¿Te has detenido en algún momento a meditar que todos tenemos ojos, boca, caminamos, comemos, pensamos, trabajamos, criamos, chocamos, pagamos impuestos, despertamos, dormimos, nos enfermamos? Tanto los malhechores a grandes voces en el mundo, como los que hemos sido despiertos a la Verdad del arrepentimiento y salvación, vivimos el día a día bajo iguales rutinas y circunstancias; pero una diferencia extraordinaria nos separa.
Un evento nos hace salir del colectivo: El Espíritu Santo aunado al evangelio predicado nos otorga un estado de conciencia que nos cambia la actitud ante las mismas cosas bajo el sol, que nos da una perspectiva que nos deja en esperanza a pesar de los desaciertos que sufrimos todos.
Ahora los títulos ganados tienen un sabor diferente, un sabor a propósito proyectado a otros, para servir más que para brillar; el dormir y acostarme cobra otro sentido; nuestro corazón es llevado a una modalidad paciencia aún se pierdan las llaves o se queme la comida; nos lleva a gozo pese al dolor de perder a alguien; nos mueve a paz ante un hijo enfermo; nos lleva a mansedumbre y esperanza aunque el esposo se haya ido de casa o hayan fuertes diferencias; nos lleva a mostrar amor aunque hayan calumniado nuestra persona. También nos hace disfrutar las bondades que podemos vivir en esta «tierra de los vivientes», como dice el Salmista, con un corazón rebozado de gratitud al Señor… Conscientes de recibir esos regalos del día a día, regalos de vida que no merecemos.
Aunque cada día crece más el pulso en nuestra contra que provoca divorcios, que provoca hogares destruidos, que provoca el concentrarme en mis deseos por encima de los de mi pareja e hijos… Sobreabunda una triunfante gracia en mi vida como creyente, me hace disipar los miedos, me hace orientar mi matrimonio hacia lo que Dios quiere, me hace vivir a plenitud, pese a este mundo caído.
«Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros. Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Llevamos siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Por tanto, no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
2 Corintios 4:7-10, 16-18 NBLA
A todo esto, a esta grandiosa perspectiva diferente de la vida, a pesar de los afanes del día a día… A eso le llamamos VIVIR BAJO LA GRACIA.