“¿Quién es aquel que habla y así sucede, a menos que el Señor lo haya ordenado?
¿No salen de la boca del Altísimo tanto el mal como el bien?»
(Lamentaciones 3: 37-38)
El sufrimiento es un tema del que tenemos evidencia todos los días. Miramos las noticias y allí está presente. Hablamos con las demás personas y podemos pasar horas incontables escuchando todos los difíciles momentos que ellos y nosotras estamos atravesando. Esa es la realidad del mundo caído en el que vivimos. Creo que todos los seres del planeta, en algún momento de su existencia, han visto el sufrimiento como algo malo. Y esto también es real: El sufrimiento nos causa sentimientos de molestia, dolor, inseguridad, duda y muchas más emociones, que cada una de nosotras, sin duda, ha experimentado en la vida.
Hoy quisiera que enfoquemos nuestra mirada en la perspectiva bíblica del sufrimiento. Ahora, que hemos sido redimidas por Cristo (si eres cristiana y has nacido de nuevo), nuestra forma de experimentar el sufrimiento debe ser cambiada y vista a la luz de la Palabra. Primero quiero aclarar, que, por el hecho de ser cristianas, no dejamos de ser humanas y pensar que el sufrimiento ya no nos duele, o que ya no lo experimentamos. Como dije anteriormente, el sufrimiento es un hecho real en todos los seres humanos. El mismo Señor Jesús nos dijo en su Palabra: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Dado que se nos ha confirmado que hemos de sufrir, la primera idea que debemos tener clara acerca del sufrimiento es en quién hemos confiado y quién está en control de todo cuanto nos sucede. Según leemos en Lamentaciones 3:37-38, se nos recuerda que en nuestra vida va a pasar todo cuanto el Señor haya determinado, pues Él habla y así sucede, Él ordena en su soberanía, y canaliza tanto el bien como el mal. Y si hemos puesto nuestra confianza en un Dios bueno, podemos estar seguras de que todo lo que nos permita vivir o experimentar, cooperará para bien, somos llamadas conforme a su propósito (Romanos 8:28). Amadas, nuestra tendencia natural es ver el sufrimiento como algo dañino o perjudicial, pero a la luz de la verdad bíblica, el sufrimiento traerá a nuestras vidas crecimiento espiritual y fortaleza de carácter si aprendemos a travesarlo de la mano de nuestro salvador.
Si revisamos un poco nuestro vivir, podremos ver que, en las temporadas más difíciles, hemos podido experimentar que nuestro Dios ha sido más cercano, más real. En el momento presente, quizás no lo hayamos sentido de esa manera, pero con el paso del tiempo, esas experiencias van tomando forma en nuestras vidas y muchas veces logramos entender el propósito que ellas tuvieron. Y uno de esos propósitos, entre otros, es haber aprendido a consolar a aquellos que están atravesando por las mismas situaciones que nosotras ya pasamos. (2 Corintios 1:3-4). El sufrimiento nos hace más sensibles a los padecimientos de quienes nos rodean, más solidarias.
Un gran ejemplo de una manera de sufrir bien que encontramos en la Biblia es el apóstol Pablo. El libro de los Hechos nos cuenta todo el padecimiento que Pablo tuvo que soportar por la causa de Cristo. Te animo a que puedas repasar estos pasajes de la Escritura, para que no olvides que este personaje estuvo a punto de perder su vida, y que para llegar a ser el gran apóstol que fue, pasó por la escuela del dolor.
De pablo podemos aprender su sumisión al Señor: “Y quiero que sepáis, hermanos, que las circunstancias en que me he visto han redundado en el mayor progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones por la causa de Cristo se han hecho notorias en toda la guardia pretoriana y a todos los demás”(Filipenses1:12-13).Su encarcelamiento no hizo que él dejara de llevar a cabo lo que se le había encomendado. Y nunca perdió el enfoque en la Gloria de Cristo.
Pablo fue vulnerable y sincero con el Señor, recurriendo al único que él sabía que lo podía ayudar: “Acerca de esto, tres veces he regado al Señor que lo quitara de mí” (2 Corintios12:8), hablando de su aguijón en la carne. Y en respuesta a su súplica, el Señor le contestó: “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (V.9). Pablo reconoció la necesidad de la ayuda de Dios en su vida y el Señor le recordó que aún en su debilidad, Su gracia es suficiente. Hermana, te pregunto: ¿Has experimentado recientemente en tu debilidad que la Gracia de Dios te es suficiente? ¿Conoces su Gracia?
Podemos aprender mucho más de Pablo y sus sufrimientos, pero la última cosa que puedo recordarte es que Pablo llegó al punto de contentarse en medio de todo lo que experimentaba: escasez, pobreza, prosperidad, saciedad, hambre, abundancia o necesidades; por eso concluye, diciendo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13). Esto no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana, fue el resultado de una vida diaria de dependencia del Señor, de comunión con Él. Y el conocimiento de su carácter santo lo llevó a convertirse de “perseguidor encarnecido de la iglesia a un esclavo rendido a su SEÑOR por amor”. Y así ocurre en nuestra vida. Debemos ser pacientes, humildes y ocuparnos cada día en buscar conocer a nuestro Salvador para que nuestra confianza en Él crezca; y así, al saber quién es Él, alcanzaremos un entendimiento correcto de cómo sufrir bien, bajo su mano misericordiosa.
Termino con la siguiente pregunta: ¿Qué aprendes de Pablo sobre el sufrimiento? Es mi deseo que el profundizar en tu vida de oración y de estudio de la Palabra, te pueda llevar al punto de cambiar tu perspectiva del sufrimiento en este mundo caído.