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La misericordia de Dios no te exime de tus consecuencias por el pecado

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“Mas tú, Señor, eres un Dios compasivo y lleno de piedad,
lento para la ira y abundante en misericordia y verdad”
(Salmo 86:15)

Al leer este versículo del Salmo 86, mi alma se llena de gratitud al recordar cuán bueno es Dios. Ver de donde nos sacó, y experimentar cómo cada día nos extiende su amor para perdonar los tropiezos que aún tenemos. Su misericordia se hace evidente al recordarnos cada día lo que dice 2 Corintios 5:17 versión RVR 1960, “De modo que si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Esto significa que lo que éramos antes de llegar a los pies de Cristo ya no nos define. Toda nuestra vida ha sido reconstruida, ya no somos nosotras quienes vivimos, sino que es Cristo en nosotras. Y gracias a la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, la manera en que actuamos y pensamos, de igual manera ha sido transformada.

Debido a que se nos ha dado el privilegio de una nueva vida, también tenemos la responsabilidad de no adaptarnos a este mundo, como nos dice Romanos 12:2, Sino que debemos ocuparnos en la renovación de nuestra mente. Nos encontramos inmersas en una época sumamente caótica, en la cual, como cristianas, nos enfrentamos a un sinnúmero de retos y tentaciones que se presentan diariamente. Dada esta realidad, se hace cada vez más necesario llenar nuestra mente con las verdades de la Palabra para así conocer su voluntad, lo que es bueno, agradable y perfecto. Es menester tener nuestra mirada puesta en todo aquello que agrada al Señor y luchar como guerreras en medio de una batalla por defender lo que ahora somos en Cristo.

Amada hermana, aunque se nos ha hecho una nueva criatura, se nos ha dado la mente de Cristo y el Espíritu Santo como nuestro guía, debemos ser conscientes de que nuestro proceso de santificación durará la vida entera. Nuestra vida puede verse quizás, en algunos momentos, como un espiral; ganamos una batalla contra el pecado, fallamos en otra. Ganamos y luego volvemos a fallar.

Esto lo podemos ver también algunos de los héroes de la fe, como Moisés, quien tuvo momentos en los que sus emociones lo vencieron y lo llevaron a pecar contra el Señor. En una oportunidad se airó y mató a un egipcio (Hechos 7:24), en otra oportunidad, arrojó las tablas que contenían los diez mandamientos y las hizo pedazos. Asimismo, golpeó la peña cuando esa no era la instrucción que el Señor le había dado (Números 20:10-11). En todos estos momentos podemos ver que Moisés, quien era el líder del pueblo de Israel, fue presa de sus emociones y las mismas lo llevaron a pecar contra Dios. También podemos ver que estos eventos ocurrieron a lo largo de muchos años y que cada vez que pecó contra Dios su pecado tuvo consecuencias (Números 20:12), ya que, aunque el Señor es misericordioso, nuestro pecado siempre va a tener consecuencias. Estas, muchas veces, no solo van a afectar a quien comete el pecado, sino que van a influir también en aquellos que están a nuestro alrededor, y, sobre todo, si nos encontramos en una posición de liderazgo.

Hace algún tiempo viví esta situación muy de cerca, una persona vino a confesarme que había caído en pecado. Lo que experimenté en ese momento fue un profundo dolor, casi podía sentir como si se me hubiese muerto alguien. Esta persona me decía con mucho dolor que no podía entender lo que le había sucedido, pues no estaba alejada del Señor, no había dejado de congregarse, no había dejado de orar. Ella no era consciente en ese momento de aquellas barreras que poco a poco fue levantando y que la llevaron a caer. En este resumen, de esa conversación, podemos ver ejemplificado lo que sucedió también en la vida de Moisés. Su pecado, el no controlar sus emociones, trajo como consecuencia que en un solo instante perdiera todo aquello por lo cual había luchado por tanto tiempo. Dicho pecado tuvo una consecuencia tan fuerte, como no entrar a la tierra prometida, aun estando frente a ella (Deuteronomio 32:48-52; 34:4-5).

Con relación a la persona de la que te hablé anteriormente, tendrá que entregar su asignación en la iglesia; las personas que estaban bajo su liderazgo tendrán que escuchar todo lo sucedido, y sabemos que esto tendrá un impacto fuerte para toda esta congregación. Santiago 3:1 nos dice: hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio mucho más severo”. Para Moisés fue el no entrar en la tierra prometida; para esta persona, experimentar la vergüenza y el dolor de haber fallado al Señor y a su congregación. Todo esto producto de emociones que no fueron controladas apropiadamente. Te pregunto: ¿qué emoción está controlando tu vida? ¿Cuál es esa emoción que está haciendo que sigas dando vueltas en el desierto?

Trae tus pecados a los pies de Cristo, y si no los has logrado identificar, pídele al Señor que te muestre qué cosas estás dejando entrar en tu vida, que deben ser rendidas a sus pies. Sé intencional en cultivar tu fe mediante el estudio continuo de la palabra de Dios, y verás cómo tu mente es transformada día a día.