del accionar humano, que sea Dios quien reciba toda la gloria por el bien que es hecho»4.
Creo que por mucho tiempo hemos predicado una salvación centrada en el hombre5 y hemos hecho del hombre el centro del plan de redención de Dios cuando la Palabra de Dios describe una historia redentora Dios-céntrica, centrada en Dios de principio a fin. Todo es de Él, por Él y para Él. Por tanto, solo a Él sea la gloria.
Cuando Dios nos vio camino a la perdición sin esperanza de salvación porque no estábamos interesados en Él ni lo buscábamos (Romanos 3:11), Dios intervino en la historia de una manera que ninguno de nosotros lo hubiera hecho:
- Dios nos dio a Su Hijo hecho hombre cuando éramos Sus enemigos (Romanos 5:10; Efesios 2:3) para que llegáramos a ser Sus hijos.
- Dios le quitó la vida a Su Hijo para darnos vida a nosotros que estábamos muertos en delitos y pecados (Romanos 3:20-26; Efesios 2:1).
- Dios depositó Su ira sobre Su propio Hijo para darnos Su gracia (2 Corintios 5:21). Aplicó Su justicia a Su Hijo para poder aplicar Su misericordia a nosotros.
La salvación es solo para la gloria de Dios porque es el fruto de la Trinidad completa a favor de los seres humanos, y pone de manifiesto de manera extraordinaria atributos de Dios que el resto de la creación no podría mostrar. La Biblia enseña, y los reformadores entendieron, que la salvación es un trabajo ejecutado en acuerdo por cada uno de los miembros de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sobre lo que cada uno hace:
- El Padre elige.
- El Hijo redime.
- El Espíritu regenera y santifica.
La humanidad recibe los beneficios de los tres. Dios es el dador y el ser humano es el receptor. El Padre elige en la eternidad pasada (Efesios 1:3-14); el Hijo nos redime en la cruz eliminando la pena del pecado (Romanos 3:20-26) y el Espíritu va debilitando el poder del pecado en nosotros (2 Corintios 3:18).
La trivialización de Dios ha producido una teología centrada en el hombre. Joseph Haroutunian (1904-1968), teólogo e historiador de la iglesia, dijo:
«Antes la religión estaba centrada en Dios; antes lo que no conducía a la gloria de Dios era infinitamente pecaminoso; ahora lo que no conduce a la felicidad del hombre es pecaminoso, injusto e imposible de atribuírselo a Dios. Ahora la gloria de Dios consiste en el bien del hombre. Antes el hombre vivía para glorificar a Dios; hoy Dios vive para glorificar al hombre»6.
Como bien dijo Tomás Watson: «Dios puede darnos lluvia, sol, alimento, salud y puede darnos todas las cosas, incluso nos dio a Su Hijo, pero hay algo que Él no puede darnos y es Su gloria». Note cómo Dios declara esto en Isaías 48:11b: «Mi gloria no la daré a otro». La gloria de Dios es lo que Él es; Sus atributos: Su poder, Su gracia, Su amor, Su misericordia, Su omnisciencia, Su omnipotencia, Su sabiduría, Su eternidad y todo lo demás que Él es. Por eso no entendemos bien cuando hablamos de la gloria de Dios y de darle a Él toda la gloria; lo que implica atribuir a Dios todo el crédito y reflejar en palabras y con nuestro estilo de vida las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas del mundo de pecado a Su luz admirable (1 Pedro 2:9).
Esto es lo que hace que el salmista (con menos revelación que aquellos que estamos del lado del Nuevo Testamento) exclame: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre da gloria» (Salmo 115:1a). Ciertamente, «de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén» (Romanos 11:36).
¡A Él sea la gloria, en todo y por siempre!
*Para más información sobre este tema, recomendamos leer “Enseñanzas que transformaron el mundo” por Miguel Núñez.
1 Michael Horton, The Sola’s of the Reformation en Here We Stand, editado por James Montgomery Boice y Benjamin E. Sasse (Grand Rapids: Baker Books, 1996), 127.
2 David Wells, God in the Wasteland: The Reality of Truth in a World of Fading Dreams (Grand Rapids: Eerdmans, 1994), 88-117.
3 John Calvin, Institutes of the Christian Religion, ed. John T. McNeill, traducido e indexado por Ford Lewis Battles (Philadelphia, PA: The Westminster Press, 1967), 72.
4 Bruce A. Ware, God’s Greater Glory (Wheaton: Crossway Books, 2004), 103.
5 Michael Horton, Made in America (Grand Rapids: Baker Books, 1991), 73-89.
6 Citado por Erwin Lutzer en 10 Lies About God And the Truth That Shatter Deception (Grand Rapids: Kregel, 2009), 8.