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El amor de Dios es eterno

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Una de las cosas que el año que recién dejamos atrás me permitió, fue conocer más íntimamente al Dios en quien he creído, “Nuestro eterno y soberano Dios”. En medio del confinamiento, la incertidumbre, el aislamiento, las pérdidas, y al experimentar el dolor, la tristeza y la soledad resultante de todo esto, encontraba una fuente permanente de aguas a las que podía acercarme y recurrir continuamente en mi necesidad. Aguas que en medio de la sequía de mi alma daban vigor. Aguas que me consolaban y daban esperanza, permitiéndome recobrar fuerzas para continuar perseverando en la carrera de la Fe. A nuestro fiel Dios no se le acortó Su brazo para extender misericordia y gracia hacia todo aquel que le buscaba. Y en medio de todo esto el enfoque de mi mente fue cambiando de lo temporal a lo eterno.

He iniciado este año con una sed profunda por conocer más íntimamente a Aquel que un día me dijo “…con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.» (Jeremías 31:3).

Este año quiero descansar en Su fidelidad y mientras lo hago (no pasivamente), anhelo que el conocimiento de Él crezca de tal manera que Él se haga suficiente. Redescubrir de una forma fresca Sus atributos, que pueda contar con un conocimiento veraz de El. 

“Con amor eterno te he amado”. En este momento me detengo a reflexionar en esta frase y te invito a que lo hagamos juntas.

El concepto de eternidad se expresa en las Escrituras con dos palabras cuyo significado fundamental está relacionado con un tiempo muy prolongado. La primera es la palabra hebrea “loam” que significa tiempo escondido o distante, ya sea en el futuro o en el pasado. La segunda es “aion”, una palabra griega que significa edad y posee la idea básica de prolongación en el tiempo. Ambos términos en sí mismos significan eternidad o tiempo sin fin. Denotan infinitud o aquello que no está limitado por el tiempo: “por los siglos de los siglos”, “hasta las edades de las edades”. Duración que no tiene principio ni fin. La eternidad de Dios es sugerida por pasajes que hablan del hecho de que Dios siempre es o siempre existe. Un ejemplo es Apocalipsis 1:8 que dice “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Para nosotros como seres humanos entender esta expresión es difícil debido a nuestra temporalidad.

Además, encontramos el amor junto al adjetivo “eterno”, haciendo de esta frase un mensaje poderoso y consolador. Él me ha amado desde la eternidad y me amará hasta la eternidad. Su amor por mí siempre ha sido, siempre es y siempre lo será. Dios no solamente ama, Él es amor. La esencia misma de Dios es amor y todo lo que Él ejecuta lo hace basado en el amor. El amor de Dios es eterno, no tiene límites, el amor de Dios está fuera de esta dimensión llamada tiempo y nunca se acaba. “Dios es amor” (1 Juan 4:8). El amor no es simplemente uno de Sus atributos, es su misma naturaleza.

El amor de Dios es eterno: Dios mismo es eterno, y Dios es amor; por tanto, como Él no tuvo principio, tampoco su amor lo tiene. Este concepto trasciende el alcance de nuestra mente finita. Sin embargo, cuando no podemos comprender, podemos adorar.

Tanto fue el amor de Dios que Él entregó a su propio Hijo por amor a nosotros, 1 Juan 4:10 “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. El amor de Dios no depende de nosotros sino de Dios mismo. Dios nos ama porque Él decidió amarnos y este amor fue demostrado y consumado cuando no lo merecíamos. “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Derramando Su amor en nuestros corazones. A través de Cristo podemos entender, aunque no totalmente, este concepto de amor eterno con el cual somos amadas. Es posible entonces ir de este concepto abstracto a lo tangible y saber que es para nosotras, y a la vez aceptarlo con gratitud en nuestras vidas. 

El apóstol Pablo orando por los creyentes (orando por nosotras) en Efesios 3:17-19 dijo “…de manera que Cristo habite por la fe en sus corazones. También ruego que arraigados y cimentados en amor,ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad,y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.” 

El conocimiento veraz y el aumento del amor eterno de Dios producirá una reciprocidad, primero amándole a Él y luego amando al prójimo, imitando la manera en que Dios nos ama.  Mateo 22:37-38 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y podemos hacerlo porque Él nos amó primero y porque amaremos con el amor que Él ha derramado en nuestros corazones. Arraigadas y cimentadas en amor junto a todos los santos, comprendiendo lo ilimitado de esas cuatro dimensiones del amor de Dios que nos rodean cubriéndonos por todas partes sin que exista cosa alguna que nos pueda separar de Su eterno amor.  Al inicio decía que, al descansar en la fidelidad de Dios, no lo haría pasivamente, y es que para poder hacerlo, necesito intencionalmente buscar (acción) conocerle. Pasar tiempo con Él, hablarle en oración, adorarle por lo que Él es, leer Su Palabra para conocer Su carácter y Sus obras. Meditar y reflexionar en Sus principios y mandatos. Obedecerle, tal como dice 1 Juan 5:3, “si le amamos le obedeceremos”. Disciplinando, aun mi propio cuerpo, como lo hace un atleta (1 Corintios 9) dejando mi comodidad para ir a ese encuentro diario con mi Amado Eterno. ¿Te animas?

Este artículo es material producido y creado por el equipo del ministerio de mujeres de la Iglesia Bautista Internacional, Ministerio Ezer.