“Los que teméis al Señor, confiad en el Señor;
Él es vuestra ayuda y vuestro escudo”
(Salmos 115:11)
Muchas veces decimos que Dios es bueno, perfecto, bondadoso, Todopoderoso, que confiamos en Él y Su voluntad, pero en el momento de la prueba, se nos hace tan difícil creerle, obedecerle y descansar en su soberanía. Nos llenamos de miedo cuando todo parece que no va de la manera que queríamos o pensábamos.
Dios nos pide obediencia y confianza en Él. A través de Su palabra nos asegura que es nuestra ayuda y nuestro escudo (Salmos 115:11), y que Él está en control de todas las cosas. Aun cuando pecamos contra Él, Dios es fiel y justo en perdonarnos, amarnos y en suplir todas nuestras necesidades.
Cuando decidimos obedecer vemos cómo Dios respalda a los suyos. Ese es el caso de Moisés, quien fue fiel y sirvió a Dios. Pero primero Dios tuvo que trabajar en Moisés, para lograr en él una vida de obediencia y sumisión.
Como consecuencia de haber dado muerte a un egipcio que golpeaba a un hebreo y al ser descubierto, por temor, renuncia a su corona, huye de Egipto hasta el desierto de Madián, por cuarenta años, donde trabaja como pastor de ovejas, tiempo en la cual su carácter fue trabajado y transformado hasta recibir el llamado de Dios.
Moisés es enviado de regreso a Egipto para liberar a su pueblo de la esclavitud. Luego de presentar varias excusas, se rinde ante el SEÑOR en obediencia para cumplir con su mandato (Éxodo 2:11-4:31). Todo lo hizo como fue guiado por el SEÑOR; enfrentar al Faraón, cruzar por el Mar Rojo, anunciar al pueblo lo que Dios les ordenaba, confiar en Él y en Su Providencia y protección por 40 años en el desierto, entre muchas otras cosas, a pesar de los grandes obstáculos que tendría que enfrentar y los sacrificios que esta tarea conllevaba.
Aunque en su humanidad caída, en medio de un altercado con el pueblo quejumbroso, se dejó vencer de sus emociones y a pesar de haber sido considerado como un «hombre muy humilde (manso), más que cualquier otro sobre la faz de la tierra.» (Números 12:3), no siguió la dirección de Dios cuando tuvo que darle agua al pueblo en medio del desierto. Esta acción le trajo consecuencias graves (Números 20:7-12), la cual no le permitió entrar a la tierra prometida.
Pero su carácter fue moldeado completamente por Dios, y él supo tener «Obediencia a toda costa», aun sabiendo que su llamado iba a costarle un gran precio. Fue llamado «hombre de Dios», «siervo del SEÑOR» (Deuteronomio 33:1; 34:5). Su evaluación final la encontramos en Deuteronomio 34:10-12.
Y a pesar de todas las dificultades, ¿por qué creemos que Moisés pudo ser obediente hasta el final? Definitivamente, ¡Moisés fue movido por la fe! Él miraba hacia el futuro, hacia «las cosas esperadas» hacia «las cosas que no se veían», «buscando la recompensa» de Dios; Él «soportó, como viendo al invisible». Su mirada no estaba puesta en hombres falibles o en los obstáculos terrenales, sino en Dios mismo y Sus promesas (He.11:24-27).
Ese es el secreto para «obedecer a toda costa»: La Fe. Debemos, como Moisés, apartar nuestros ojos de otras cosas y fijarlas en el Señor: «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.» (Hebreos 12:2).
Jesús pudo ver más allá de la oscuridad del Calvario y la aflicción de su alma. Su visión no se afectó, sino que se mantuvo consciente del «gozo puesto delante de Él». Nuestra fe nos va a permitir mirar más allá de la oscuridad de la prueba. Así como la luz se hace más evidente en la oscuridad, también podemos percibir de una forma más real y tangible, la presencia de Dios en medio de nuestras pruebas. Fijemos nuestra mirada en las cosas de arriba. Al poner los ojos en Jesús, nuestra Fe es fortalecida y somos movidas y motivadas a cumplir la voluntad de Dios.
Nuestro Señor Jesús fue el ejemplo perfecto de obediencia. Él mismo es el autor de nuestra fe y quien la sostiene hasta el final. ¡Él ha ido delante! Cumplió la voluntad del padre aun teniendo que sufrir y morir por nosotras. Él también perfeccionará nuestra fe. Él mismo corrió la carrera, pacientemente, confiando en Su Padre, y perseveró hasta el final, pronunciando «¡Consumado es!»