«Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”» (Juan 14:6).
En un mundo tan inclusivo y tolerante como el nuestro, proclamar a Jesús como el único camino, como la única verdad y como el único acceso al Padre es algo irritante para muchos. En los últimos años, el sentimiento anticristiano ha ido aumentando porque vivimos en una sociedad que ha redefinido y reducido la verdad a meros sentimientos y emociones, dejando a un lado la idea de que la verdad y toda verdad es absoluta.
La razón por la que personas de diferentes sistemas religiosos, incluido el hinduismo, están tan dispuestas a aceptar a Jesús como otro de sus dioses es porque están en el error y el error siempre tiene cabida para la verdad. Pero la verdad nunca tiene cabida para el error porque entiende que está en la verdad y moverse de esa posición es pasar al error.
En la época de la Reforma, los reformadores tuvieron que luchar contra un trasfondo religioso en el que Cristo había “perdido terreno” como el único camino al Padre sin la ayuda de ningún otro intermediario o institución como la iglesia. De ahí que proclamaran y defendieran el hecho de que la salvación se encuentra solo en Cristo (Solus Christus), excluyendo así cualquier otro camino o manera de llegar a Dios (Hechos 4:12).
El rol de Jesús en la salvación
La salvación del hombre requiere de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.
La vida de Jesús
Adán, como representante de la raza humana, pecó y por tanto violó la ley de Dios. A partir de ese momento, el hombre adquirió una deuda moral con Dios y ninguno de los descendientes de Adán había podido cumplir la ley de Dios hasta que Cristo vino a cumplir todas las demandas de la ley. Al pasar por la tierra, Jesús dejó claro que no había venido para abolir la ley, sino para cumplirla (Mateo 5:17). Cuando Juan el Bautista pensó que no debía bautizar a Jesús, sino al revés, Jesús respondió: «Permítelo ahora; porque es conveniente que así cumplamos toda justicia» (Mateo 3:15). Jesús fue presentado en el templo al octavo día en cumplimiento de la ley, y en cada ocasión cumplió cabalmente la ley de Moisés, acumulando así los méritos necesarios que pudieran ser cargados o imputados a nuestra cuenta. Como Jesús cumplió todos los preceptos de la ley, al final de Sus días, ni Pilato ni el Sanedrín encontraron faltas en Él y tuvieron que buscar testigos falsos para acusarlo (Mateo 26:60).
La muerte de Jesús
Jesús mismo definió la misión de Su primera venida: vino «para dar Su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45b). Cada uno de los descendientes de Adán nace condenado por el pecado (Salmo 51:5). Pero el pecado no puede ser perdonado sin que alguien pague por él, de lo contrario la justicia de Dios habría quedado sin ser satisfecha y nuestro Dios es un juez justo. De manera que, o Dios Padre condenaba a toda la humanidad a ir al infierno o enviaba a Su Hijo a cumplir la ley, y habiendo cumplido la ley, fuera a morir en la cruz en lugar del pecador, tal como lo hizo:
«Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados» (1 Pedro 2:24).
Y el día que Jesús murió, Él mismo supo que había terminado la obra que Dios Padre le había encomendado; por eso dijo al morir: «¡Consumado es!». E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Juan 19:30). Con una sola palabra Jesús expresó que toda la obra de la redención había sido consumada allí en la cruz. No había nada más que cumplir; nada más que hacer.
La muerte de Cristo fue vicaria o sustitutiva.
Vicaria implica sustitución. En otras palabras, teníamos que haber sido clavados en la cruz, pero Jesús tomó nuestro lugar, como nos recuerda Pablo en 2 Corintios 5:21 donde dice que Aquel que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. El mismo énfasis se hace en el Antiguo Testamento como vemos en Isaías 53:5-6.
Su muerte no solo fue vicaria, sino también propiciatoria.
Propiciación es un término que proviene del mundo secular. Implicaba presentar una ofrenda a un dios pagano para calmar su ira. De modo que la muerte de Cristo fue propiciatoria en el sentido de que Dios ciertamente estaba airado con el pecado del hombre (Salmo 7:11) y Cristo vino a aplacar la ira de Dios. En ese sentido, Su muerte fue propiciatoria (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2; 1 Juan 4:10).
