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Amor por Cristo, más que palabras

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Este domingo en La IBI, el pastor Joel Peña predicó el sermón “Amor por Cristo, más que palabras” basado en Lucas 22:31-34, 54-62 y Juan 21:15-19.

“Ata mi corazón errante a ti
Propenso a vagar Señor lo siento
Propenso a dejar al Dios que amo


Aquí está mi corazón oh tómalo y séllalo
Séllalo para tus cortes de arriba 


Aquí está mi corazón oh tómalo y séllalo
Séllalo para tus cortes de arriba”

Estas son parte de las letras del famoso himno “Fuente de la Vida Eterna” escrito por Robert Robinson en el año 1758 Robert Robinson escribió estas palabras cuando era un joven en sus veintes pocos años después de su conversión Las letras Propenso a vagar Señor lo siento Propenso a dejar al Dios que amo describen muy bien la vida de fe de este hombre 

Robinson nació en Inglaterra en 1735 y se crió en un hogar que estaba desprovisto de piedad cristiana donde el matrimonio de sus padres era un desastre. Cuando el joven Robert estaba entrando en la adolescencia su padre que era muy inmoral estaba siendo demandado por deudas y él abandonó a la familia y murió poco después. La condición económica de la familia empeoró seriamente y, para cuando Robert tenía 13 años, tuvo que dejar su educación y fue enviado a Londres a donde un amigo de la familia para ser aprendiz de barbero. En esa gran ciudad y alejado de su familia, el joven cayó en vicios y malas compañías.

Un domingo de 1752, a sus 17 años, pasó junto a su pandilla de amigos frente a la iglesia donde estaba predicando esa noche George Whitefiled, el gran predicador de avivamiento de esos tiempos. El objetivo era ir a burlarse del predicador y de los que le oían, pero en cambio, Robinson quedó atrapado por el sermón de Whitefield que hablaba de la ira venidera. Día y noche se mantuvo preocupado al recordar el sermón y este malestar culminó tres años después con su conversión incondicional.

Fue en sus primeros años como cristiano que escribió este himno y luego llego a ser pastor de varias congregaciones. Pero, desafortunadamente, este himno que habla de un corazón propenso a vagar lejos de Dios, describe muy bien la forma en que más tarde en su vida Él se apartó de la fe. Sin embargo, un día, sentado en un carruaje de pasajeros, una señora que estaba leyendo su himnario se volteó a donde él estaba y le expresó cuánto ella amaba este himno. Él trató de cambiar el tema de la conversación, pero no pudo, hasta que tuvo que confesarle, “Señora, yo soy el infeliz hombre que escribió ese himno hace muchos años atrás y yo daría lo que fuera por redescubrir el gozo que tenía en ese entonces.” Según esta historia, en ese encuentro con esta señora en el carruaje, Dios usó las mismas palabras que él escribió, llenas del evangelio de Cristo, compartidas nuevamente por esta mujer anónima para llevarlo a arrepentimiento y a una comunión restaurada con aquel de “piedad inagotable abundante en perdonar.”

¿Cómo puede ocurrir algo así? ¿Cómo alguien que a través de sus canciones había declarado un amor tan grandioso y una apreciación tan profunda por las virtudes de Su Señor pudo apartarse pudo alejarse pudo negarle? La realidad es que esto no es algo nuevo en la historia cristiana; lo vemos en nuestros días y lo vemos aún más claramente en la historia que vamos a estar revisando hoy.

Pedro, uno de los discípulos de Jesús, de los tres más cercanos a Él, testigo de grandes milagros y alumno de primera fila de las enseñanzas del Maestro tuvo el mismo problema. Este Pedro fue el único discípulo que caminó sobre el mar y que estuvo presente en la Transfiguración. La lista sería larga para ver todos esos momentos importantes donde él fue testigo y participante en la obra de Cristo.

Además de todo, Pedro era muy expresivo e impulsivo al mostrar su amor y fidelidad por Cristo. Este es el Pedro que, a pesar de que Cristo advirtió que todos se apartarían, él afirmó que él nunca lo haría Jesús le dijo que le negaría él afirmó que eso no pasaría. Esta era la forma en que Pedro mostraba su amor y fidelidad a Cristo: un amor auto confiado y una fidelidad afianzada en sus fuerzas. Él desconocía el poder que tiene nuestra condición de pecado. Que aunque hayamos conocido al Salvador y hayamos sido redimidos, aún vivimos en una carne afectada por el pecado. Hemos experimentado la redención de nuestras almas pero la redención de nuestros cuerpos aunque cierta es aun futura. Todavía estamos encerrados en la carne humana caída. Es por esta razón que no podemos confiar en nosotros mismos.