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Nuestras emociones bajo el control de Cristo

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Las emociones son parte de nuestro día a día. No hay un momento en el que no estemos experimentando alguna, es más, a veces pareciera que estamos en una montaña rusa de emociones. En un momento podemos estar felices por una noticia que recibimos y al poco tiempo sentirnos frustradas por la falta de obediencia de nuestros hijos o esa amiga que no cambia. Algunas temporadas de nuestra vida pueden estar caracterizadas por un sentido de alegría mientras que otras se sienten como si estuviéramos envueltas en una nube negra de tristeza y desesperanza.

Día tras día, momento tras momento, nuestras emociones están presentes y forman parte importante de nuestro ser. Aunque a veces no se sienta de esa manera, nuestras emociones son un regalo, son parte de haber sido creadas a la imagen de Dios.

Algo importante que necesitamos tener en cuenta es que nuestras emociones están muy enraizadas a aquello que valoramos. Cuando nos encontramos con cosas que consideramos buenas experimentamos felicidad y cierto sentido de satisfacción. Cuando nos encontramos con cosas que consideramos malas experimentamos dolor o enojo.

Esta es una realidad que la vida misma de Jesús nos muestra. Vemos a Jesús voltear las mesas del templo y echar fuera a los que allí compraban y vendían porque estaban haciendo de Su casa cueva de ladrones (Mateo 21:12-13). También vemos a Jesús llorar por la muerte de su amigo Lázaro, aun sabiendo que Él mismo lo iba a resucitar (Juan 11:35).

Cada una de las emociones que Cristo experimentó eran completamente santas porque en Él no había pecado alguno. Él siempre tuvo la motivación correcta, la perspectiva correcta, los valores correctos y por lo tanto las emociones correctas.

No así nosotras. Si bien es cierto que nuestras emociones son parte de lo que nos hace haber sido creadas a la imagen de Dios, no es menos cierta la realidad de Génesis 3. Luego de la caída todo nuestro ser se ha visto afectado, y eso incluye nuestras emociones.

El pecado entró al mundo y como parte de nuestra naturaleza ha afectado nuestra perspectiva y aquello que valoramos, y si la manera en la que vemos las cosas y aquello que consideramos importante se ve afectado, nuestras emociones también lo harán:

  • En ocasiones no logramos ver nuestros sufrimientos de la manera en la que Dios los ve y terminamos frustradas en medio de ellos.
  • Somos egocéntricas por naturaleza y valoramos nuestro tiempo y espacio y nos enojamos desde que algo o alguien afecta nuestro espacio y nuestros planes.
  • Aun en medio de aquello que sabemos no es agradable a Dios, experimentamos placer y deleite.

Viendo esta realidad podemos decir sin lugar a duda que nuestras emociones, que vienen de un corazón pecador, no fueron diseñadas para gobernarnos.

Diseñadas para ser guiadas no para guiar

Nuestros corazones, y por tanto nuestras emociones, no fueron diseñadas para ser seguidas sino para ser guiadas.

La Biblia en ningún momento nos dice que debemos seguir nuestro corazón o nuestras emociones, pero sí nos habla de su condición y de su necesidad.

Jeremías 17:9 nos dice: “» Más engañoso que todo es el corazón, y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?”.

Mateo 15:19-20: “Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre”.

Nadie nos engaña más de lo que lo hace nuestro propio corazón. Nuestros corazones no pueden guiarnos ni salvarnos, la realidad es que éstos necesitan ser salvados. Cuando Jesús le dio palabras de consuelo a sus discípulos no les dijo “Crean en sus corazones. Crean en sus emociones”. Sus palabras fueron: “» No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en Mí” (Juan 14:1).

En lugar de dejarnos llevar por nuestras emociones afectadas por el pecado y por la condición de nuestro corazón necesitamos guiarlas a Jesús y rendirlas a Su control.

¿Qué hacemos cuando nuestras emociones quieren tomar el control?

Si nuestras emociones no deben ser aquello que nos guíe, sino que necesitan ser guiadas, ¿Qué hacemos cuando el enojo, por razones incorrectas, quiere tomar el control? ¿Qué hacemos cuando la tristeza sin razón aparente nos inunda? ¿Qué podemos hacer cuando nuestras emociones quieran tomar el control? Aquí te comparto algunas recomendaciones:

  1. Aprende a filtrar tus emociones:

Como creyentes necesitamos aprender a evaluar nuestras vidas a la luz de la Palabra que es sólida, objetiva e inmutable (Salmos 139:130; 119:147).

