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Creciendo en santidad y madurez espiritual

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1 Pedro 1:15-16 nos exhorta: «Sino, como Aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.» 

Nuestra salvación es un regalo de parte de Dios para nosotras, un don o gracia por el cual no tenemos que (ni podemos) pagar a cambio. Somos salvas por el puro afecto de la voluntad de Dios, quien nos escogió en la eternidad pasada… ¡Aleluya!  

A lo largo de las Escrituras recibimos incontables exhortaciones que nos motivan a responder a tan maravilloso regalo con un corazón rendido a Sus pies, dispuesto a obedecer Sus mandatos e imitar a Aquel que vivió una vida perfecta para que hoy podamos ser consideradas como coherederas de Sus riquezas en gloria.  

Cuando nos rendimos a los pies de Cristo y determinamos dejar atrás nuestra vida anterior para llevar una vida de piedad como “pequeños cristos” (el significado de la palabra cristiano) obtenemos como resultado una herencia que no se puede destruir, contaminar o marchitar.  

Aunque nuestro Dios es poderoso para cambiarnos en un abrir y cerrar de ojos, el proceso de cambio en nuestras vidas viene dado por la influencia del estudio y la meditación en las Escrituras, conociendo cada vez más profundamente a nuestro buen Padre. Este cambio paulatino en nuestra forma de pensar y actuar de acuerdo a una nueva cosmovisión proveniente de Dios, es el proceso de santificación que nos lleva a la madurez espiritual. 

¿Qué es la santidad? La santidad es el atributo de Dios que nos llama a separarnos del pecado para vivir en conformidad con Sus principios, reflejando Su naturaleza en todos los ámbitos de nuestra vida.  

Alcanzamos la madurez espiritual cuando llegamos a comprender y a poner en práctica los principios bíblicos revelados en las Escrituras. Podemos ver en Santiago 1:22 cómo el apóstol nos motiva a que no seamos oidoras olvidadizas, sino también hacedoras de la Palabra. Cuando somos maduras espiritualmente, manifestamos una serie de cualidades y comportamientos propios de Cristo tales como la sabiduría, la paciencia, la compasión, la humildad, la generosidad y el amor incondicional a los demás. 

¿Cómo crecemos en santidad y, por ende, maduramos espiritualmente? 

Practicar las disciplinas espirituales nos ayudará a fortalecer nuestros músculos espirituales, e iremos avanzando en el camino de la santificación: 

1. Dedica tiempo de manera regular para hablar con tu Hacedor y meditar en Sus atributos. La oración y la meditación son esenciales para cultivar una conexión íntima con Dios. 

2. Estudia y reflexiona sobre las enseñanzas de las Escrituras para que puedas hacer cambios vitales en tu vida. Recuerda que la Palabra de Dios es la revelación perfecta de la sabiduría divina. 

3. Practica la virtud en todas tus acciones y decisiones. Busca reflejar a Cristo llevando una vida de amor, bondad, honestidad, humildad, perdón y compasión hacia los demás. 

4. Busca la compañía y el apoyo de otros creyentes. Cuando participas en actividades de adoración, estudio bíblico y servicio comunitario dentro de tu iglesia local, fortaleces tu relación con Dios y recibes el apoyo de otros en tu camino espiritual. 

5. Ejercítate en pedir y otorgar perdón. El perdón es fundamental para mantener relaciones saludables que glorifiquen a Dios. 

6. Sé paciente contigo misma. El crecimiento en santidad es un proceso gradual y a veces difícil. Persevera en tu búsqueda de una vida cada vez más santa. 

Si nos empeñamos en ejercitarnos en estas disciplinas espirituales, podemos cultivar y fortalecer nuestra santidad, acercándonos cada vez más a la imagen y a la voluntad de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, no podemos negar que en nuestro camino de santificación enfrentaremos desafíos que pueden ser obstáculos para nuestro crecimiento espiritual. 

Las tentaciones, dudas sobre nuestra fe, conflictos interpersonales, orgullo y preocupaciones mundanas son desafíos reales que pueden hacernos distraer y tropezar. Sin embargo, al enfrentar estos desafíos, es importante recordar que no estamos solas. Dios está siempre con nosotros, dispuesto a ayudarnos y a guiarnos en nuestro crecimiento espiritual si confiamos en Él y perseveramos en nuestra búsqueda de la santidad. 

Amada hermana, el Dios que nos regala la salvación eterna a través de Su Hijo, también nos suple de todo lo que necesitamos para nuestro proceso de transformación a la imagen de Cristo en este mundo. Él nos da Su Espíritu, nos renueva las fuerzas y cada día nos ofrece una nueva oportunidad otorgándonos Su maravillosa y sobreabundante gracia y misericordia… ¡Descansemos en Él! Él es nuestra fuente inagotable de sabiduría, amor, paciencia, bondad, compasión y pureza.  

Confiemos en Su fidelidad, seamos fuertes y valientes para asumir el reto de buscar la santidad, sin la cual nadie verá a Dios. (Hebreos 12:14) 

Continúa meditando en estas verdades con los siguientes versículos: Levítico 20:7-8, Efesios 4:15, Hebreos 5:14, 2 Pedro 3:18 y Colosenses 2:6-7.