La resurrección de Jesús
Muchos han dicho que la resurrección del Hijo al tercer día fue el amén del Padre al sacrificio perfecto de Su Hijo. Ciertamente eso es lo que representa. Si ese sacrificio no hubiera cumplido con las demandas de la ley, Dios Padre jamás lo habría aceptado como bueno y válido. La muerte de Cristo a nuestro favor fue vital, pero no suficiente para nuestra salvación, como bien explica el apóstol Pablo a los corintios:
«Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre ustedes que no hay resurrección de muertos? Y si no hay resurrección de muertos, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes. Aún más, somos hallados testigos falsos de Dios, porque hemos testificado contra Dios que Él resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es falsa; todavía están en sus pecados. Entonces también los que han dormido en Cristo están perdidos. Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima» (1 Corintios 15:12-19).
Este solo pasaje nos muestra la importancia de la resurrección de Cristo para la salvación del ser humano. Sin Su resurrección, aún estaríamos sumergidos en delitos y pecados porque la resurrección de Cristo proclama Su victoria sobre el pecado y la muerte. Así como Él murió en nuestro lugar, Su resurrección promete y asegura nuestra victoria sobre el pecado y la muerte.
La iglesia primitiva nació y creció con la predicación de la muerte y la resurrección de Jesús1. Su resurrección brindó veracidad a las promesas anteriores, así como a las que hizo después de salir de la tumba.
La salvación según Jesús
Muchos son los que hoy estarían dispuestos a aceptar a Jesús como uno de los grandes maestros de la historia o uno de los iluminados. Otros incluso estarían dispuestos a pensar en Él como el más grande de todos los iluminados. Pero cuando Jesús se refirió a Sí mismo, lo hizo de una manera muy exclusiva. Consideremos solo algunos de Sus pronunciamientos:
«”En verdad les digo, que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador”. […] Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad les digo: Yo soy la puerta de las ovejas”» (Juan 10:1,7, énfasis agregado).
«Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”» (Juan 14:6, énfasis agregado).
Si hubo alguien que nos dejó claro a todos que Él era y es el único camino de salvación, fue Jesús mismo2. Al hablar, Jesús se refirió a quién era Él y no a lo que podía hacer. Observe estas frases de Jesús:
- «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).
- «Yo soy la puerta» (Juan 10:9).
- «Yo soy el buen pastor» (Juan 10:11).
- «Yo soy el pan de la vida» (Juan 6:35).
- «Yo soy la Luz del mundo» (Juan 8:12).
- «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25).
- «Yo soy la vid verdadera» (Juan 15:1).
El resto de los maestros solía hablar más en términos de lo que podían hacer o enseñar; pero solo Dios puede hablar en los términos que habló Jesús cuando se refirió a Su persona. Jesús no dijo: “Les digo la verdad”. ¡No! Él dijo: “Yo soy la verdad”. «La verdad no se encuentra en un sistema de filosofía, sino en una persona; Cristo es “la verdad”»3. Con esta afirmación, Cristo nos dijo implícitamente que todos los demás caminos son un engaño porque no acercan al hombre a Dios, sino que al contrario, lo alejan de Dios.
Solo Cristo fue enviado por el Padre. Solo Cristo nació sin pecado, vivió sin pecado y murió sin pecado. Solo Cristo cumplió las demandas de la ley. Solo Cristo se ofreció a Sí mismo como sacrificio por nuestros pecados. Solo Cristo es victorioso sobre el pecado y la muerte. Por tanto, solo en Cristo hay salvación.
*Para más información sobre este tema, recomendamos leer “Enseñanzas que transformaron el mundo” por Miguel Núñez.
1 Gary R. Habermas, The Risen Jesus and Future Hope (Lanham, Maryland: Rowman & Littlefield, 2003).
2 James Montgomery Boice, The Gospel of John, Vol. 4 (Grand Rapids: Baker Books, 1999), 1081-86.
3 A.W. Pink, Exposition of the Gospel of John (Grand Rapids: The Zondervan Corporation, 1975), 763.