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Gratitud por la fidelidad de Dios en la escasez

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Recuerdo ese día. Nuestra hija mayor estaba bebé. Habíamos hecho malas inversiones, mi esposo había perdido a uno de sus clientes fuertes y fijos, y yo apenas ganaba algo de dinero. En casa se tornó tal la situación que una moneda se atesoraba como miles, porque de pronto completaba el sobre para la leche, un botellón de agua o alcanzaba para un pañal. El ambiente era triste, inseguro e intolerante a los fallos ya que sumaban a la falta del gas, a que no podría ir a arreglarme el cabello, a que otra vez tocaba pasta o algún invento con harinas para rendir, a que nos descontinuaron la electricidad o el cable por segunda vez…entre muchas cosas más.

Un tiempo que el enemigo hizo eco a mis frustraciones, a mis malos resultados, a mi conducta de irrespeto hacia mi esposo, a mi baja estima, a mi desorden en la casa por mi desánimo.

Ese día, no encontrábamos a quién visitar, ni monedas rodando en la casa, ni algo en la alacena para rendir, ni cosa en la nevera qué tomar, y para colmo, ya había preparado el último poco de leche para Odette, mi hija. Un frío me invadió completa y posteriormente un enojo por la precariedad, un grado de impotencia que me llevó a apretar los dientes y a romper a llorar. Me senté en la cama y comencé a hablar con mi Padre, le oraba diciendo que estaba clara de la consecuencia, pero que me sentía desesperada. Entre llorar y clamar, clamar y llorar, con dolor en pecho y a pesar de mi humanidad (que le había orado antes el famoso ¿POR QUÉ?), el Espíritu me llevó a decir, ERES DUEÑO DE ORO Y PLATA, ERES DUEÑO DE MI VIDA, ERES NUESTRO PROVEEDOR, TÚ CONOCES NUESTRA NECESIDAD. DESCANSO EN TI, AYÚDAME A DESCANSAR Y ESPERAR EN TI POR EL MILAGRO.

Filipenses 4:19: Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”

Ese día… recuerdo ese día. A breves minutos de terminar el gemir, de estar un poco más tranquila tras orar, sonó el teléfono. Eran mis padres, que desconocían por completo el drama de hogar. Habían llegado del campo, que bajara las escaleras que nos traían cosas. No pudo evitar mi rostro llenarse de lágrimas al ver las cajas: plátanos verdes, 1 cartón de huevo, 1 funda jumbo de leche… En fin, DIOS EL PROVEEDOR mandó su respuesta. Oh, ¡Glorioso Dios! ¡Aleluya por su fidelidad!

Salmos 81:10: “Yo, el SEÑOR, soy tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto; abre bien tu boca y la llenaré”

Al final de ese día, de nuevo sentada en la cama otra vez lloraba, pero esta vez de una profunda gratitud. Aprendí a saborear el proceso de las consecuencias y a adorar a Dios en medio de ellas, a ser intencional en mantener conducta casta y prudente para con mi esposo y modelarla a mis hijos. El milagro fue hecho, pero una verdad más gloriosa se clavó en mi corazón para siempre: El Señor es mi sustento en todo, Él lo llena todo, ¡Él tiene control de todo! Siempre lo he de necesitar, no sólo en la escasez, también en la abundancia, porque mi corazón siempre será insatisfecho; pero gloria a Él por su Espíritu que nos mueve a tener esperanza sin importar el tiempo o la circunstancia.

2 Corintios 4:7-10: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros. Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos; llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”.