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El poder de la Palabra en nuestras vidas

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El 27 de septiembre es el Día Nacional de la Biblia en República Dominicana y creo que es una buena idea aprovechar este día para traer una pequeña reflexión que enfatice el poder que la Palabra de Dios ejerce en nuestras vidas y la razón por la cual Dios nos llama a vivir por ella. Dios no nos ordena obedecer Su Palabra simplemente porque disfruta que Sus hijos vivan sujetos y controlados por Él, sino porque entiende que hay algo especial que Su Palabra puede hacer en nosotros y que resulta en nuestro beneficio. 

Lamentablemente, el hombre pasa la mayor parte de su tiempo distraído en asuntos triviales que no hacen más que alimentar la carne y robarle el apetito por la Palabra de Dios a pesar de que Cristo mismo nos advirtió que la carne para nada aprovecha, pero el Espíritu nos da vida; y resulta que las palabras que Él habló «son espíritu y son vida» (Juan 6:63). De hecho, en el libro de Ezequiel, capítulo 37, se describe una visión que tuvo el profeta Ezequiel donde Dios le dijo: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “Huesos secos, oigan la palabra del Señor”. Así dice el Señor Dios a estos huesos: “Voy a hacer que en ustedes entre espíritu, y vivirán”» (Ezequiel 37:4-5). Y los huesos oyeron la palabra de Dios y revivieron. De manera que, una de las cosas más extraordinarias que la Palabra de Dios hace es que da vida a aquello que antes estaba muerto.  

«La Palabra de Dios da vida a aquello que antes estaba muerto».

El salmista conocía muy bien el poder vivificante de la Palabra y por eso escribió en uno de sus salmos: «Postrada está mi alma en el polvo; vivifícame conforme a Tu palabra» (Salmo 119:25). La palabra de Dios es viva y eficaz (Hebreos 4:12), y como es viva, da vida y vida eterna, porque como eterna es la Palabra, así es eterna la vida que da. Pero la Palabra de Dios no solo vivifica el alma, sino que también nos previene de pecar. Por eso, en el Salmo 119:11, el salmista escribió: «En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti». Esto es posible porque, como bien afirma el pastor John MacArthur en su libro Unleashing God’s Word in Your Life, «algunos libros pueden cambiar tu forma de pensar, pero solo la Palabra puede cambiar nuestra naturaleza». 

«La Palabra de Dios nos previene de pecar».

La Palabra tiene la capacidad de cambiar nuestra forma de ser porque la Palabra de Dios, además de ser viva y eficaz, es «más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernirlos pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). Ahora bien, la Palabra tiene que ser atesorada en nuestra mente y corazón o de lo contrario en el momento de la tentación no recordaremos Sus instrucciones ni las pondremos en práctica. 

Además de restaurar el alma, cambiar nuestra naturaleza y prevenirnos de pecar, la Palabra de Dios también nos hace libres; nos da libertad. Observe una vez más las palabras del salmista: «Así que guardaré continuamente Tu ley, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busco Tus preceptos» (Salmo 119:44-45). El salmista entiende que la libertad que disfruta es el resultado directo de su búsqueda de la ley de Dios. 

«La Palabra de Dios cambia nuestra forma de ser».

Las prisiones más grandes del hombre son: primero, el sentido de culpa, y la Palabra de Dios nos dice cómo liberarnos de la culpa; segundo, la falta de esperanza, y la ley de Dios nos dice dónde encontrar esa esperanza; tercero, el resentimiento, y la Palabra nos dice cómo arrepentirnos; cuarto, la tristeza, y resulta que la Palabra de Dios alegra el corazón. Asimismo, otra de las prisiones del hombre es la inseguridad, y la Palabra nos instruye sobre dónde podemos encontrar refugio.

Es por todo esto que el salmista entiende que la Palabra da libertad. Cristo lo dijo de manera muy simple: «conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:32). No hay verdadera libertad sin el conocimiento de la Palabra de Dios. Las personas más libres de prejuicios, de problemas, de pecado, de hábitos pecaminosos, de inseguridades, etc., son las que conocen, aman y viven según los principios de la Palabra porque la Palabra está diseñada para liberar a los prisioneros de sus prisiones. «Guardaré continuamente Tu ley […] y andaré en libertad», dijo el salmista. 

«La Palabra de Dios nos hace libres».

La Palabra hace algo más y es que «hace sabio al sencillo» (Salmo 19:7). Aquí vale aclarar que sabio no es necesariamente la persona inteligente, pues hay muchos grandes intelectuales de la vida que no han sabido vivir sabiamente. A la luz de la Palabra, sabio es el que descubre el propósito para el cual fue creado y vive de acuerdo a ese propósito. Esa es la persona que obtiene el mayor beneficio de la vida; esa es la persona más productiva y satisfecha del mundo. Y ese propósito solo se puede descubrir a través de la Palabra de Dios. 

