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Comunicándonos con Dios a través de la oración 

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No se tú, pero yo solía ser la típica creyente que oraba en la mañana al despertar, a la hora del almuerzo y justo antes de dormirme. La oración en mi mente era como una tarea más en la lista de cosas que debía hacer en el día y punto. Si en ese momento de mi caminar cristiano hubieran hecho una gráfica en base a cuanto estaba orando, lo más probable es que los picos de oración se dieran en los días que teníamos reuniones en la iglesia mientras acompañaba a todos en las oraciones congregacionales. En mi inmadurez entendía que estas oraciones eran suficientes ya que al final de cuentas no era como si tenía motivos pendientes de oración o si mi salvación dependiera de ello. 

Sin darme cuenta me convencí a mí misma de que mi comunicación con Dios estaba funcionando aunque esto no podría estar más lejos de la realidad. Me sentía lejos de Dios y a pesar de que estaba ‘haciendo mi parte’, algo no andaba bien. Con el tiempo, me di cuenta de que las oraciones que leía en la Biblia no se parecían en nada a las mías y fue entonces cuando pude entender qué lo estaba haciendo mal. Mis oraciones eran apáticas, insípidas y estaban llenas de lo que pensaba que Dios quería escuchar. Se me ocurrió que tal vez necesitaba un manual de oración para aprender a orar porque para mí orar se trataba de algo mucho más transaccional de lo que quisiera admitir. Algo como esto: “Yo le decía a Dios que quería y Él debía responder. Las respuestas podían ser sí, no o no ahora mismo.” Sin darme cuenta veía a Dios como el genio de la botella con el que podía hablar para ‘humildemente’ hacer mis solicitudes y obtener la satisfacción de mis anhelos y demandas. Pero al hacer esto no solo estaba metiendo a Dios en una cajita sino que estaba perdiéndome de algo mucho más dulce que una solicitud, me perdía de una conversación con el Dios creador de todas las cosas y que quería que lo viera como quién Él es: MI PADRE. 

La oración es mucho más que dar gracias por la comida y pedir que Dios nos guarde. Pero no te lleves tanto de mí, ve a tu Biblia. La Palabra de Dios está repleta de oraciones y estoy convencida que estas están ahí para modelarnos cómo, por qué, cuándo y qué tanto debemos orar. La vida de oración de tantos de nuestros hermanos está completamente expuesta en las Escrituras y me niego a pensar que sea pura coincidencia. Dios nos ha regalado tanto en estas oraciones que sería un error pasarlas por alto y no aprender de la dinámica de ellas. Tenemos incluso como ejemplo oraciones de Jesús que aunque ciertamente no todas nos fueron reveladas nos muestran la dependencia de Dios que nuestras vidas de oración deberían reflejar. 
 
En Mateo 6:9-13, podemos ver la oración conocida como “el padre nuestro” y nos sirve como el ejemplo perfecto de lo que la mayoría de nuestras oraciones deben incluir. Te exhorto a que analices por ti misma lo que cada una de sus frases quieren decir y las compares con la forma en la que tus oraciones están compuestas. Si quieres has el ejercicio de tratar de parafrasear cómo saldrían estas palabras de tus labios y poco a poco empezarán a sonar más tuyas. Pero no te límites a ellas porque Dios no quiere un discurso ensayado sino un corazón que busca encontrarse con Él. 
 
Otra vez te digo, tenemos tantas oraciones en la Palabra que sería un desperdicio no sentarnos a leerlas, repetirlas, mirar nuestro corazón en ellas como si fueran un espejo y meditar en la relación con Dios que tenían cada una de las personas que las pronunciaron. En los salmos encontramos al Salmista siendo más que honesto con Dios, hablándole sin máscaras y con confianza a Su Salvador, a Su Padre, a Su Ayudador. Aún en los momentos en que estaba avergonzado de su pecado y sus consecuencias, él sabía que podía acudir a Dios y gracias a los méritos de Cristo esto es verdad para mí y para ti también. Esto nos habla un poco de cuál debe ser nuestra actitud al acercarnos al trono de la gracia. En otras ocasiones podemos encontrar ejemplos de por qué debemos orar como la oración de Moisés al pedirle a Dios conocer y entender sus caminos en Éxodo 33 :13, a los israelitas pedir por cuidado en Jueces 10:15, a David pedir en medio de la aflicción en Salmos 40:17, por justicia en el Salmo 94:1-3, por guía en el Salmo 119:33, en fin… por todo (Filipenses 4:6). 

Y si ya vimos el qué, el cómo y el porqué, ¿por qué no responder al cuándo debería estar orando? 1 Tesalonicenses 5:17 nos responde: “oren sin cesar” y en Efesios 6:18-20 se nos exhorta a “orar en todo tiempo”. Sí, en todo tiempo y todo el tiempo. Ya sé que tienes que trabajar y hacer mil cosas en el día pero no se trata de que obligatoriamente tomes una pausa y te aísles para acercarte a Dios, aunque esto es MUY bueno. Sino de que hables con Él todo el día. Dios no se separa de ti ni un segundo y si estuvieras con alguien a quién pudieras ver y le tuvieras al lado cada minuto de tu tiempo, lo más probable es que no estarías en silencio ignorándole. No tienes que hacer pausas largas necesariamente, un susurro en tu mente pidiendo ayuda o dirección es suficiente. Al final del día son muchos los susurros honestos que se acumularían y podrías entonces llegar a entender qué significa depender del Espíritu que vive en ti. El mejor de tus amigos está contigo en cada instante y, ¿sabes qué? Él quiere escucharte. El quiere escuchar tus luchas, venir a tu socorro, inclinar Su oído a tu necesidad. Dios quiere guiarte y no hay nada más dulce que saber que estás haciendo lo que Él quiere. Un día a la vez. Un paso a la vez. 
 

No necesitas un manual para hablar con Dios. Necesitas ser honesta. Necesitas hacerlo frecuentemente. Necesitas depender de Dios en medio de la oración. Y si solo te quedas con una idea después de leer este artículo quisiera que fuera que puedes ser libre del mantenerte alejada de Dios por “no saber cómo hablar con Él”. Ora con transparencia, reconociendo tu incapacidad y rogando por ayuda del Señor cuando la necesites. Ora sabiendo que Él te escucha y que quiere escucharte. Ora recordándote sus promesas después de desahogarte cuando no entiendas que Él está haciendo. Ora con la confianza de saber que estás hablando con un Dios bueno que pelea por ti. Ora cuando estés feliz y cuando estés triste. Ora sin cesar. 

Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. (Hebreos 4:16)