Hay un veneno mortal que contamina el aire que respiramos. Es un veneno que, si estamos conscientes de ello, parece inofensivo para nosotras porque todos los demás lo están respirando, y hasta donde sabemos, otros están respirando más de él que nosotras mismas. Este veneno es la INGRATITUD. Y está en todas partes.
Tengo la convicción de que la ingratitud está en el mismo corazón de muchas o de casi todas nosotras. Es constante la tristeza, la falta de esperanza, el desaliento. Puedo decir que muchos de los pecados que plagan y que han devastado nuestra sociedad, pueden ser rastreados hacia esa raíz de un corazón mal agradecido.
¿Sabían ustedes que la ingratitud es sinónimo de quejas? Cada vez que caemos en las quejas estamos siendo mal agradecidas.
Entonces nos preguntamos: ¿De dónde vienen nuestras constantes quejas?
Vamos un poco atrás en la historia: Uno de los pecados capitales de nuestros antepasados fue la ingratitud – Romanos 1:21 nos dice: “Pues, aunque conocían a Dios, no lo honraron como a Dios ni le dieron gracias…”
La historia de cómo todo se vino abajo es una historia que todas conocemos. La perfección y la gratitud de respuesta duran dos capítulos de la Biblia antes de que se eche a perder. Dios ha creado un hombre y una mujer y viven juntos a ÉL en paz. Dios crea un árbol en el jardín, el árbol del conocimiento del bien y del mal y le dice al hombre “Todo es tuyo para tomar y disfrutar, excepto este. De este necesitas mantenerte alejado”. Aquí está la pregunta: ¿estarían contentos con el 99.9% de lo que se les dio, o estarían descontentos con el .1% que no se les dio? ¿Lo establecería la ingratitud’? Ese .1% fue la astilla por la cual Satanás se deslizo.
Después de probar el conocimiento de ellos “¿Realmente Dios dijo: “no comerás de ningún árbol en el jardín” ?, Satanás se lanza a matar, desafiando el carácter de Dios y llenando el aire con el veneno de la ingratitud: “Ciertamente no morirás. Porque Dios sabe que cuando comáis de ella se os abrirán los ojos, y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal.”
Y en este momento, Eva respira sobre el veneno de la ingratitud y su perspectiva del objeto prohibido se transforma: (Génesis 3:6) “Así que cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió, y también le dio a su marido que estaba con ella, y él comió”.
Eva está de acuerdo con Satanás: se ve bien. ¿Y por qué Dios no les permitió tener algo bueno? Y con ese cambio en el corazón, de la gratitud a la ingratitud, cae la primera ficha de dominó.
En efecto, este primer pecado del hombre se ocasiona en su negativa a reconocer lo bueno que es lo que Dios le ha dado. Indudablemente, si hubiese reconocido todo el bien infinito con que Dios lo bendijo, seguramente nunca se hubiese atrevido a comer del Árbol del Conocimiento que tenía prohibido. Esto es, cuando se tienen sentimiento de gratitud, y de reconocimiento del bien que nos da Dios, es improbable contradecir Su voluntad.
Esas somos nosotras. Somos aquellas que, dejadas por nuestra cuenta, somos ingratas.
Escuchen la diferencia: En nuestra ingratitud nosotras rechazamos a Dios. En nuestra gratitud nosotras sintonizamos nuestro corazón con el de Dios.
La Palabra de Dios en Filipenses 2:14-16 dice: “Hagan TODAS las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida, a fin de que yo tenga motivo para gloriarme en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano ni habré trabajado en vano”.
Este es un versículo corto pero MUY claro y difícil de que lo podamos malentender. La palabra “hagan” es la primera palabra griega en esta declaración, añadiendo énfasis a este mandato. Fíjense que no dijo algunas cosas, ni la mayoría de las cosas, sino TODAS las cosas. Esta instrucción es dada sin excepción, apuntando a todo lo que un creyente hace. La idea de “sin murmuraciones” viene del término griego” gongysmon”, refiriéndose a murmurar o quejarse. Todos aquellos que vivimos para agradar a Dios debemos refrenarnos de quejarnos.
Es bueno aclarar que ¿Está bien que sintamos emociones de desaliento, decepciones, ira, tristeza, pérdida? Absolutamente que sí, pero aún en el caos emocional que podemos tener, necesitamos actuar sobre la verdad y no en nuestros sentimientos. Los sentimientos vienen y van, pero la verdad siempre permanecerá. En conclusión, nuestros sentimientos no definen la verdad, La Palabra de Dios define la verdad.
Todas por nuestra naturaleza caída nos quejamos, es posible que unas más que otras, pero todas nos quejamos. Nos quejamos de todo tipo de cosas, del clima, del trabajo, del jefe, de nuestro salario, de nuestros esposos, de nuestros hijos, de nuestros padres, de la señora del servicio, del tráfico y la lista continúa. Usualmente quejarse no está en nuestro radar del pecado con una puntuación alta y ni siquiera se menciona entre la lista de los peores pecados, de hecho, Jerry Bridges en uno de sus libros la incluye entre los “pecados respetables”. La queja nos sale tan natural y espontánea que se nos olvida que es un pecado. Muchas veces por nuestro egoísmo, consecuencia de nuestra naturaleza pecaminosa, asumimos que toda la realidad debe servir a nuestras preferencias y nos quejamos de cualquier cosa que no lo haga. La verdad es que, cuando nos quejamos, hemos perdido contacto con la realidad. Podemos decir que la queja es una respuesta automática de parte nuestra a cualquier inconveniente que nos encontremos en el camino.
