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Criando hijos piadosos en un mundo de impiedad 

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En este instante en que me dispongo a escribir vienen a mi memoria algunas prácticas de mi padre, muy acostumbradas, hechos que marcaron mi vida y que nunca he podido olvidar. Recuerdo una noche en que estaba yo mirando la televisión (que en ese tiempo era en blanco y negro), él entró por la puerta de la sala, se sentó a mi lado, se quedó mirando la pantalla y esta fue su expresión: «hija, si Jesús entrara ahora y se sentara a tu lado ¿continuarías viendo esa misma película?… Automáticamente yo la cambié. A pesar de que no era nada pecaminoso porque en ese tiempo aún no se proyectaban escenas tan indecorosas como las que se proyectan hoy, tenía algunas que eran un poco fuertes. En ese momento me sentí muy confrontada, y triste a la vez, por haber sido capaz de violar normas que habían sido establecidas y modeladas por él para nosotros.  Como ése, hermana, yo podría ponerte muchos otros ejemplos porque él siempre quiso que nosotros, sus hijos, entendiéramos lo que significaba vivir conforme a los patrones de Dios.  Claro, él era nuestro mejor ejemplo. 

Hoy, hermana, que estoy escribiendo para ti, te pregunto: ¿sería ésa una fórmula que utilizarías para corregir a tus hijos? La realidad es que pocas veces pensamos en la responsabilidad que tenemos ante Dios de criar hijos piadosos y la razón es que nosotras tampoco lo somos. No vivimos conforme a Su voluntad moral. Nos llamamos cristianas porque vamos a la iglesia, damos un diezmo, leemos la Biblia y hacemos uno que otro acto cristiano, pero cuando de nuestras actividades regulares se trata lo hacemos sin pensar en si a Dios le agrada o le desagrada lo que estamos haciendo, no pensamos en si estamos violando o no su santidad. La verdad es que somos unas impías. Si. No te sorprenda.  El problema es que creemos que ser impío significa llevar una vida abiertamente inmoral y no es así. Ser impía es no tener a Dios en cuenta en nuestro diario vivir. Raras veces, cuando vamos a tomar una decisión, pensamos si a Dios le agrada o le desagrada lo que vamos a hacer, si nuestras decisiones violan su santidad o si con nuestras actuaciones estamos dando una imagen distorsionada del Dios en quien creemos. En Su palabra Él dice:  «Sed santos porque Yo soy santo» (1Pedro 15-16). Si nos llamamos cristianas, si somos nacidas de nuevo, Él tiene que ser nuestro modelo y de la misma manera debemos ser modelos para nuestros hijos. 

Jerry Bridges, en su libro «Pecados Respetables» define la impiedad como «un estilo de vida que no toma en cuenta a Dios, ni su voluntad, ni su gloria ni la dependencia de Él». Generalmente así vamos por la vida llevando una vida de impiedad en un mundo lleno de impiedad, y claro, así es como vamos criando a nuestros hijos porque nadie puede dar lo que no tiene. No pensamos en la responsabilidad que tenemos ante Dios de vivir conforme a su voluntad moral. Y más aún, en que si tenemos hijos, es nuestra obligación criarlos piadosamente. 

Las madres, casi siempre estamos más cerca de nuestros hijos que los padres. El estilo de vida y la sociedad así lo impone. De manera pues, que debemos nosotras transmitirle no solamente el amor y la obediencia a Dios, sino enseñarle que su forma de vivir debe ser cónsona con la santidad de ese Dios que predicamos y en quien creemos. Nuestra enseñanza debe ser centrada en los patrones de Dios. ¿De qué te vale, por ejemplo, llevarlo a la iglesia, orar con él en las mañanas, exigirle una buena conducta en la escuela y cosas por ese estilo si cuando él te oye o te ve actuar, tus palabras y tus hechos no son congruentes con lo que predicas? Cuando los hijos están pequeños, principalmente, Dios resulta ser para ellos algo etéreo, lejano, alguien a quien no alcanzan a comprender. Y si solo oramos con ellos para pedirle cometemos el error de presentarle a Dios como un sirviente divino, alguien que está ahí para apoyarnos y resolver nuestras necesidades.  

1 Pedro 1:15-16 nos dice: «Así como aquel que nos llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir». ¿Leíste? En toda… De manera pues, que cada vez que tengas que hablar con tus hijos o corregirlos hazlos pensar en si lo que quieren hacer o han hecho agrada o entristece a Dios. Trata de que Dios sea parte importante de la familia. Inclúyelo en los planes, en las tomas de decisiones, en las correcciones, en fin, trata de que Dios sea la guía, el norte, la brújula. No saques a Dios de la ecuación, porque de lo contrario estarás criando hijos impíos. 

Algo que acostumbro a hacer cuando tengo algún trabajador en la casa (llámese plomero, electricista, etc. es preguntarle ¿eres cristiano?  Y la respuesta suele ser recurrente, … bueno…, creo en Dios. Y a la segunda pregunta ¿pero, le crees a Dios?… la persona suele ponerse seria, darme la espalda y cortarme la conversación. Así vive la mayoría. Dios para ellos es un ente, algo fuerte, poderoso, algo que está allá lejano en la distancia, pero no es alguien con quien pueden tener relación, en quien pueden confiar y a quien deben agradar y sobre todo obedecer.  

Que tu propósito sea criar hijos piadosos, que crean en Dios y le crean a Dios, que vivan según Su palabra y que puedan contribuir a formar una sociedad más justa, santa y que agrade a ese Dios que le dio la vida, que lo sabe todo y que lo controla todo.