Necesitamos aprender a decirnos a nosotras mismas: “Esto es lo que siento, pero ¿qué Dios dice al respecto?”. Debemos aprender a pasar nuestras emociones por el filtro de la Palabra e ir a Él en búsqueda de Su perdón cuando hemos pecado contra Él, recordando que hacemos esto con confianza sabiendo que en Jesús encontramos gracia para la ayuda oportuna (Hebreos 4:16).

  1. Busca que tu mente sea renovada:

La Biblia nos enseña que las meras normas externas no tienen poder contra los apetitos de la carne (Colosenses 2:23). Si nuestras emociones están enraizadas con aquello que consideramos valioso e importante, antes de correr a buscar cambiar mis emociones necesito correr a la fuente que renueva mi mente (Romanos 12:2) y alínea mi corazón con el de Él.

Que nuestras emociones puedan ser sometidas a la autoridad de Cristo requiere de una mente transformada por el poder de Su Palabra a través del obrar del Espíritu Santo. Es a través de las Escrituras que podemos crecer en nuestro conocimiento de Cristo, tener una mente renovada y entonces responder, en el poder del Espíritu, en obediencia y fe.

  1. Vive tu fe:

La fe no es un sentimiento ni una emoción. Es creer que Dios hará lo que Él ha dicho y que Él es digno de ser obedecido (Hebreos 11:6). Muchas veces nos llenamos de ansiedad o de temor porque no creemos que Dios puede hacer aquello que ha prometido. Si estamos en Cristo necesitamos recordarnos continuamente que en Él todas las promesas de Dios son seguras (2 Corintios 1:20).

Cuando nos invada el temor y nuestro corazón se llene de ansiedad corramos a Jesús, Aquel que nos ha prometido que no nos dejará (Mateo 28:20). Aquel que no echa fuera a todo el que a Él se acerca (Juan 6:37). Aquel cuyas obras están llenas de bondad (Salmos 145:9). Ese que fue capaz de entregar su propia vida y amarnos hasta el final (Juan 13:1).

Y en medio de eso pídele a Dios que te ayude en medio de tu incredulidad. Que te ayude a creerle a Él y vivir bajo la realidad de Sus promesas seguras en Cristo.

  1. Apóyate en la familia de la fe:

Necesitamos aprender a llevar vidas de dependencia. Esta idea de que podemos solas y que no necesitamos de nadie más que nos ayude a ver nuestras faltas y ayudarnos a llevar nuestras cargas no es Bíblica y si no es bíblica jamás resultará en nuestro bien.

Seamos intencionales en tener personas a nuestro alrededor a las que podamos acudir cuando sintamos que nuestras emociones están en el lugar incorrecto y no sepamos qué hacer. Necesitamos que otros nos ayuden a no ensimismarnos, nos ayuden a ver nuestros puntos ciegos y que nos recuerden la verdad cuando la hemos perdido de vista (Hebreos 3:13).

Su control no el nuestro

Si te dijera que lo que tienes que hacer es tomar el control de tus emociones y todo quedaría resuelto te mentiría porque ese es justamente nuestro problema. Nuestro problema frente al enojo pecaminoso, la ansiedad o el temor es que tratamos de tomar las riendas por nosotras mismas, actuamos en nuestra propia fortaleza y terminamos otra vez en el mismo lugar de antes, y a veces peor.

La respuesta para el control de nuestras emociones es que el amor de Cristo sea lo que nos controle (2 Corintios 5:14). Necesitamos soltar las riendas y correr a Aquel que tiene el poder para llevarlas. Necesitamos dejar de tratar en nuestras fuerzas a través de sólo normas y reglas y buscar conocerle a Él profundamente para que nuestro amor por Él crezca y entonces podamos obedecerle, para que nuestras mentes sean renovadas y que aquello que consideremos importante sea cada vez más alineado a Él.

Necesitamos correr a Jesús y reconocer que no podemos, pero Él sí puede. Necesitamos correr a Jesús y recordar que por su obediencia perfecta y el poder de Su Espíritu Santo obrando dentro de nosotras podemos obedecer su Palabra.

Necesitamos correr a Jesús porque Él nos sostiene cuando sentimos que nos hacemos pedazos, porque Él es es el Buen pastor que nos guía y calma cuando nos sentimos desesperadas.

Necesitamos correr a Jesús, Aquel que por la agonía sufrida en la cruz hoy nos ofrece Su paz (Isaías 53:5).

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Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio matrimonios y de mujeres y es diaconisa en la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Twitter.