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Aprendiendo a orar y esperar con la iglesia primitiva

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Este domingo, el pastor Miguel Núñez predicó el sermón “Aprendiendo a orar y esperar con la iglesia primitiva” basado en Hechos 11:27-30 / 12:25 / 13: 1-3. Este sermón es una continuación de la serie “Hasta los confines de la tierra”.

Hechos 13 comienza toda una nueva etapa de desarrollo de la iglesia y la expansión del Evangelio, lo cual da cumplimiento a la promesa del Señor Jesús en Hechos 1:8. A partir de aquí, el apóstol por excelencia para llevar a cabo la última etapa de la gran comisión hasta los confines de la tierra fue el apóstol Pablo. 

Como vimos la semana pasada, la iglesia de Antioquía había comenzado a tomar lo cual lleva a algunos profetas de Jerusalén a descender hacia esa ciudad. Uno de estos profetas se llamaba Agabo; es por medio de él que el Espíritu de Dios reveló que había una gran hambre que vendría sobre toda la tierra. Los hermanos que ya se reunían en la iglesia de Antioquía decidieron tomar una ofrenda para ayudar a los hermanos que habitaban en Judea lo cual nos habla del espíritu dadivoso y servicial de la iglesia primitiva que debe permear en toda iglesia que es llena del Espíritu de Dios. La llenura del espíritu puede ser una disposición interna del creyente, pero tiene una manifestación externa hacia los demás. Según Hechos 11:30, esta contribución fue enviada a Jerusalén con Bernabé y Saulo (o Pablo).

Es durante el tiempo que Saulo y Bernabé pasaron en Jerusalén que ocurre el apresamiento y liberación milagrosa de Pedro. También es durante ese tiempo que el rey Herodes cae muerto por no haber dado la gloria a Dios (Hechos 12). Después de haber llevado a cabo su misión ellos regresaron a Antioquía y llevaron consigo a Juan (o Marcos), el autor del libro de Marcos.

Hechos 13 nos da cinco nombres de profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Niger, Lucio de Cirene, Manaén y Saulo. Había una gran necesidad de llevar el evangelio de Jerusalén hasta el último rincón de la tierra y no sabían cómo. Por tanto, en vez dedicarse a estudiar el problema, la iglesia se dedicó a orar y ayunar hasta que el Espíritu de Dios les habló de apartar a Bernabé y a Saulo para la obra a la que Dios los había llamado.

Todos queremos ser guiados por el Espíritu como esta iglesia, pero no sabemos cómo ser guiados por el Espíritu. Romanos 8:14 dice que todos los hijos de Dios somos guiados por el Espíritu de manera que no necesitas hacer algo para que el Espíritu te guíe. Sin embargo, no todas las vidas de los hijos de Dios están siendo guiadas por el Espíritu, lo cual es una paradoja. Esto se debe a la oposición que ofrecemos a la guía del Espíritu. Dios usa la oración para ayudarme a rendir la voluntad a los propósitos de Dios y así dejar que el Espíritu tome control de mis acciones. El impulso primario de nuestra oración no debe ser lo que está en nuestro corazón, sino lo que está en el corazón de Dios. Si no pedimos conforme a Su voluntad, Él no nos oye (1 Juan 5:14) y si vivimos violando Su voluntad, mucho menos (Salmos 66:18). La voluntad tiene que ser rendida al Señor como requisito para la oración efectiva. Mientras menos oración tengo en mi vida, más oposición ofrezco a la dirección del Espíritu, por ende, menos llenura disfruto y más desobediencia caracteriza mi vida.

Cuando el Espíritu comunicó a la iglesia de Antioquía que separara a Bernabé y Saulo, no fue una decisión fácil: Dios estaba sacando de la iglesia de Antioquía a sus dos mejores maestros. Entonces, la Iglesia respondió con más oración (versículo 3). La oración engendra oración y la falta de oración da lugar a más tiempo sin oración. La oración, mi obediencia y la concesión de mis peticiones van de la mano (Hebreos 5:7).

Vemos que ellos al enviar a Bernabé y a Saulo, combinaron la oración con el ayuno. El ayuno nos ayuda a emplear tiempo extendido en oración y reflexión acerca de los propósitos de Dios. También nos ayuda a rendir la voluntad porque estamos ejerciendo el dominio propio al negarnos una de las necesidades más imperiosas: el ingerir alimentos.

Si Dios abre su trono para recibirnos en oración, más vale que respondamos a su invitación. Tú no rechazas la invitación del autor de la vida y el autor y consumador de nuestra fe. Si Cristo no envió a la iglesia al campo misionero, sin ponerla a orar primero, no nos atrevamos nosotros a plantar una próxima iglesia sin ponernos de rodillas. Si la iglesia primitiva, fue dirigida a apartar a Bernabé y a Saulo, para la obra misionera, pongámonos a orar para ver a quienes quiere apartar Dios.

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