Este domingo, nuestro pastor en entrenamiento, Jairo Namnún, predicó el sermón “Adopción asombrosa, herencia inigualable” basado en Romanos 8:15-17.
La Escritura enseña que los hombres se convierten en lo que adoran. En la medida en que una sociedad tiene una imagen grande y correcta de Dios, en la medida en que una iglesia tiene una visión majestuosa y santa de Dios, en la medida que una persona piensa pensamientos sublimes acerca de Dios, en esa misma medida podrá avanzar y crecer.
El pasaje que vamos a leer en esta mañana tiene el potencial de alterar por completo lo que nosotros pensamos de Dios, de engrandecer para siempre nuestra visión de Dios y ponerlo en el lugar donde Él debe estar, al entender Sus maravillosos pensamientos hacia nosotros.
Romanos 8 inicia con “No condenación” a aquellos que estamos en Jesús, y termina con “No separación” del amor de Dios que es en Cristo Jesús. En el centro de estas verdades, en los versículos 15-17, el apóstol Pablo nos dice lo siguiente: “Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!». El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él”.
Hasta este momento en la carta, el enfoque ha estado en Dios el Padre y Dios el Hijo; el Espíritu Santo solo se ha mencionado brevemente en el capítulo 1 (el espíritu de Santidad), y otra vez en un versículo del capítulo 5. Esto suma a que ha sido mencionado dos veces en 7 capítulos y 186 versículos.
Por su parte, el capítulo 8 de Romanos tiene 39 versículos… ¡y menciona al Espíritu Santo 20 veces! Este capítulo nos dice que la persona “tímida” de la Trinidad tiene una Ley que nos libera de la ley del pecado y de la muerte y fue quien resucitó a Jesús de entre los muertos. Nos dice que solo somos hijos de Dios si tenemos al Espíritu de Dios y que este es el espíritu de adopción. Es que a lo largo de la Biblia Dios habla de sí mismo como “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Salmos 68:5).
De hecho, la adopción es tan cercana al corazón de Dios que Él no tiene un solo hijo que no haya sido adoptado. Jesús, el Hijo de Dios, fue adoptado terrenalmente por José (Lucas 2:48). Nosotros, hijos de Dios, hemos sido adoptados a la familia de Dios mediante Jesús (Efesios 1:5).
En este sentido, necesitamos entender que la adopción es el propósito final de la redención. Dios no eligió un pueblo para sí, pagó sus pecados en la cruz y les dio novedad de vida en el Espíritu para luego tener una serie de amigos y allegados. Dios envió a Su Hijo perfecto a la cruz para adoptarnos en su familia.
Esta verdad es lo que está en el centro de Romanos 8:
- Nuestra adopción ha sido garantizada
- Nuestra adopción es testificada
- Nuestra adopción es probada
Romanos 8 nos muestra la garantía de nuestra adopción, el testimonio nuestra adopción, y la prueba nuestra adopción.
Dios ha garantizado nuestra adopción por el Espíritu Santo, el mismo que testifica que somos hijos de Dios, y prueba nuestra condición como hijos con su herencia y con las pruebas y disciplinas que nos hacen más como Cristo.
Lo único es que preferimos olvidar que somos hijos por adopción.
¿Sabes por qué? Porque eso implica que éramos destituidos, desamparados, en total necesidad. Estábamos desahuciados si no fuera por el gran amor de Dios por nosotros.
Pero en completo contraste de los huérfanos y desvalidos alrededor nuestro, que están sufriendo principalmente las consecuencias del pecado de otros, nosotros estábamos bajo condenación por nuestra propia decisión. Nosotros decidimos darle la espalda a Dios para hacer nuestra propia voluntad. Nosotros decidimos dejar el jardín del edén y construir nuestras propias casas de barro. Nosotros decidimos seguir el camino de la maldad y alejarnos de nuestro Dios y Salvador.
Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. El amor de Dios para con nosotros no sería detenido: Él quería un pueblo, Él quería que fuéramos parte de Su familia: Él nos quiere cerca. Y Él nos trajo. Su amor se ha derramado en nuestros corazones y ahora somos llamados hijos de Dios. Eso es lo que somos. ¡Bendito sea nuestro Abba Padre!
¿Qué piensa Dios de ti? Que tú eres Su hijo amado, y en Jesús, Él se complace en ti.
¿Qué piensas tú de Dios? Que Él es tu amado Padre. Y en Jesús, Él se complace en ti.