La Semana Santa es la semana antes de la finalización del propósito de la Navidad. Yo me imagino que al leer esto estás pensando que estoy confundida, que son dos celebraciones diferentes, de hecho, opuestas, el nacimiento y la muerte de Jesucristo. La primera llena de gozo y la ultima de tristeza. Sin embargo, si pausamos para reflexionar, creo que veremos la conexión.
Los eventos bíblicos que nos dirigen a la Pascua
El propósito de Cristo de venir al mundo fue para dar testimonio de la verdad (Juan 18:37) y para buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Él necesitaba demostrar la verdad al mundo porque el mundo vive bajo el dominio de su príncipe, Satanás, el cual ha cegado su entendimiento (2 Corintios 4:40) y por ende hasta que El Espíritu Santo nos guíe a la verdad (Juan 16:13), no la podemos ver.
Cristo, la expresión exacta de la naturaleza del Padre, nos demostró como Dios es, pero conocer Su santidad nos traerá culpabilidad y desesperación al no ser capaces de llenar este estándar. ¡Lo que hace esta celebración gozosa es que Cristo, la segunda persona de la Trinidad no solamente vivió a la perfección, sino que demostró Su amor incondicional en morir en nuestro lugar! Cristo nació para morir. Dios mismo, se sacrificó a Si mismo para pagar nuestra deuda. Si Dios encuentra preciosa la muerte de sus santos (Salmo 116:15), cuanto más Él la encontró en la muerte de Su único hijo unigénito.
Este evento se convirtió en una celebración pesada, que los judíos religiosamente practicaban por generaciones, el sacrificio de corderos inocentes para temporalmente apaciguar la ira de Dios, en una celebración de gozo. Todos estos sacrificios eran apuntando a Cristo. Él hizo lo que fue imposible por nosotras, una vez y para siempre (Hebreos 10:10). Todos nuestros pecados fueron colocados sobre los hombros de Jesús, aquel que nunca pecó, y Dios le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él. (2 Corintios 5:21) Si Cristo no hubiese nacido, no pudiera morir en nuestro lugar y por esto la Navidad es el preludio del propósito de Cristo a nacer…para morir.
Por eso, la Semana Santa es un tiempo para celebrar en agradecimiento por el sacrificio tan desinteresado de Jesús. Él sufrió lo indecible para que nosotras pudiéramos pasar la eternidad en gloria. Un regalo inmerecido nos debe llevar a reflexionar sobre Él.
Por esto, la Semana Santa no es un tiempo de gozarse mundanalmente sino es un tiempo de dedicarnos aún más a nuestro Salvador. Un tiempo de recordar lo que Él hizo por cada una de nosotras. Un tiempo de compartir el regalo que Él libremente ofrece a cualquiera que viene donde Él, pida perdón por sus pecados y dedique su vida a Él.
¿Cómo es que no podemos vivir por Él después que Él murió por nosotras?
Que nuestro Señor abra nuestro entendimiento para entender y apreciar más, todo lo que Él hizo por nosotras.