“Porque mejor es tu misericordia que la vida”
(Salmo 63:3 RV1960)
Hemos entregado nuestras vidas a nuestro salvador Jesús y hemos venido a Sus pies con nuestras cargas y problemas. Muchas han venido con el alma herida y han visto el milagro que ha ocurrido en sus vidas. Han podido tocar un poco el manto del maestro, han experimentado Su bondad, Su amor y Su presencia, pero hoy quiero invitarte a que profundices en conocerle más. Jesús es fuente de agua viva inagotable. Con Jesús podemos vivir un milagro a diario, el milagro de navegar esta vida observándolo todo bajo la lupa de Su Palabra, el milagro de experimentar Su grandeza y saber que Él está ahí, de verle aún en medio del dolor, el amarle y desearle en medio de la tristeza. Ana oró por un milagro y el Señor se lo otorgó, pero era tal la devoción y fe de ella, que le ofrendó su milagro y lo entregó a Su servicio (Samuel 1:1-28).
Nuestro Dios nos escucha no tan solo para hacer milagros, sino para transformarnos en las hijas que Él quiere que seamos; nos corrige como buen padre para sanarnos de esa enfermedad del pecado. Como hacedor nuestro, quiere que acallemos nuestras visiones mundanas y nos dispongamos a buscar de manera más profunda las cosas eternas.
En estos tiempos tan oscuros, donde se nos ofrece la maldad en bandeja, debemos cuidar nuestros pasos para no resbalar; debemos amar al Señor con más intensidad, de tal manera que todo resulte pequeño ante Él. Evitemos todo aquello que nos hace desear pecar y saquemos más tiempo para degustar de Su presencia. Más allá del milagro está Jesús, el que sostiene tu vida, pero también el universo, nuestro sumo sacerdote que está siempre presente. Abre tus ojos para que te deleites en el Eterno y acércate a Él con confianza para que renueves tus fuerzas. ¡Hay esperanza en Cristo! Ana oró con todo su corazón y fue escuchada. Ora tú también y suelta todo a Sus pies. No valores más lo pasajero, quédate con el Eterno, pues solo en Él encontrarás lo que puede saciar tu alma.
Jesús es tu mayor milagro, pues sacó tus huesos del valle seco y les dio vida. Te transportó de las tinieblas a la luz y abrió tus ojos para que pudieras ver Su reino. Por tal motivo, dispongamos nuestros corazones a buscar la piedad, a desarrollar un carácter de sumisión a la Palabra de nuestro Señor y a vivir una vida devota a todo lo que encierra ser cristianas.
Si no vemos a Jesús con reverencia y temor, y reconocemos Su autoridad sobre nuestras vidas, difícilmente podremos andar en sumisión y obediencia. Recuerda que caminar con Jesús es más que haber recibido un milagro; caminar con Jesús es ir despojándonos de todo pecado que nos asedia, para que nuestras vidas reflejen y exalten su nombre en cada paso que demos.
Necesitamos humillar nuestras vidas ante nuestro Salvador y anhelar el mayor milagro: ¡que nuestra esencia sea solo Cristo!
Jesús vino para que tengamos vida; no te canses en tu camino de santificación. Su vida es abundante para nosotras y Su río aún corre para vivificarte si estás cansada. Clama cada día al que todo lo puede, Él escucha e interviene para bien de nosotras. Adórale, ríndete y suelta los tesoros de Egipto, pues solo en Cristo se encuentran las delicias eternas. Todo lo demás es perecedero, fugaz e incapaz de saciar.
Recuerda Romanos 12:2: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.”
Jesús es nuestro mayor bien, nuestra paz, nuestra máxima satisfacción, Él es más que cualquier milagro, Él mismo, su persona, es nuestro mayor milagro, Dios con nosotros, nuestro salvador y Rey, el que pronto volverá y al que podremos ver un día cara a cara.
¡Maranata!