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Permanecer y dar frutos en medio de una pandemia

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“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo de.”
(Juan 15:16)

Este pasaje de la Biblia sin duda encierra una parte esencial de la vida cristiana.  Y es que una vez somos elegidas por Dios, tenemos una gran responsabilidad y es la de permanecer atadas a Él, para lo cual contamos con todos los recursos que el mismo Dios ha puesto a nuestra disposición.

Llevar fruto, mucho fruto, será una consecuencia natural de vivir atadas a Él, en todo tiempo. Ello implica que no importa si estamos en medio de una pandemia, una guerra o cualquier circunstancia de la vida, podremos llevar fruto, estando íntimamente alineadas con sus propósitos eternos y voluntad soberana, así capacitadas para pedir y recibir. ¡Qué bendición!

Querida hermana que lees este mensaje.  La ocasión es propicia para recordar que: 

  • Para tiempos como estos fuimos elegidas por Él. Estamos viviendo un tiempo especial de la historia, donde la generalidad no ve esperanza ni la luz al final del túnel, no solo por motivos de la Pandemia, sino por la decadencia moral, social, política y económica que salta a la vista.  Como elegidas de Dios, en este tiempo estamos llamadas a ser instrumentos en manos del Redentor para mostrar su luz (Efesios 5:8-11).  Conocemos aquello que otras no conocen y es que Él es un Dios benevolente, justo, soberano, humilde, recompensador, Señor, omnisciente, omnipotente, omnipresente, poderoso, majestuoso, misericordioso, bondadoso, compasivo, perdonador y Santo que está a nuestro lado en todo tiempo y tiene un absoluto control de su Creación, independientemente de los tiempos. ¡Mostrémoslo al mundo que está allá afuera, sediento de esperanza, razón, gozo y paz!
  • Ya no vivimos nosotras, pues es Cristo quien mora en nosotras (Gálatas 2:20), por lo que en un tiempo como este nuestra labor primordial es reflejar las virtudes de aquel que nos llamó: orando sin cesar, dándonos a los demás, mostrando en qué lugar está nuestro tesoro,  reposo, descanso, seguridad y esperanza absoluta, recordando permanentemente sus promesas que son más reales que todo lo que podemos ver y palpar, pero por sobre todo llevando de la mano a otros a ese manantial inagotable donde su sed será saciada para siempre.
  • El fruto que como hijas de Dios estamos llamadas a dar, NO se trata de un fruto efímero, banal o temporal. Estamos hablando de un fruto que perdure, aquel sembrado sobre la roca, no sobre arena. Nuestro peor escenario como cristianas es ser señaladas por nuestro Dios como “nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales sin fruto, dos veces muertos, desarraigados.” (Judas 1: 11-12.)
    Gálatas 5: 22-25, nos recuerda: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza…” Se trata entonces de reflejar virtudes del carácter de Jesús en la tierra. Este fruto solo llega cuando estamos firmemente plantadas en El, ya que en su viña no existen árboles estériles.  Aún en las pandemias, guerras, crisis y peores catástrofes de la vida, Dios sabe como glorificarse y sacar lo mejor de lo peor. 
    En la parábola del sembrador Jesús nos ofrece una ilustración de lo que es una vida estimable, que permanece y lleva fruto. Clasifica en cuatro las personas que escuchan la palabra de Dios, donde solo la última ilustración de las cuatro que presenta corresponde a quien “oye y entiende la Palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno” (Mateo 13: 23.).  Escuchar, entender y poner en práctica la palabra de Dios, es lo que nos permite vivir una vida que permanezca y lleve fruto (Juan 15:8). 
  • Que el hecho de haber sido elegidas por Dios para Salvación sea el motor que te impulse a llevar fruto, exhibiendo sus virtudes en este tiempo y en todos los tiempos.

Hermana que lees este mensaje, tú sabes que la solución a los problemas de salud, la pandemia, las peores crisis de la vida no está en inquietarnos, preocuparnos o desesperarnos. Sólo podemos encontrarla en Dios, quien renueva nuestras fuerzas, nos lleva a toda alegría y paz, su Santo espíritu nos recuerda que en todas las cosas podemos ser más que vencedoras con su ayuda; aunque no podamos ver en lo inmediato el desenlace de la pandemia y las catástrofes que vivimos, sólo en Él tenemos garantía y certeza. Él es nuestro escondite y refugio. En Él podemos poner toda nuestra esperanza. Sus planes para nuestra vida son de bien y no de mal. ¡Muéstralo al mundo!