“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque, así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo”. 2 Corintios 1:3-5
¡Qué días tan difíciles estamos viviendo! Somos testigos de las consecuencias del pecado de Adán y Eva, no solo en la humanidad, sino en toda la creación. La Palabra de Dios dice que la creación gime a una esperando su liberación. Terremotos, tsunamis, hambrunas, pestilencias.
En estos días hemos visto una conmovedora imagen que ha recorrido el mundo a través de las pantallas. una beba recién nacida, con el cordón umbilical intacto, ya que su madre la dio a luz en medio de un devastador terremoto y es sacada de los escombros de un edificio derrumbado siendo, la bebe, la única sobreviviente de toda la familia, huérfana desde su nacimiento.
Nada de esto puede sorprendernos, las aflicciones, tribulaciones y pruebas nos acompañarán en el transitar por este mundo, pero como nos dice Jesús en Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados”. Al llorar no solo sentimos el dolor y la tristeza, sino que el lloro nos mueve a reflexionar sobre el propósito para el cual nuestro Padre lo permite. Nos es necesario sufrir para ser bendecidas, lo que nos bendice no es el sufrimiento, es el poder ser consoladas por nuestro padre. Este bebe no tiene padres terrenales, pero Dios le conceda conocer desde pequeñita a Aquel que la entretejió en el vientre de su madre con un propósito eterno, al Padre de huérfanos (Salmo 68:5)
La palabra consolación, “parakleseos”, significa consuelo, estímulo; y aun en otros contextos exhortación. Esta palabra sugiere tanto el consuelo que solo Jesús el Mesías puede dar, que la clase de alivio que Dios proporciona, similar al que una madre abnegada de tierno corazón puede ofrecer al corazón afligido de su hijo. Es un irresistible e irrechazable consuelo. “Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré allí, en Jerusalén seréis consolados” (Isaías 66:13).
En estos versos de 2 Corintios 1:3-5 encontramos 3 verdades que de la misma manera que hacen que Pablo irrumpa en alabanza, nos hace estar firmes al necesitar consolación.
- Debemos conocer a Dios de manera íntima, personal y profunda cada dia más. v.3 No solo es el Padre de otros, sino que por cuanto es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Él es “mi padre” y conoce las necesidades de Su hija. Por esto la alabanza esta de continuo en mi boca porque le he conocido como Padre de misericordias y de toda consolación. Por cuanto Dios me ha consolado, yo estoy consciente de Su presencia consoladora en mi vida.
- Dios nos hace partícipes del ministerio de consolación. v.4 Nos bendice para poder ser un medio de Gracia para Su pueblo. Consolar es un ministerio que engrandece la obra de Dios porque Él es el que consuela y a la vez capacita para consolar a otras con el mismo consuelo con el que Dios nos consoló en nuestras tribulaciones. Él nos ha permitido atravesar por diversas circunstancias y en medio del fuego de la prueba nos ha hecho experimentar Su ternura, Su aliento, Su consuelo. (Salmo 27:13-14) “Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera al Señor; Esfuérzate y aliéntese tu corazón”.
- Su consuelo siempre será mayor que nuestra tribulación v.5. Nosotras a veces sufrimos por ser cristianas; somos objeto de vituperios, rechazos, hostilidad, traición, soledad; esto es lo que conocemos como los padecimientos de Cristo. Él los padeció cuando estuvo en esta tierra entre los hombres y los sufre cuando los miembros de su cuerpo lo padecen. Como parte de la familia de Dios reconocemos y experimentamos las aflicciones de Cristo como una manera de identificarnos con Él. Y somos consolados como cuerpo, con todos los santos. Cristo los padece juntamente con nosotras y nos consuela con su propia consolación.
Solamente los que han podido pasar una profunda prueba saben cómo dar una palabra adecuada a otros que son llamados a pasar por la misma. Los sufrimientos del cristiano SIEMPRE vienen acompañados con la consolación de nuestro Buen Padre.
Cuando somos consoladas en medio de nuestra aflicción es como recibir un bálsamo que no podemos dejar de compartir con otros porque sabemos que hemos sido consoladas y fortalecidas para extender a otras esta bendición, de la misma manera que Dios lo hizo. Mostrando ese mismo amor de Dios a aquellos que están pasando por tiempos de tribulación.
Conocer al Padre de Misericordias y al Dios de toda consolación es consuelo para mi, porque nuestro Dios no cambia ¡Él es Inmutable! “Tus fieles promesas son nuestra armadura y protección” Salmo 91:4.
Amada hermana, nuestra verdadera consolación la conoceremos en toda su plenitud al llegar a ese lugar que Dios nos ha prometido al finalizar la carrera de la Fe y haber sido encontradas aprobadas, la Nueva Jerusalén Celestial, y dice Su Palabra. “… y Dios mismo estará entre ellos. 4 Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado”.
Amadas, anhelemos la venida de nuestro Señor y Salvador y podamos unir nuestras voces a Apocalipsis 22:17 “El Espíritu y la esposa dicen: «Ven». Y el que oye, diga: «Ven». Y el que tiene sed, venga; y el que desee, que tome gratuitamente del agua de la vida. v.20 Ven, Senor Jesús”.