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Llamadas según Sus propósitos

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“Y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues” 
(Hechos 22:7-8 Reina-Valera 1960)

El llamado de Pablo fue impactante, contundente y radical. Impactante, porque el mismo Jesús se le presenta con una luz gloriosa que deja los ojos de Pablo en oscuridad y a los que estaban con él, espantados. Contundente, porque lleva a Pablo a obedecer. Pablo obedeció el mandato del Señor de ir a Damasco, no solo para recobrar su visión a través de Ananías, sino para recibir instrucciones del llamado del Señor. Radical, porque la vida de Pablo jamás volvió a ser la misma, de perseguidor pasó a ser uno de los defensores más imponentes del cristianismo de su época, dejándonos a nosotros un manjar de lo que fue su vida después de su conversión y la revelación por parte de Dios de las cosas que conciernen a la vida y a la piedad.

Nosotras hemos sido llamadas al igual que Pablo, de seguro, no con una luz cegadora, mas sí con su luz reveladora que quita la ceguera de nuestros ojos y nos lleva a ver que solo en Jesús se encuentra la plena libertad de nuestras almas, al romper con nuestra esclavitud al pecado. Su gracia nos lleva a vivir una vida centrada en Él y por lo tanto todo lo que hagamos debe glorificar su nombre. Debemos desechar todo aquello que le quite no solo el primer lugar de nuestras vidas, sino también todo lo que contrita su Santo Espíritu. Jesús se entregó hasta la muerte, de esa misma manera debemos estar dispuestas a rendir nuestras vidas, dispuestas a entregar lo que el Señor nos pida.

El llamado que nuestro Dios nos hace es un llamado de obediencia; Pablo obedeció y todo lo que antes consideraba como ganancia lo comenzó a ver como pérdida con el fin de ganar a Cristo. Si conocer a Cristo nos lleva a un punto de dar por perdidas nuestras relaciones, y aún más nuestros placeres, disfrutes temporales, amigos, trabajos, etc., no sintamos decepción, recuerda que nuestras vidas tienen que morir a nuestro yo para que podamos recibir una vida renovada y poder ser formadas con un nuevo carácter que se empeñe en perseguir la santidad de Dios.

“Y aún más, yo estimo como pérdida
todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor,
por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo”
(Filipenses 3:8)

También debemos romper con nuestras amarguras, enojos e iras, esos pecados internos que pudieran conducirnos a toda clase de malicia.

Nuestro llamado es con un propósito eterno, que nos conduce a buscar constantemente las cosas de arriba, conscientes de que debemos ser entes de misericordia con los demás, así como el Padre derramó sobre nosotras su eterna misericordia.

Nuestro llamado es a comprobar lo que es agradable al Señor como hijas de la luz, andando en los frutos del Espíritu. Una vida llena de los frutos del Espíritu nunca será sin propósito.

“El Señor es mi luz y mi salvación…”
(Salmo 27: 1)

Porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad,
comprobando lo que es agradable al Señor”
(Efesios 5:9-10)

Por consiguiente, debemos desechar las obras de las tinieblas y cortar con todo pecado y corriente de este mundo que nos lleva de nuevo a esclavitud.

Nuestro llamado anuncia un propósito, y es evidenciar la vida de Dios en nosotras a través de nuestra obediencia y rendición a Él. Jesús nos salva y nos llama a promover su reino y a reprender toda obra de maldad.

Y no participen en las obras estériles de las tinieblas,
sino más bien, desenmascárenlas”
(Efesios 5:11)

Si el Rey de reyes nos ha llamado, nuestra luz debe crecer cada día para parecernos más a Él.

“Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta que el día es perfecto”
(Proverbios 4:18)

Con estos versos, salidos de mi corazón, ratifico el para qué somos llamadas:

Llamadas a amarle
Anunciarle y adorarle
Divino llamado es

Su luz en nosotras
Nos hace crecer
Y los frutos del Espíritu
se comienzan a ver

Que hermoso propósito
Me ha dado Jesús
Mis días en Él
Me lleva a la cruz

De aquí en adelante nadie me cause molestias,
porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”
(Gálatas 6:17)

En Cristo, debemos estar dispuestas a entregar nuestras vidas hasta gastarnos si es necesario, es un llamado incomprensible para la mente inconversa, pero para las que hemos visto la luz, sabemos que en la abundancia o en la escasez, en las alegrías y las pruebas, llevamos en nuestro cuerpo las marcas de Jesús. No hay mayor llamado en esta tierra que caminar en pos de nuestro Señor, rindiéndonos cada día a su voluntad y a su Palabra, sabiendo que de Él  proviene todo lo bueno, todo lo que satisface nuestra alma. En Jesús trascendemos, cuando en obediencia, cada día renunciamos a las obras de las tinieblas y cortamos con el pecado. Nuestro llamado nos debe hacer sonreír con tan solo pensar que pertenecemos al único y sabio Dios, inmortal, invisible y eterno.

¡A Él sea la Gloria!