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El costo de seguir a Cristo

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El que no carga su cruz y me sigue,
no puede ser Mi discípulo”

(Lucas 14:27)

Jesús enseña que un verdadero discípulo había de llevar su cruz e ir en pos de Él.  La cruz no es necesariamente una debilidad física o problema mental sino un camino de oprobio, sufrimiento, soledad e incluso muerte, que una persona escoge voluntariamente por causa de Cristo.

Oprobio, todos los creyentes sabemos, que cuando venimos del mundo a Cristo, muchos de los que antes andaban con nosotras, y me refiero a familia, amigos y relacionados piensan que estamos locas, e intentan disuadirnos de nuestra decisión, y si no, pretenden que andemos con la cabeza baja porque para ellos es vergonzoso, es deshonra.  Por otro lado, tenemos:

Sufrimiento, porque produce un dolor físico y moral, incluso a nosotras mismas, debido al rechazo evidente de personas que amamos.

Soledad, esta situación, no lo podemos negar, en un principio nos sentimos casi como ermitaños dentro de nuestro propio ambiente, lo cual conlleva cierta tristeza y melancolía. Luego, Dios nos ilumina, entendemos que no estamos solas, ¡Dios está con nosotros!

Muerte, aunque no sea corriente el caso de que un creyente sea literalmente crucificado, no obstante, todo creyente tiene que llevar su cruz y estar contento, no solo resignado, de que los mundanos lo critiquen y le pongan nombres ignominiosos. En la antigüedad, los romanos llamaban ignominioso “al llevador de su propio patíbulo”. ¿Pero, y qué? Cristo, siendo inocente y justo murió por los injustos para traernos a Dios (1 Pedro 3:18).

Pensemos en el llamado de misioneras y misioneros; estos van en pos de Cristo, dejando sus hogares, países, en los cuales muchos viven “confortables, con seguridad”; se van a lugares lejanos e inhóspitos, para experimentar la vida que vivió Cristo; una vida de renuncia, humillación, persecución, vituperio, tentación, contradicción de pecadores, y un sinfín de oposiciones satánicas. 

Cristo nos dice en este versículo que es menester que su discípulo “lleve su cruz y siga así a Cristo”, es decir, ha de llevarla en el camino de su deber siempre que se presente la ocasión; y ha de llevarla cuando Cristo se lo ordene, con la esperanza viva de compartir su gloria. Vale la pena seguir a Cristo, si tenemos en mente sus promesas, ya que: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada” (Romanos 8:18).

Las discípulas de Cristo somos más que privilegiadas, “Pues no sólo se nos ha concedido el confiar en Cristo sino también el sufrir por El” (paráfrasis Filipenses 1:29).  Esto no es algo que viene de nosotras, es un don del Espíritu Santo, quien nos capacita para llevar a cabo la obra, sea cual sea, que Dios nos preparó antes de la fundación del mundo para que caminemos en ella (Efesios 2:10)

Ahora bien, en Lucas 14:28 en adelante, el SEÑOR nos explica, por medio de dos comparaciones, lo que cuesta ser Su discípulo.

Porque es mejor no comenzar, que no seguir adelante después de haber empezado; por consiguiente, antes de empezar hemos de reflexionar sobre lo que significa el perseverar.  Esto es actuar razonablemente, como compete a seres humanos racionales.  La causa de Cristo exige pasar un examen. No es como satanás, que nos muestra primero el lado rosa de la vida, pero oculta lo peor. 

La primera comparación, nos pone en el lugar de alguien que piensa edificar una torre y, para ello es preciso que considere el costo (v.28-30), “Porque, ¿quién de ustedes, deseando edificar una torre, no se sienta primero y calcula el costo, para ver si tiene lo suficiente para terminarla?”

Debe acomodar su proyecto a lo que tiene en su cuenta, no sea que se burlen de él por haber puesto el cimiento de la torre, y no poder concluirla. 

Todos los que hacemos profesión de fe, es como si empezáramos la construcción de un edificio, hemos de comenzar por abajo, profundizar en los cimientos, edificar sobre roca, no sobre arena, asegurarnos de que el trabajo marcha bien, y luego aspirar a que la torre se eleve hasta el cielo.  Hay que sentarse y calcular los gastos, es decir, lo que ha de costar llevar una vida de abnegación, sacrificio y vigilancia.  Son muchos los que comienzan su edificación, pero no la terminan y se vuelven “cristianos nominales” o terminan en necedad y locura.  Es muy cierto que ninguna de nosotras tiene en sí misma los recursos suficientes para acabar esta torre, pero Cristo nos ha dicho: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9).  Por tal razón, no tenemos excusas para volver atrás; el SEÑOR nos ayude en Su gracia (2 Pedro 2:20-22).

La segunda comparación para ser discípulos de Cristo es como el hombre que marcha a la guerra, el cual debe considerar los riesgos que esta conlleva (v.31-32).  Un rey que sale a la batalla contra otro rey debe considerar primero si puede hacerle frente con los soldados que componen su batallón, los cuales son menos que los que tiene el rey adversario.  La prudencia más elemental le aconseja que debe desistir de tal proyecto.   ¿A caso no somos los creyentes soldados que nos preparamos para una guerra? (Efesios 6:11-18; 1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo2:3-4, 4:7).

Hemos de luchar en cada paso que damos, ya que nuestros enemigos espirituales nunca cesan en su oposición.  Por lo tanto, hemos de considerar si estamos dispuestas a aguantar las dificultades que un buen soldado de Cristo ha de esperar, antes de alistarnos bajo la bandera de Cristo.

Entendamos que nuestro SEÑOR Jesús reclama para sí mayor lealtad que la podamos dar a otro ser humano.  Es menester tomar en cuenta que ser discípulo conlleva sacrificar nuestros intereses por los de Dios.

EL SEÑOR nos dé la gracia para llevar con integridad la misión que nos ha encomendado.

¡Bendiciones!