«Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra;
pero con los humildes está la sabiduría.”
(Proverbios 11:2)
Uno de los aspectos más difíciles de erradicar en nuestras propias vidas es el orgullo. Es el orgullo lo que nos impide muchas veces acercarnos a Dios o crecer espiritualmente. Creemos que no necesitamos de Dios, que estamos bien o que somos mejores de lo que realmente somos. Nos dificulta admitir nuestros errores o nuestras fallas, o simplemente, pedir perdón. Muchas veces el orgullo revela, expone, y levanta nuestros propios intereses, egos, dejando expuesta nuestra autosuficiencia. El orgullo nos ciega, y no nos permite ver nuestra necesidad de redención. En consecuencia, nuestro «YO» se convierte en un ídolo y toda obra del único y verdadero Dios queda echada a un lado.
En la biblia, una y otra vez vemos, que personas o gobernantes en lugar de poder o de influencia, olvidan quién realmente está en control por encima de todo lo que sucede, y quién ha sido el único responsable de la conquista y la victoria. Isaías, quien fuera vocero de la voluntad de Dios en aquel tiempo, nos cuenta sobre la dimensión enorme que arropó a los dirigentes de ese momento… «Hemos oído del orgullo de Moab, un gran orgullo, de su arrogancia, de su altivez y de su furor; son falsas sus vanas jactancias.» (Isaías 16:6) Evidentemente estaban muy lejos de Dios, perdidos en su propia voluntad.
Así también vemos que pasó con Faraón durante el tiempo del éxodo del pueblo de Israel, donde Dios le manifestó su poder y soberanía a través de las plagas, para empujarlo a liberar Su pueblo de la esclavitud en Egipto. Era evidente que Yahweh, el Dios de los Judíos era real y que era más poderoso que Faraón y sus dioses; sin embargo, su orgullo no le dejó darse por vencido y su corazón se endureció (Éxodo 5:2; 7:13; 8:13-15, 31-32; 9:7).
¿Qué dice Dios sobre el orgullo?
Dios aborrece el orgullo. Más allá de llamarlo pecado, lo llama abominación. Bíblicamente hablando, al orgullo también se le llama como arrogancia, soberbia, insolencia, altivez, de dura cerviz, ser jactancioso, entre otros. Es la raíz de todo pecado, es considerar que uno no le debe nada a Dios, que no necesita su ayuda en absoluto.
“Delante de la destrucción va el orgullo,
y delante de la caída, la altivez de espíritu”
(Proverbios 16:17-19 LBLA)
Cuando Dios dice que el orgullo vendrá antes de la “caída”, Él nos está dando una gran advertencia de que algunas de estas caídas podrían terminar siendo muy severas. El orgullo solo conduce a la humillación. Faraón no hizo caso a estas advertencias, Su orgullo se manifestó como independencia de Dios, con una arrogancia tal, que fue peligrosa para su bienestar y éxito en la vida. Junto con su pueblo sufrió consecuencias mortales, como bien leemos en Nehemías 9:9-10. En esta historia del Éxodo, Dios nos demuestra, una y otra vez, Su control sobre todo el universo. Dios no solo quita y pone… plagas, sino también reyes y toda autoridad en la tierra. ¡Él es quien dejaría salir al pueblo bajo Sus condiciones!
El propósito de las advertencias de las Escrituras es devolver al pecador orgulloso por un camino de humildad y obediencia. Podemos decir entonces, en contraste, que “La recompensa de la humildad y el temor del SEÑOR son la riqueza, el honor y la vida” (Proverbios 22:4 LBLA). Siendo humildes, Solo por el temor al Señor nos llevará a otros destinos. Debemos someternos a Dios en todos los aspectos de nuestras vidas y reconocer nuestra desesperada necesidad de Él (1Pedro 5:6-7).
Pidamos al Señor, que no nos permita ser mujeres orgullosas que seguimos nuestro propio camino, más bien que nos haga siervas humildes, hacedoras de Su Palabra. El deleitarnos en el Señor y seguirle con humildad y temor, nos establecen con seguridad en Su camino, donde nuestros pies no tropezarán ni resbalarán.
“Porque yo soy el SEÑOR tu Dios,
que sostiene tu diestra, que te dice:
«No temas, yo te ayudaré»
(Isaías 41:13 LBLA)