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Ana: Una mujer perseverando en la oración

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“Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años después de su matrimonio, y después de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones. Y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.”
Lucas 2:36-38.

El versículo 37 recoge varias frases que ilustran por qué la vida de esta mujer es un ejemplo para imitar:

  • Ella no se apartaba del templo
  • Servía de noche y de día,
  • Oraba y ayunaba.

A través de toda la escritura encontramos la importancia de la oración para llevar una vida fructífera delante del Señor, y Ana es una de las mujeres que estudiamos en la Biblia que se caracterizó por llevar una vida perseverando en la oración y sirviendo a Dios.   Ana supo, en lo más profundo de su ser que necesitaba depender totalmente de Dios; ella estaba sola, sin un esposo que cuidara de ella, a merced de la tentación, ya que era muy joven cuando enviudó, y en su carne débil pudo haber sido seducida a pecar.

Ana, entendió algo que es vital para vivir perseverando en la oración: Entendió que era débil, necesitada y pobre en espíritu. Es imposible tener una vida de oración cuando creemos que somos fuertes y autosuficientes; y cuando somos orgullosas y rebeldes. Ana encontró que, perseverando en la oración, mantenía siempre la fuerza necesaria para sobrellevar su dolor y aflicción; supo convertir su situación calamitosa en una fuente de bendición y servicio al Reino. Dedicó su vida al único propósito santo y eterno: servir a Dios y a Su reino.

En Efesios 6:18 podemos leer: “Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda perseverancia y súplica por todos los santos.”

El contexto de este versículo es el pasaje que nos enseña acerca de la armadura de Dios (Efesios 6:10-18) donde se nos exhorta a estar fortalecidos en el Señor y en el poder de Su fuerza, sabiendo que nuestro peregrinar está minado de asechanzas del diablo, lucha contra principados, potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo y contra huestes espirituales de maldad (vs. 12). ¿Cómo no debemos estar en todo tiempo orando, sabiendo que somos ovejas indefensas en medio de un mundo caído?

El versículo 18 nos manda a orar “suplicando en el Espíritu”; esto es alinear nuestra oración con la voluntad de Dios, para conocer Su Palabra (donde Él revela Su voluntad y carácter), y de esta manera tener una vida de oración y devoción a Él que fructifiquen para la eternidad.

En el carácter de Ana podemos ver también, su gratitud a Dios por la esperanza ya cumplida de un Redentor. Ella estaba consciente que era pecadora y que necesitaba ser perdonada de sus pecados. Su oración había sido escuchada y respondida; su perseverancia había dado frutos, lo cual nos anima a no desmayar cuando pedimos alguna petición a Dios por muchos años y creemos que no hemos sido escuchadas. La espera produce en nosotras paciencia y un carácter manso y apacible que nos capacitará para la vida cristiana que Dios espera de nosotros.

Debemos pedirle al Señor que ponga en nosotras la urgencia del salmista en el Salmo 42:1-2 el cual dice: “como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”

Que nuestros corazones y todo nuestro ser anhelen esos momentos deleitosos de venir a la presencia de nuestro Dios a derramar nuestra alma, a llevar incienso santo, con olor fragante delante de su altar. Que al igual que leemos en el Salmo 16:11 “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”, podamos nosotras decir: Es un deleite venir a la presencia de Dios, buscar su rostro, esperar y estar quietas, sabiendo que Él es Dios (Salmo 46:10).

Oh, Señor, ayúdanos a tener el corazón de Ana, su actitud reverente, perseverante, anhelante de tu presencia. Ayúdanos a imitar su servicio continuo a tu persona, a tu iglesia, a tu reino. Perdona cuando la vida que llevamos tan a prisa nos roba el regalo hermoso de venir a Tus pies sosegadamente para simplemente estar contigo como un Padre y una hija. Ayúdanos en nuestra debilidad, enséñanos a orar. Es nuestra petición, en el dulce nombre de Jesús. ¡Amen!