13Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. 14Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. – Mateo 7:13-14
En este capítulo 7 de Mateo, encontramos al Maestro predicando de una manera magistral. Jesús dice estas palabras cerrando el conocido Sermón del Monte, usando palabras, expresiones e ilustraciones que buscan empujar a la gente a tomar una decisión, a no quedarse en la indefinición. Luego de las palabras de Jesús, la audiencia tendrá que escoger por cual de esos dos caminos querrá transitar y por cuál puerta querrá entrar.
Esta puerta de la que Jesús nos habla es Él mismo (Juan 10:9, “9Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo…”). Jesús es también el camino angosto, como nos enseña Juan 14:6a: “Yo soy el camino…”. No hay otro camino y no hay otra puerta, como nos dice Juan 10:1, “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”.
Ahora bien, si Dios proveyó de una puerta y un camino, ¿por qué nos encontramos buscando otros? Creo que la respuesta es más o menos sencilla: la criatura no tolera ser dependiente del Creador, quiere su independencia porque no le gusta sentirse limitada. El árbol, en el Edén, representaba un límite, y el tener que someterse a las reglas del Creador implicaba existir de manera dependiente. Lucifer tuvo la misma experiencia, y cada uno de nosotros ha querido imitar tanto a Adán como a Lucifer. Por eso dice Isaías 53:6a, “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino…”.
¿Por qué personas ya salidas del camino ancho, transitando por el camino estrecho, de vez en cuando quieren volver atrás y experimentar sendas peligrosas de manejar? Hay una sola explicación para esa conducta; si al entrar en los caminos de Dios yo no muero a mi mismo y someto mi vida por completo a Dios, mi Yo encontrará la manera de rebelarse. Es como si el camino de la redención resultara aburrido después de un tiempo. La manera como estas incursiones se dan es de la misma forma como ocurren las vacaciones: vivimos y trabajamos en un lugar, pero de vez en cuando nos vamos de vacaciones. Así hacemos con estas dos sendas: una vez redimidos transitamos la senda de la vida; pero de vez en cuando queremos tomarnos unas vacaciones y transitar un poco la senda de la perdición, pero no para quedarnos siempre ahí.
La senda de la vida es estrecha y por tanto difícil, con múltiples obstáculos. Por eso está llena de señales de tránsito: ¡Cuidado! / Disminuya la velocidad /Curva cerrada / Camino en construcción / Pare, etc. El otro camino es ancho y te permite transitar a cualquier velocidad, sin reglas de tránsito ni letreros de advertencia, porque cada conductor puede hacer sus propias reglas. Allí abundan los accidentes, pero es un camino tan destructor, y los conductores tan egoístas, que cuando alguien se accidenta allí, nadie le ayuda; tienen que venir personas que están transitando por el camino de la vida a ayudarles.
La puerta es Cristo y es estrecha porque no hay ningún otro nombre debajo del cielo por medio del cual podamos ser salvos (Hechos 4:12). El camino es angosto porque la gente no puede entrar por ese camino y seguir viviendo como quiera vivir. Es angosto porque no me permite vivir egoístamente; tengo que considerar al otro como superior a mi mismo. Es angosto, porque requiere que viva como un verdadero siervo. Es angosto porque tengo que morir a mi mismo. Es angosto porque no me permite transitar con todos los paquetes que traía del mundo; tengo que deshacerme de ellos. Pero si permanezco en el camino descubriré que la puerta angosta lleva al encuentro de plenitud de gozo y deleites para siempre, cosas que solamente Dios puede prometer; y cuando Dios promete, Él cumple.