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Cómo reaccionar ante el pecado – Primera parte

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Recientemente leí las siguientes palabras escritas por un pastor de nombre Steven Cole: “Me temo que en nuestra sociedad decadente, incluso nosotros mismos en la iglesia hemos crecido tan acostumbrados al pecado que ya no es chocante…» Porque estamos tan insensibles hacia el pecado, que hemos dejado de tener la respuesta correcta hacia ese pecado, independientemente de que se trate de nuestro propio pecado, o el pecado en otros. Lo minimizamos, lo justificamos o lo ignoramos y continuamos nuestro camino no afectado por el mismo.

Estamos tan insensibles hacia el pecado, que hemos dejado de tener la respuesta correcta hacia ese pecado, independientemente de que se trate de nuestro propio pecado, o el pecado en otros.

Si vemos a alguien reaccionar de una manera piadosa hacia el pecado, creemos que es un poco extremista o que él es crítico o intolerante. ¿Cómo se atreve a arrojar piedras a los demás? ¿Se cree él que está libre de pecado? Y así, echando nuestras piedras sobre esa persona, justificamos nuestros pecados y volvemos a lo de siempre, preguntándose por qué Dios no bendice nuestras vidas más de lo que lo hace.”

Esas palabras escritas por alguien que pastorea en otra cultura me permitieron ver que hay otros ministros del evangelio preocupados por la misma situación que carga mi corazón y preocupa mi mente. Con el pasar de los años he visto una desensibilización hacia el pecado dentro del pueblo de Dios manifestada de dos maneras: 1) la regularidad de pecados que anteriormente eran considerados de mucha transcendencia y 2) lo poco chocante que resulta ese pecado para aquellos que no lo practican, pero que lo ven y lo escuchan.

Los factores que nos han llevado hasta esta situación son múltiples. La exposición al pecado hoy en día es monumental. Es difícil ver televisión, ir al cine, pasear por las calles o hacer uso de las redes sociales sin exponernos a expresiones diversas de pecado de una forma tan frecuente que la gran mayoría de esas exposiciones pecaminosas nos pasan de manera desapercibida.

Es difícil ver televisión, ir al cine, pasear por las calles o hacer uso de las redes sociales sin exponernos a expresiones diversas de pecado de una forma tan frecuente que la gran mayoría de esas exposiciones pecaminosas nos pasan de manera desapercibida.

Por otra parte, dentro de la iglesia hemos hecho un énfasis en los últimos años acerca de la gracia de Dios divorciada de su santidad y esto ha tenido sus consecuencias. Sin lugar a dudas, la gracia de Dios es tan infinita que se hace difícil hablar de un sobre énfasis de este atributo de Dios. De manera que mi preocupación no es tanto con haber “hiperbolizado” la gracia (lo cual no creo que sea posible), sino con el hecho de que cuando este atributo de Dios es visto a expensas de su santidad es muy difícil para el pecador llegar a entender lo horroroso que resulta el pecado para nuestro Dios. Una mirada detenida a la crueldad de la cruz de nuestro Señor Jesucristo es suficiente para convencernos de que Dios odia el pecado, ya que esa fue la única causa por la cual el Padre clavó al Hijo en un madero. Así mismo el pensar que un Dios infinitamente misericordioso envía personas a una eterna condenación de dolor y sufrimiento “simplemente” porque pecaron es otra evidencia más de que el pecado es, como alguien lo definiría, una “traición cósmica” ante el Creador.

Estamos tan desensibilizados al pecado que bromeamos con él, nos reímos de nuestras propias formas pecaminosas y aún aplaudimos cuando vemos a otros confesar pecados profundos que nos debieran llevar a llorar antes que celebrar. La confesión es algo bíblico, necesario y bueno; pero no podemos olvidar que por un lado diferentes personas confiesan por diferentes motivaciones y no siempre una vida de piedad sigue dicha confesión. Por tanto, lo más apropiado sería llorar con el que confiesa, por las consecuencias que este pecado ha traído y llorar al ver la realidad de la naturaleza humana, que aún después de la redención continúa siendo arrastrada por el pecado. El apóstol Pablo estaba familiarizado con esta lucha cuando expresa en Romanos 7:24, “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” Inmediatamente después Pablo exclama, “Gracias a Dios por Jesucristo” (25a). Este es un buen ejemplo de cómo reaccionar ante el pecado; primero hay una expresión de horror seguida de una muestra de esperanza.

Estamos tan desensibilizados al pecado que bromeamos con él, nos reímos de nuestras propias formas pecaminosas y aún aplaudimos cuando vemos a otros confesar pecados profundos que nos debieran llevar a llorar antes que celebrar.

Continuará en la próxima entrada.

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