Creo firmemente que todo creyente debe vivir con integridad y sabiduría, pero eso solo es posible a través de la Palabra. Vivir con integridad es vivir conforme a la ley de Dios y vivir con sabiduría es vivir conforme a los propósitos de Dios. El que vive de esa manera es una persona sabia sin importar su nivel de educación o grado de inteligencia. Por el contrario, quien no vive de esta manera no vive sabiamente, por muy brillante que sea como individuo. El Salmo 19 dice que la Palabra de Dios hace sabio al sencillo y el Salmo 119 tiene otra manera de decir lo mismo:

«Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, porque son míos para siempre. Tengo más discernimiento que todos mis maestros, porque Tus testimonios son mi meditación. Entiendo más que los ancianos, porque Tus preceptos he guardado» (Salmo 119:98-100).

«La Palabra de Dios hace sabio al sencillo».

Hay algo más que hace la Palabra y es afirmar nuestros pasos y evitar que nos desviemos. Por eso el salmista clamó: «Afirma mis pasos en Tu palabra, y que ninguna iniquidad me domine» (Salmo 119:133). La Reina Valera Contemporánea traduce este versículo así: «Ordena mis pasos con Tu palabra, para que el pecado no me domine».La realidad es que no es raro encontrar cristianos que, a pesar de haber entrado más o menos al mismo tiempo en la familia de Dios, se distinguen porque uno tiene sus prioridades en orden y el otro no. ¿Qué ha marcado la diferencia entre ambos? Uno ha estado viviendo intencionalmente en la Palabra y el otro no. La Palabra de Dios organiza y ordena la mente y la vida del cristiano. Sin la Palabra, nuestras vidas seguirán desordenadas y nuestras prioridades invertidas.

«La Palabra de Dios afirma nuestros pasos y evita que nos desviemos».

Pero el salmista nos enseña que la Palabra no solo afirma y ordena nuestros pasos, sino que también nos da dominio propio para que ninguna iniquidad nos domine. Nuevamente, a veces vemos cristianos con mucho dominio propio y otras veces vemos cristianos que no son capaces de controlar sus pensamientos, sentimientos o acciones. Y aunque el temperamento juega un papel, la realidad es que en gran medida el dominio propio está directamente relacionado con el tiempo que pasamos en la Palabra de Dios porque es parte del fruto del Espíritu que se desarrolla en nosotros a medida que andamos por el Espíritu en obediencia a Su Palabra.  

Finalmente, la Palabra de Dios tiene el poder de llenarnos de paz. El salmista afirmó: «Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y nada los hace tropezar» (Salmo 119:165). En otras palabras, nuestro grado de paz está directamente relacionado a cuánto amamos la Palabra de Dios. Job era un hombre que amaba la ley de Dios y, por lo tanto, aún cuando le informaron que sus diez hijos habían muerto no perdió la paz. ¿Por qué? Porque amar la Palabra de Dios es amar Su sabiduría y amar Su sabiduría es amar Sus propósitos y amar Sus propósitos es permanecer en paz sabiendo que todo lo que sucede a nuestro alrededor obedece a un propósito eterno que es bueno, agradable y perfecto.

«La Palabra de Dios nos llena de paz».

De vez en cuando perdemos el foco, ponemos la mirada en nuestras circunstancias y de inmediato nos llenamos de temor; pero basta con regresar a la Palabra para ver cómo la mente de Dios plasmada en Su Palabra comienza a reorientar nuestra mirada por encima del sol, transformando nuestra mente y llenándonos de Su paz. No hay nada como reflexionar en la Palabra para ajustar nuestro lente y calmar nuestro espíritu.

Sin duda, vivir por la Palabra de Dios tiene innumerables beneficios para el creyente de manera individual, para la Iglesia como cuerpo de Cristo, y para la nación cuyos ciudadanos y gobernantes deciden honrar la revelación de Dios y dejarse transformar por ella. Ningún otro libro tiene el poder de transformación que tiene la Biblia porque sus páginas revelan la mente y el corazón de Dios. La Biblia es la semilla que salva (1 Pedro 1:23); la leche que nutre (1 Pedro 2:2); el alimento sólido que satisface (Hebreos 5:14); el agua que limpia (Salmos 119:9); el fuego que purifica (Jeremías 23:29); el martillo que destroza la roca (Jeremías 23:29); la espada de dos filos que corta (Hebreos 4:12); el espejo que nos refleja (Santiago 1:23-25); la lámpara que guía nuestros pasos y alumbra nuestro camino (Salmos 119:105).

Es mi oración que hoy, Día Nacional de la Biblia, puedas apartar un tiempo para reflexionar sobre estas verdades y tomar la decisión de vivir el resto de tus días en la Palabra para la gloria de Dios.