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Gracias Dios por un lugar que puedo llamar hogar

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Hay palabras que evocan en nosotros sentimientos sublimes, y una de ellas es Hogar. Al escucharla frecuentemente lo que nos llega a la memoria es amor, calidez, compañía, ternura, apoyo y seguridad. Aunque lo cierto es que esta no es la experiencia de todos los vivientes de este lado de la Gloria. Pues para algunos el hogar representó o se ha convertido en un referente de soledad, maltrato o dolor. 

La realidad para el creyente es que nuestro verdadero hogar nos espera en la morada eterna junto a nuestro Dios. Cómo dijo el Pastor Billy Graham: “Mi hogar está en el cielo, yo solo estoy viajando por este mundo.” Pero mientras llegamos allí tenemos la oportunidad de construir no solo una casa o conformar una familia sino también de tener un lugar que pueda llamar hogar. 

El origen de esta palabra se relaciona con el surgimiento de la cultura occidental y proviene del vocablo latino “focāris”, derivado de focus, traducido al idioma español como fuego. En la antigüedad las casas tenían una hoguera que representaba el área central de la misma entorno a la cual la familia se reunía, ya fuera por tradición o por temas prácticos como la necesidad de proveer luz y calor. Mientras que hoy en día cuando se habla de hogar se hace más bien referencia al domicilio de estos o al ambiente que los envuelve.

Mientras leía un poco sobre lo anterior Dios traía a mi mente lo siguiente:

Todas tenemos un hogar, independientemente estemos solteras conviviendo con nuestros padres ya en su etapa de vejez, estemos casadas con varios hijos, o quizás vivamos solas y los sobrinos que vengan por temporadas a visitarnos. 

Ahí donde vives, ese lugar al que regresas después de un largo día de estudio o trabajo no es solo tu casa, también debes verlo y hacerlo tu hogar. Pues cómo mujer Dios te ha entregado el don maravilloso de ser “Dadora de Vida”, el cual va más allá de la maternidad. Tiene mucho más que ver con ser un testigo fiel de Cristo que pregona la verdad del evangelio para que los que están muertos en sus delitos puedan nacer de nuevo, tiene que ver con servir, entregarse y dar lo mejor por el bien de otros. Con desarrollar una actitud de mansedumbre y cultivar una vida basada en la piedad, que proyecte amor, gratitud, paz y gozo en medio de un mundo cargado de pesares. 

Tal vez no lo habías visto de este modo, pero te aseguro que en tus manos está la capacidad de hacer la diferencia, para que el lugar en el cual vives mientras estas de paso en esta tierra, más que una habitación, una morada o vivienda, sea un espacio acogedor y cálido que pueda apuntar a cada uno de sus miembros hacia el hogar celestial. 

Hoy en día en la gran mayoría de los pueblos ya no se requieren de hogueras con leña para iluminar o calentar las noches. Pero como cristianos si necesitamos la luz “Y la luz mora con Él” (Daniel 2:22) y el fuego que viene de una relación íntima con Dios “Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (2 Tim. 1:6) para depender de su Santo Espíritu para mantener resguardada nuestras familias de la influencia de un mundo contrario a Dios y de las acechanzas de un enemigo que solo busca destruir

Algunas formas como podemos hacerlo son:

  • Compartiendo la Palabra mediante devocionales y estudios bíblicos acordes a la realidad que estén viviendo.
  • Colocando alabanzas mientras enfrentas los afanes del día para ayudar a que la mente no solo divague por lo terrenal, sino que pueda tener presente lo eterno. 
  • Volviendo los espacios de la casa agradables a los sentidos. (Colocando plantas en las ventanas o fotos en la repisa, encendiendo una vela aromática en un rincón, sirviendo una bandeja con gracia, anotando un versículo en la nevera, etc.)
  • Usando tus palabras con gracia, siendo prudente al hablar, sabía para confrontar o callar. 

Amada hermana, te animo a que a partir de este día puedas levantar acción de gracias a Dios por el hogar que te ha concedido, aún si no fue el que deseaste o te esforzaste en construir. Que cualquier carencia o desencanto en torno a este tema, pueda opacarse ante un corazón que escoja ser agradecido por lo que Dios ha hecho o permitido, por lo que te ha dado o retenido. Pues la gran verdad es que un día, cuando lleguemos a su presencia habremos llegado a nuestra morada eterna, a la cual sin temor ni un ápice de insatisfacción podremos disfrutar como el verdadero hogar.

“Porque sabemos que si la tienda terrenal que es nuestra morada es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos” (2 Corintios 5:1)