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El precio de nuestra salvación

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“Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro y plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo.” (1Pedro 1: 18-19).

Hemos leído historias increíbles sobre hechos heroicos, donde personas han puesto sus vidas en peligro para salvar a otros. Hemos visto padres que por amor están dispuestos a donar órganos a sus hijos enfermos, aun sabiendo que esto afectaría su propia calidad de vida. Más increíble aun, hemos escuchado de desconocidos que estuvieron dispuestos a sacrificarse por los demás, incluso hasta morir en esos intentos. Generalmente y con mucha razón, estas personas y sus obras de altruismo y generosidad son reconocidas, recordadas, alabadas y de alguna manera compensadas por su sacrificio. Y si pregunto, ¿Estaríamos nosotras dispuestas a hacer este tipo de sacrificios, por aquellos que amamos, y por algún desconocido? Puede ser… pero ¿Estaríamos dispuestas a morir en el lugar de alguien que sí ha sido declarado culpable de un sinnúmero de obras de maldad, condenado a la muerte, y sin recibir nada a cambio?

¡Solo Dios puede amar de esa manera!

«Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros,en que  siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.«(Romanos 5:6-8).

Siendo Dios Todopoderoso, autosuficiente, sin ninguna necesidad de nosotras, decide salvarnos. Nos miró con ojos de misericordia y tuvo gracia. Aun siendo pecadoras, merecedoras de Su ira santa, Dios pagó el precio para salvarnos. ¡Y Él tuvo que hacerlo por nosotras! No teníamos cómo pagar por nuestro propio rescate. Ninguna de nosotras tiene suficiente oro ni suficiente plata para quitar la mancha del pecado que ha contaminado nuestros corazones. La salvación no puede ser comprada, ganada, heredada o recibida de ningúna otra persona y por ningún otro medio. El único que puede salvar es Dios, solo Él puede quitar el peso de la condena eterna.

Nuestra salvación fue gratuita ¡pero no fue barata! Fue un regalo inmerecido para nosotras, pero a Dios le costó mucho, le costó la vida de Su único Hijo, siendo perfecto y sin pecado. Solo el Hijo de Dios, solo Jesucristo, en la cruz, pudo pagar el precio que exige la justicia divina por el pecado. Solo Su sangre sin mancha, sin pecado,pudo llenar la exigencia de la santidad perfecta de Dios.

Mi salvación, le costó la vida a Jesús. Fue despreciado, humillado y rechazado, experimentó aflicción, llevó nuestras enfermedades, cargó nuestros dolores, fue azotado, herido, afligido, traspasado por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. Fue clavado en una Cruz, tomando el castigo que deberíamos haber tenido. (Isaías 53:3-6). Jesús sufrió de manera espantosa, una ilustración de la muerte que merecíamos padecer, de lo horrible del pecado. Jesús no solo sufrió físicamente, en sus últimas horas fue separado de su Padre, «abandonado» y su comunión se rompió por primera vez. Todos los pecados de la humanidad fueron puestos sobre Él, y experimentó la plenitud de nuestra culpa, vergüenza y transgresiones.

«Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo.» (1 Pedro 1:18-19).

Pedro nos exhorta a no conformarnos con los deseos de la carne y que vivamos en santidad. Lo que le costó a nuestro Dios es suficiente razón para que nosotras como sus siervas nos conduzcamos en temor y vivamos en obediencia. Ser discípulas de nuestros Señor Jesucristo, nos costará. Al igual que a Jesús, nos toca vivir una vida de sacrificio, sometidas a la voluntad de nuestro padre. 

Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera ser mi discípulo debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme» (Mateo 16:24).

Negarse a sí mismo significa que dejamos de hacer las cosas a nuestra manera y empezamos a someternos a la voluntad de Dios. Debemos morir a nosotras mismas y vivir para Dios.

Jesús quiere ser nuestro Señor. Eso significa, que demos la espalda a nuestra manera de hacer las cosas y hacerlas a la manera de Dios. Muchas veces esto nos costará dejar de lado sueños y ambiciones, planes y propósitos para nuestras vidas. Hacer Su voluntad para nuestra vida sin importar lo que nos cueste. Renunciar a nuestra voluntad por la suya. Transferir todo lo que somos y todo lo que tenemos a Él. La salvación es un regalo gratuito, ¡pero no es barata! Seguir a Jesús nos costará todo.Dios nos amó, nos creó, nos salvó y nos separó con un propósito. Como Creyentes en Cristo hemos recibido significado y propósito. El Señor ha trazado un plan para nuestras vidas y ha puesto Su Espíritu para que podamos glorificarle en todo lo que hacemos. Él nos llama vivir de manera que podamos honrar este regalo de la vida y de Su salvación. 

 ¡Ayúdanos Dios a recordar lo que costó nuestra redención, a no olvidar el precio de nuestra salvación!  ¡Que podamos renovar nuestro amor y compromiso con AQUEl QUE TODO LO DIO, por ti y por mí!