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La batalla en Getsemaní

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“Viviendo en gratitud”, ¡gran temática!    Somos exhortadas a “agradecer” por todo y en todo, sin importar lo que enfrentemos en nuestro diario vivir, sea bueno o sea malo, “porque esta es voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5: 18).

¿No has pensado en “agradecer” porque vivimos? Existimos, nos movemos, somos…Todo se lo debemos al Dios y Padre Todopoderoso que nos creó a su imagen y semejanza y nos sopló su aliento de vida. ¡Disfrutamos de vida física!  (Génesis 1:27; 2:7).

Como sabemos, en el Edén, Adán y Eva cayeron en pecado al desobedecer el mandato de Dios, y esto trajo muerte espiritual, separación de Dios, destrucción, condenación, maldición sobre la raza humana y toda la creación. Nacimos condenadas a la ira de Dios, con una naturaleza totalmente pecaminosa (Génesis 2:16-17; 3).

Pero Dios, por Su gracia y misericordia, en Su Hijo Jesús, “el Cordero que quita el pecado del mundo”, nos otorgó vida eterna, redención, perdón de pecados, justificación, reconciliación y santificación, cuando Él tomó nuestro lugar y murió por nosotras en la cruz del calvario (1 Corintios 1:30). Al aceptar por la fe Su sacrificio, y recibirle como Salvador y Señor de nuestras vidas, pasamos de muerte a vida; somos libradas de la ira venidera y de la condenación eterna (Juan 3:16, 18; 5:24; 1 Juan 5:11-12).

Hoy le agradecemos por esta vida que tenemos en Él y que por pura gracia disfrutamos (Efesios 2:8-9). El costo para esto fue muy alto, pues Jesús tuvo que pagar por nuestros pecados, haciéndose pecado y maldición (2 Corintios 5; 21; Gálatas 3:13). Él sabía que su hora llegaría, incluso advirtió por tres veces a sus discípulos por lo que tendría que pasar: padecer mucho, ser desechado, morir y resucitar al tercer día. (Marcos 8:31; 9:31; 10:33-34).

Tenía conciencia de su misión de ofrecerse voluntariamente en sacrificio vivo por el pecado: “Entonces dije: he aquí, yo he venido (EN EL ROLLO DEL LIBRO ESTÁ ESCRITO DE MÍ) PARA HACER, OH DIOS, TU VOLUNTAD” (Hebreos 10:7).

Cumplidos los eventos previos, la hora crucial se acerca; Jesús ora por sí mismo; es una oración gloriosa, llena de sentimiento; pasa balance ante el Padre sobre el cumplimiento de la obra encomendada, y le ruega que le glorifique a su lado con la misma gloria que disfrutó con Él antes de la fundación del mundo, orando también después por sus discípulos (Juan 17:1-5).

Llegó el día señalado, día de gran angustia; tiene que librar su gran batalla, la última, antes de ir al calvario.  Getsemaní (Prensa de aceite), en el monte de los olivos, sería el gran escenario. Sería nuevamente probado y tentado hasta el máximo, así como lo fue antes de iniciar su ministerio y tuvo por 40 días y 40 noches de ayuno en el desierto (Mateo 4:1-11).

Leyendo Marcos 14: 32-34, concluimos que allí, Jesús fue realmente prensado (no brotó aceite de su cuerpo, pero sí gotas de sudor como de sangre, según Lucas 22:44).  Todo Su ser fue conmovido física, emocional y espiritualmente; con un nivel de estrés muy alto, fue presa de la angustia, del sufrimiento; la aflicción se apoderó de Él, llevándole a confesar a Pedro, a Jacobo y a Juan: “Mi alma está muy afligida hasta el punto de la muerte”; y les pidió que velasen (v.34). Tenía claro en su mente por todo lo que iba a pasar, y le afligió saber que debía tomar completamente la copa del sufrimiento. Al ser totalmente santo, divino, y humano, sin cometer pecado alguno, le era impensable recibir sobre sí el castigo por el pecado de todos, la ira de Dios, y, sobre todo, la separación y abandono de su Padre, como la viviría luego, desde la cruz (Mateo 27:46).

¿Qué hizo Jesús?  Orar con agonía, fervor y desesperación ante su Padre; postrarse rostro en tierra, rogándole en tres ocasiones que le librara, si le era posible, de ese trago amargo, pero que prevaleciera su voluntad: “Abba Padre! Para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” (v.36).   ¡Gran momento de sumisión y rendición a lo predeterminado por el Padre!  Recibió la fortaleza para enfrentar lo que vendría. Se levantó, fue de nuevo a sus discípulos, que aún dormían. ¡Ya estaba listo para su apresamiento!, y así cumplir el propósito de su venida (Juan 6:38-40; 1 Juan 4:10; Hebreos 2:15; Colosenses 1:13; Romanos 6:11, 14; 2 Corintios 5:18-19).

Por esta grandiosa victoria de nuestro Señor, ganada de rodillas, nuestra gratitud es en extremo grande. ¡Lo que Adán perdió en el Edén, Él lo recuperó en Getsemaní!

Su ejemplo nos enseña cómo ganar nuestras batallas: orando para no entrar en tentación, humillarnos ante el Señor, ¡buscar Su voluntad y someternos a ella! ¡Él no nos desamparará! (Isaías 41:10) ¡Gracias Jesús por amarnos, darnos vida en abundancia y sellarnos con tu Espíritu para aquel día!