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El verdadero amor nació en un pesebre: La encarnación de Cristo como la más sublime prueba del amor de Dios por los suyos

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No podemos negar que vivimos en un mundo que se deja arrastrar por la agitación y la búsqueda constante de significado y pertenencia. Al leer el capítulo 3 del libro de Génesis, podemos entender cómo el ser humano, que fue creado con un propósito divino de dar gloria a su Creador fue manchado por el pecado, convirtiéndonos en ciegos espirituales que seguimos tras las sombras de todo lo que nos parece que puede dar sentido a nuestra existencia. 

En la temporada navideña, algunos nos aferramos a la idea de un tierno bebé que baja del cielo para dormir en un pesebre y luego complacer nuestros deseos. Nos llenamos con la temporalidad de la música, las buenas acciones, los dulces y las comidas familiares, sin darnos cuenta que la historia de la encarnación de Cristo trasciende más allá de cualquier festividad de este mundo. El nacimiento de Cristo en un humilde pesebre, simboliza el sacrificio divino de la segunda persona de la Trinidad, al dejar a un lado Su gloria celestial para convertirse en hombre.  

Juan 1:14 «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.» 

Cuando pensamos en que el Hijo de Dios asumió una naturaleza 100% humana, sin dejar de lado Su naturaleza 100% divina, nos encontramos con un misterio que desafía nuestra comprensión limitada y finita. Al nacer, no en un palacio y haciendo uso de Su naturaleza divina, sino en un pesebre de una posada a la orilla de un oscuro camino de Belén, Cristo abandonó voluntariamente Su lugar para caminar entre nosotros, como otro cualquiera, experimentando como nosotros las penas y alegrías que llenan los días de cualquier individuo en esta tierra.  

Filipenses 2:5-8 «Que este mismo sentir los motive a ustedes, que están unidos a Cristo Jesús: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su igualdad con Dios; al contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!» 

La encarnación divina no es solamente una historia bíblica, sino que es un testimonio fiel del increíble, infinito y fiel amor de Dios. Cristo, no solamente se hizo hombre, sino que se hizo el más humilde de los hombres para amarnos a través de su servicio sacrificial. Cuando analizamos lo que significó esta renuncia, podemos llegar a entender que la encarnación no fue una acción caprichosa o aislada, sino un acto deliberado de puro amor que es el centro de la Historia de la Redención orquestada por Dios desde la eternidad pasada.  

Mateo 20:28 «Así como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.» 

Al Cristo descender de los cielos, tenía claro cuál era Su propósito: Reconciliar a la humanidad con Dios y consigo misma. Al asumir nuestra humanidad, se determinó a vivir la experiencia completa de ser humano para redimirnos y restaurarnos con Dios Padre, nuestro Creador. 

Gálatas 4:4-5 «Pero cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos.» 

Pudiéramos preguntarnos en algún momento ¿por qué Dios eligió un pesebre como cuna del salvador del mundo?, pero de algo podemos estar seguras… ¡en Dios no hay despropósito! Esta decisión de Dios no es un accidente. Los dolores de parto de María no estaban fuera de los propósitos divinos. Un pesebre, un sencillo recipiente de alimentos para animales, se convirtió en un poderoso símbolo de humildad y servicio. Con este nacimiento modesto, Cristo nos modela un liderazgo cuya base está en el servicio y nos enseña que la verdadera grandeza está en la humildad. 

2 Corintios 8:9 «Pues ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre, para que ustedes mediante su pobreza llegaran a ser ricos.» 

Juan 13:14-15 «Así que, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado un ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.» 

Mateo 23:11-12 «El mayor entre ustedes deberá ser su servidor. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» 

La encarnación divina no es solamente una narrativa pasiva que contemplamos, sino un llamado activo a seguir el ejemplo de Cristo. Es un desafío a morir a nosotros mismos y a abrazar la humildad y el servicio. El verdadero amor, como se muestra en un modesto pesebre, nos empuja a amar y servir a los demás como Cristo: de manera desinteresada, renunciando a nuestra comodidad en favor y a beneficio de nuestro prójimo. 

Dios es amor, y la encarnación de Su hijo en un pesebre debe llevarnos a reflexionar sobre el eterno amor redentor que vivió una vida perfecta para que hoy “todo aquel que en Él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). En medio de las complejidades de estos tiempos, el pesebre nos recuerda nuestro camino hacia el amor verdadero de Cristo y el significado de Su obra en la Cruz a nuestro favor.