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¡Jesús cómo Siervo!

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“Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:28-29)

Me encantan las primicias: Las primeras flores, los primeros frutos, el bebé recién nacido, observar una relación de noviazgo que inicia; olores, colores y sabores que despiertan emociones maravillosas.  Ver una vida nacer de nuevo en Cristo; observarla descubrir su derredor como una nueva versión, ¡Eso me pasó a mí!

Recorría el país con unas amigas y veía el cielo más azul, las nubes de un blanco más brillante, cada detalle de las flores silvestres por nuestro sendero al pasar; y mis amigas que ya eran cristianas de años, se reían entre sí con la complicidad del que sabe lo que está aconteciendo. Acabamos de recibir un reino totalmente desconocido, pero que se comienza a develar a nuestros ojos de inmediato.

Anhelamos con ansia conocer más de Aquel que nos salvó, de Jesús, Su persona: Es el centro de la revelación bíblica.  Saber sus preferencias, expectativas y lo que hay en su corazón.  De la misma manera que una pareja al iniciar el noviazgo quiere saber todo el uno del otro y las horas no les alcanzan para hablar y compartir así se inicia nuestra relación con Jesús.

Él va dándose a conocer no como el Jesús histórico, profeta o maestro que hemos conocido, sino a través de los diferentes enfoques de Él encontrados en los evangelios: Rey, Siervo, Hombre y Dios. Si lo conocemos a Él, conocemos a Dios; Él es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15) y si le hemos visto a Él, hemos visto al Padre (Juan 14:9).

Y aun disfrutando tanto las primicias, no hay nada más sabroso que un fruto maduro de manera natural, cuando todos los sabores se han asentado y la dulzura, el sabor, el color satisfacen el paladar de quien lo come.

A través del crecimiento en el conocimiento de Él, sus atributos, sus nombres, su carácter, lo que Él revela de sí mismo, vamos madurando en la relación con Él y siendo transformadas, dejando ver la forma en que vivimos y testificando quiénes somos realmente.

Hebreos 12:28-29, nos asegura que ya hemos recibido ese reino y que esto produce en nosotras tal gratitud, que nos mueve al servicio, a la adoración a Dios y nos dice cómo debe ser dicho servicio y el por qué.

Agradecemos al Padre, que nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado, quien nos redimió, perdonando todos nuestros pecados. Él es la imagen del Dios invisible y por medio de quien fueron creadas todas las cosas (Colosenses 1:13-16), y, sin embargo, decide despojarse y humillarse, ser siervo, semejante a los hombres. El apóstol Pablo, a su vez, nos exhorta a imitarle: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo…. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:3, 5-8), En total control, a favor de la humanidad. La humildad no es debilidad, es fortaleza bajo control.

Vemos a Jesús, Dios encarnado, en Juan 13, lavando los pies a sus discípulos, dejando ejemplo de cómo y con qué actitud debemos servir.  Con humildad, sin vergüenza, dispuestas, sabiendo que estamos sirviendo por causa de Él y para Él, y esto debe producir gran gozo.

“Sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”. Servimos a un Dios tres veces Santo, con ojos tan limpios que no pueden ver el mal, provocando en sus hijos, no miedo sino respeto, temor reverente. Tengamos pues, especial cuidado al servir porque es al Dios tres veces santo a quien estamos sirviendo, con la única motivación de que Él sea agradado y glorificado en medio de nuestro servicio.

En cada versículo leído hasta ahora, se nos advierte a no desechar a Dios y a no hacer como los que recibieron la ley en el Sinaí (Éxodo 19 y 20, 31:18, 32).  donde se prescriben muchos castigos para aquellos que no cumplen con ella, pero que será mucho peor para aquellos que rechazan al Hijo, a Jesucristo, ya que la ira del Señor permanece sobre ellos (Hebreos 10:26-31). 

Recibiremos un reino inconmovible, solo por Gracia y debemos hacerlo con una actitud de temor reverente delante de Aquel que es fuego consumidor (Deuteronomio 4:24).

Pienso en algunas preguntas que nos pueden ayudar a autoevaluarnos:

  • ¿Estás representando a Cristo de una manera agradable a Él al servir?
  • ¿Haces morir cada día el yo, para que esa muerte destruya el orgullo propio de esta naturaleza caída?
  • ¿Estás sirviendo, considerando al otro como superior a ti mismo?
  • ¿Estás sirviendo, tan solo porque se trata de Dios?
  • ¿Está siendo tu carácter moldeado más y más al de Cristo?

Si verdaderamente has confiado en Cristo, comienza a observar tus actitudes y acciones, porque el objetivo de Jesús es transformar vidas.