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Aumentando mi fe, confianza, esperanza y gozo anclada en la Palabra de Dios.

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La vida puede ser difícil. La vida da miedo. Un día todo parece estar bien y al otro podemos perderlo todo. De una forma u otra, todos vivimos situaciones que nos estresan, nos agobian, nos entristecen y que al acumularse van drenando nuestro tanque de fe por así decirlo. La traición de un amigo, los anhelos insatisfechos, las oraciones que no son respondidas como quisiéramos, la decepción de las acciones de un cónyuge o la pérdida repentina de un ser querido son solo algunas de las cosas que a diario la iglesia vive. Aun siendo creyentes, la realidad es que no estamos exentos de las consecuencias del pecado de Adán y Eva. Vivimos en un mundo caído y a menudo perdemos de vista todo lo que Dios ha hecho por nosotros y todo lo que ha prometido que hará. Sin darnos cuenta terminamos desesperanzados y con una confianza sostenida por un hilo. 

De la misma forma en la que las flores no florecen sin agua y nutrientes del suelo, nosotros jamás podremos tener una fe que florezca sin el agua y alimento que necesita. Aún después de conocer al único dador de agua viva preferimos otras fuentes de satisfacción. Aun cuando sabemos que solo Dios puede saciar nuestra hambre escogemos comer lo que el mundo nos ofrece. Llenamos nuestro tiempo de entretenimiento y de vanidad pensando que no tiene importancia hacerlo sin darnos cuenta de que poco a poco vamos desnutriéndonos y cuando llega el tiempo de la aflicción nos toca enfrentarla con una fe débil. Andamos por la vida desnutridas y sedientas buscando cualquier cosa que nos de esa inyección de dopamina que haga que nuestra insatisfacción deje de doler. Día tras día estamos expuestas a tentaciones que parecen imposibles de resistir y que, si somos sinceras, muchas veces no queremos resistir. De repente, te deja de importar lo que a Dios le importa y todo por la desnutrición. De repente, soportar la prueba se vuelve casi imposible, pierdes toda esperanza y todo por la desnutrición. Pero Dios nos ofrece la solución en Su palabra. 

“Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza.” Romanos 15:4 

Así es, cada palabra de la Biblia está escrita con un propósito: Mostrarnos quién es nuestro Dios. En cada historia nuestra alma obtiene una probadita de Su carácter. Cada página es una cucharada con sabor a la gloria de Dios. Dios quiere que nuestra fe, confianza, esperanza y gozo aumente al permanecer anclada en Su Palabra. Las escrituras son el alimento que tu alma necesita desesperadamente para que puedas vivir una vida que traiga gloria a Él. No una vida en la que apenas sobrevives a lo que te sucede sino en la que puedas estar gozosa a pesar de las circunstancias recordando quién está peleando por ti, quién te sostiene y quién enjugará cada una de tus lágrimas. 

Vivir por fe requiere dar un paso a la vez confiando en que Dios te sostendrá hasta el final del camino. Su palabra es la lámpara que ilumina ese camino (Salmos 119:105) pero las lámparas solo iluminan lo suficiente para ver los siguientes pasos. Más de la mitad de las situaciones difíciles que vivimos son más dolorosas o estresantes porque no tenemos la historia completa. Recuerdo que leí una vez sobre cómo los discípulos de Jesús podrían haber estado confundidos y desesperanzados tras la crucifixión. Jesús había prometido que vencería sin embargo por días lo vieron sufrir lo inimaginable. No fue sino hasta tres días después que tenían la historia completa. ¿Cómo podrían seguir pensando que Él vencería la muerte y cumpliría Su promesa de salvarlos si no había podido salvarse Él mismo de tan horrible muerte? Sin duda creo que en sus zapatos mis emociones me hubiesen llevado a la confusión y a la desesperanza. Si soy sincera debo admitir que hasta yo me he encontrado con esta sensación de desesperanza varias veces en mi vida. Pensando una y otra vez, que nada bueno podría salir de tanto dolor. Pero esto no se debe a flaquezas del poder de Dios ni de su sabiduría o bondad, sino a que no tengo la historia completa de cada situación que el Señor ha orquestado para mi vida y mi tanque de fe se ha agotado. Yo no sé lo que Él sabe y mi mente no tiene siquiera la capacidad de entender todo lo que Dios sabe. Somos llamadas a vivir dando un paso a la vez, confiando en que Él será fiel en guiarnos a través de cualquier circunstancia. Pero si no meditamos en Su palabra de día y noche, ¿cómo podremos sufrir bien? ¿Cómo podremos resistir a la tentación? ¿Cómo podremos tener esperanza y gozo en medio del dolor? 

Amada hermana, no leas tu Biblia ignorando la carta de amor que Dios ha escrito para nosotras en ella. Daniel y sus amigos sobrevivieron al fuego para que tú y yo pudiéramos confiar en que Dios puede cuidarnos hasta de las más horribles amenazas. Sarah tuvo al hijo que Dios le había prometido tras muchos años de infertilidad para que tú y yo pudiéramos esperar en Él al desear ser madres. Moisés e Israel cruzaron el mar caminando después de que Dios lo abrió para que ellos cruzaran para que tú y yo supiéramos que Él puede hacer lo imposible. Jesús resucitó a Lázaro días después de su muerte, sanó a leprosos, les dio vista a ciegos, hizo caminar al invalido para que tú y yo supiéramos que Dios tiene el poder para sanarnos, restaurarnos y hasta darnos lo que nunca tuvimos. Jesús vivió y murió por nosotros para que tú y yo no solo fuéramos salvas, sino que conociéramos hasta dónde es capaz de amar a sus enemigos a quienes luego Dios mismo traería hacia Él. 

La Biblia pone en perspectiva todo lo que vivimos. Ajusta el lente a través del cual vemos la realidad. Nos habla de que nuestro sufrimiento es incomparable a lo que Dios tiene preparado para nosotros (Romanos 8:18). Nos recuerda que no debemos tener miedo pues Él está con nosotros y nos sostendrá (Isaías 41:10). Nos llena de propósito al mostrarnos lo que Dios puede y quiere hacer con nosotros (Filipenses 1:6). Nos promete que Dios estará con el que sufre (Salmo 34:18) y que su llanto cesará (Salmo 30:5). Nos promete que Él enjugará nuestras lágrimas y sanará nuestro dolor (Apocalipsis 21:4). Nos confronta cuando hemos puesto nuestra esperanza en las dádivas en vez del Dador. Nos recuerda que nuestra esperanza está en Su regreso y en habitar con Él por la eternidad. 

Ve a la Palabra recordando el glorioso Dios que ha preparado cada página para que le conozcamos. Pídele a Dios que no te deje igual al leerla, que abra tus ojos a Su verdad una y otra vez. Ora porque tus deseos sean Sus deseos. Ora por ese milagro y anhela que sean Sus planes los que te llenen de gozo aún si los tuyos no son los mismos. Renuncia a lo que crees que te hará feliz y pídele sea Él tu gozo. Ruégale que te cambie por completo, que te use para Su gloria, que te vacíe de ti y te llene de Él. Dirígete al trono de la gracia siendo sincera de lo que necesitas, trayendo tus deseos al Señor con las manos abiertas y no con puños que no quieren dejar ir sus sueños. Medita en la Palabra sabiendo que Él es fiel para aumentar tu fe, confianza, esperanza y gozo.