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Jesús, una vida única: ¡Un llamado a la obediencia!

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Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios Como en la obediencia a la voz del Señor? Entiende, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grasa de los carneros’.
(1 Samuel 15:22)

Estoy segura de que muchas hemos escuchado esta historia: un niño estaba muy inquieto en el aula de clases, no seguía instrucciones, ni se mantenía sentado como sus compañeros.  La maestra le convence de sentarse y luego de un rato, no muy largo, el niño dice a la profesora: estoy sentado porque así me lo ha mandado, pero en mi corazón y mente estoy de pie correteando por el aula.  ¡Cuántas veces tú y yo nos hemos encontrado en esa misma posición delante de nuestro Dios!  En desobediencia, aun sabiendo lo que es bueno, agradable y correcto. 

La obediencia en sus hijas es el sacrificio que agrada a nuestro Dios, que sube a su presencia como olor fragante, holocausto agradable a Él.  Jesús nos dejó ejemplo en su paso por esta tierra, vivió una vida de perfecta obediencia cumpliendo así el sacrificio suficiente para el perdón de nuestros pecados. En Romanos 5:19 leemos: Porque, así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos”. Por la obediencia de Jesús, el segundo Adán, su justicia fue aplicada a nuestras vidas, ya que habíamos heredado el pecado del primer hombre “Adán”, haciendo posible que nosotras, sus hijas, podamos ser obedientes.

Muchas veces creemos que “el hacer” es lo que agrada al Señor y olvidamos que la salvación no es por obras, la salvación es por medio de la fe en Cristo Jesús, y la salvación produce la obediencia que nos mueve a hacer lo que agrada a Dios. No viene primero la obediencia y luego la transformación, sino que primero llega la salvación y luego la obediencia. 

La obediencia es una cuestión del corazón, y la condición del mismo se manifiesta tarde o temprano.  Cuando nuestro corazón es obediente, los frutos de justicia son visibles. Obedecer duele porque implica negarnos a nosotras mismas. No podemos obedecer a menos que sometamos a Cristo nuestra voluntad, deseos, anhelos, pasiones y todo cuanto esté en nuestros corazones. 

Obedecer significa someternos y sacrificar nuestros planes e intereses que se opongan a los planes y propósitos de Dios para nuestras vidas, a Su perfecta voluntad, implicando esto el morir a nosotras mismas. La obediencia cuesta, a veces, nuestra propia vida. Pero como dijo San Agustín, “Este costo es pequeño comparado al costo de la desobediencia”.

Nosotras hemos sido creadas para adorar, bendecir, alabar, dar fama, honor y gloria al Grande nombre de Dios. Efesios 1:5-6 nos dice, que Dios: “nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotras en el Amado”.  El tiempo de adoración produce un gozo indescriptible y debemos hacerlo de la manera que a Él le agrada, habiendo caminado en obediencia delante de Él.

El primer gran mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y leemos, lo que Jesús dice a sus discípulos, en el evangelio de Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14:15).  ¡Este mandato es para nosotras!

La obediencia a Dios es una expresión y una prueba de nuestro amor por Él.  El genuino amor implica obediencia, es una marca de nosotras las creyentes, que testifica al mundo que amamos a Dios por encima de todo.  Es por esto que no hay sacrificio de labios que le alaben o de manos que le sirvan o de pies que lleven las buenas nuevas, sin obediencia.

D.L. Moody dijo: “No habrá paz en ningún alma hasta que esté dispuesta a obedecer la voz de Dios” y cuando hacemos esto Él nos guiará y nos llevará donde nosotras necesitamos ir, no donde quisiéramos, sino donde Nuestro Buen Padre sabe que es el mejor lugar para cumplir el propósito que Él tiene dispuesto para nuestras vidas.

Dios nos ha dado Su Espíritu Santo para tener victoria sobre la desobediencia.  Como el niño en el aula de clases, aparentamos obedecer, pero Dios conoce el corazón, puede ver los matices de oscuridad y luz, Desde lo vergonzoso, “guardar raíz de amargura en tu corazón por una falta de perdón,” hasta una petición de parte de nuestro Señor para “Estar quietas y esperar delante de Él en silencio.” Él quiere que gustemos los beneficios de obedecer, como la Sabiduría para vivir en esta tierra y experimentar la novedad de vida que se inicia con la salvación, puestos los ojos en Jesús, hasta llegar al disfrute de la vida eterna en su presencia.

“Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente; y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:7-9).  Es de esta manera que Jesús nos dejó ejemplo de obediencia. Es una entrega total a la voluntad de Dios, por lo que la misma está íntimamente ligada a la fe, y es por la fe que podemos participar de ella.  La obediencia de Cristo es imputada a nuestras vidas. Ésta tiene absoluta prioridad para nuestro Dios.

Te pregunto amada hermana, ¿Cómo estás obedeciendo? ¿Estás obedeciendo a Dios de la manera que Cristo nos enseña en Su Palabra?  ¿Lo estás haciendo con Gozo para agradar a Aquel que padeció lo que nos correspondía a nosotras sufrir? ¿Estás ofreciendo sacrificios de obediencia a tu Señor? ¿Puedes identificar un área de tu andar en el que no estás obedeciendo?

¡Asegurémonos de llevar a Nuestro Señor el sacrificio de adoración que Él merece!

Adorémosle juntas: “Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Timoteo 1:17).