La palabra queja tiene sus sinónimos, los cuales, debido a sus aplicaciones gramaticales, aumentan o disminuyen el valor fuerte del concepto. De acuerdo con ello podemos mencionar la palabra insatisfacción o murmurar: murmuración.
Quejarse definitivamente NO es un fruto del Espíritu, pero la queja como mencionamos sale natural de parte de nosotras. En un mundo caído y en corazones pecaminosos, la queja es común. Todas lo hacemos. PERO DEFINITIVAMENTE NO PODEMOS NI QUEREMOS QUEDARNOS AHÍ. Para el cristiano, quejarse es destructivo y nos debilita de manera personal y solo sirve para hacer de nuestro testimonio al mundo mucho más difícil. ¿Quién, por ejemplo, se sentiría atraído a una religión cuyas seguidoras están insatisfechas con la vida y que continuamente murmuran o se quejan?
Un detalle importante que debemos recordar es que Pablo escribió esta carta desde la prisión. Fue arrestado y encarcelado por su fe en Jesús. Este hombre, Pablo, quién tenía todas las razones para quejarse está animando a otros creyentes a no quejarse. Reconociendo la soberanía de Dios en su circunstancia, Pablo se vio a si mismo primeramente de como un prisionero del Señor, no como un prisionero Roma. Así que debió haber razonado que, si estaba encarcelado, era porque Dios quería que la gente a su alrededor escuchara el Evangelio. Él tenía la elección ya sea de decirles a ellos malas noticias a través de quejarse o decirles las buenas noticias a través de la evangelización. Pablo decidió lo último, en parte porque descubrió una llave importante para una vida victoriosa. Descubrió el propósito de Dios para su vida y lo cumplía a cabalidad. Muchas personas piensan que dejaran de quejarse cuando por fin sean felices. ¡Pablo nos indica que serán felices cuando por fin dejen de quejarse! La diferencia hermanas mías es muy profunda.
Si queremos como creyentes tomar las palabras de Pablo en serio primero necesitamos entender muy bien el alcance de lo que significa quejarse. En Efesios 4:29, el apóstol Pablo nos instruye a no usar ningún lenguaje obsceno: “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan”. ¡Claro y simple, La queja es un pecado y debemos parar de quejarnos porque Dios lo detesta! La queja sale de nuestras almas cada vez que sentimos que no estamos obteniendo lo que nos merecemos y más aún lo que queremos. Expresado con sencillez, quejarse es expresar nuestro descontento centrado en nosotras mismas.
La exhortación de Pablo de evitar la queja está basada en su comprensión del Antiguo Testamento. El libro de Números en la Biblia específicamente el capítulo 11 es una historia de quejarse. En Números 11:1, los israelitas comenzaron una campaña de queja que enojó a Dios: “El pueblo comenzó a quejarse en la adversidad a oídos del SEÑOR; y cuando el SEÑOR lo oyó, se encendió su ira, y el fuego del SEÑOR ardió entre ellos y consumió un extremo del campamento”.
Como resultado, Él envió fuego al campamento y solo cedió cuando Moisés oro (Números 11:2): “Entonces el pueblo clamó a Moisés y Moisés oro al SEÑOR y el fuego se apagó. Y se le dio a aquel lugar el nombre de Tabera, porque el fuego del SEÑOR había ardido entre ellos”.
En Números 14:26, Dios estaba hastiado de sus quejas. Dios los castigó y les dijo a aquellos que se quejaban: “En este desierto caerán vuestros cadáveres…” “De cierto que vosotros no entrareis en la tierra En la cual jure estableceros…” (Números 14:29-30) ¡Que tragedia! Israel se quejó de sus líderes, de la provisión de comida, y del reto tan difícil de ocupar Canaán. Dios estaba hastiado de las incesantes críticas. De hecho, de acuerdo con Deuteronomio 1:2 le hubiese tomado a los Israelitas menos de dos semanas viajar desde donde ellos habían recibido los Diez Mandamientos hasta la orilla de la Tierra Prometida. Y por su constante desobediencia al Señor este viaje le tomo cuarenta años.
Dios no ha cambiado, si la queja levantó su ira hace 6,000 años, aún lo hace hoy. Si castigó a los israelitas por esto, Él también puede disciplinar a Su iglesia o sea a nosotras; como lo dice en Hebreos 12:6 “Porque el Señor al que ama disciplina”.
La queja amenaza nuestra fe. Cuando nos quejamos, la Biblia dice que nuestra queja es una queja en contra de Dios, porque Él está en control y permite toda circunstancia en nuestras vidas. Reflejamos nuestra inconformidad con la voluntad de nuestro Creador o sea no confiamos en Su soberanía. Nuestras quejas van directamente a Sus oídos de modo que Él escucha cada palabra, veamos lo que dice Números 14:27-28: “¿Hasta cuándo tendré que sobrellevar a esta congregación malvada que murmura contra mí? He oído las quejas de los hijos de Israel, que murmuran contra mí. Diles: “Vivo yo” – declara el Señor – “que tal como habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros”.
El resultado final fue que muchos murieron en el desierto y, por lo tanto, le fue negada la entrada a la tierra. ¿Porque un juicio tan duro? Escuchen esto y vamos a grabarlo en nuestras mentes y corazones: Repetimos que, Desde la perspectiva de Dios, quejarse es dudar de Sus promesas y provisión. Quejarse es blasfemar Su soberanía y atacar Su señorío. Quejarse es acusar a Dios de ser un mal Padre.
¡CONVIRTAMOS LAS QUEJAS EN GRATITUD!