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UNA INVITACIÓN A LA VALENTÍA EN TIEMPOS DIFÍCILES (2 da. PARTE)

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Es muy interesante que nosotros usamos la palabra “forjar” con relación al carácter. Esta palabra viene de la metalurgia, y la forja es el arte mediante el cual el hierro es calentado una y otra vez a inmensas temperaturas hasta conseguir la fortaleza del acero. Lo mismo se logra con el carácter. Luego de haber sido sujeto una y otra vez a las demandas del diario vivir con la Palabra de Dios, entonces llega a tener una consistencia que le permite soportar grandes presiones externas. El carácter que no ha sido forjado en los hornos de los principios bíblicos de la decencia, de la honradez, de la justicia y de la búsqueda del bien común, tarde o temprano sucumbirán, no sólo por las tentaciones del mundo exterior, sino debido a sus propias debilidades interiores.

El carácter no se sujeta simplemente a una declaración de propósitos, ni tampoco se sostiene por la dignidad y la importancia del cargo que se asume.

El carácter no se sujeta simplemente a una declaración de propósitos, ni tampoco se sostiene por la dignidad y la importancia del cargo que se asume. Ya el profeta de la antigüedad lo dice con absoluta claridad, “¿Puede el etíope mudar su piel, o el leopardo sus manchas? Así vosotros, ¿Podréis hacer el bien estando acostumbrados a hacer el mal?” (Jer. 13:23). No, el carácter es una condición previa que debe ser evaluada, tonificada y concientizada con esfuerzo, dedicación, y sobretodo mucho tiempo en los hornos de la obediencia al Señor y su Palabra. Por eso, el carácter que andamos buscando demanda acción y no sólo afirmaciones verbales. Volviendo al momento en que Jesús estaba narrando la parábola del buen samaritano, él no dudó en decirle a la persona que estaba escuchando la parábola, “Ve y haz tú lo mismo” (Lc. 10:37b).

¿Qué es lo que a nosotros nos toca hacer? Lo primero es reconocer la necesidad de fortalecer el carácter en obediencia. Usando las palabras del mismo David en uno de los salmos, nosotros también podemos decir con él, “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno.” (Sal. 139:23 – 24). Lo segundo que nos toca hacer es enfrentar la realidad y no temer mostrarla en toda su crudeza, pero no sólo para quejarnos por lo que hay, sino para desafiarla y buscar convertirla en lo que debiera ser conforme al mandamiento de Dios. Eso es lo que hizo David cuando manifestó públicamente su desprecio al asesinato injusto del general Abner. Para él, la necesidad de vivir la vida en la verdad de la justicia tanto privada como pública era un imperativo al que no se podía renunciar.

El hecho de que estemos dispuestos a blandir un firme pero privado “Si” o un más seguro “No” ante lo que consideramos correcto no es todo lo que el Señor demanda. Jesús no sólo nos está reclamando firmeza sino también acción. Para lograrlo, necesitaremos de disposición a luchar por lo que consideramos válido y también una sujeción sincera y sacrificada a la justicia y la verdad. No olvidemos que Jesús dijo, “Pero estad alerta; porque os entregarán a los tribunales y seréis azotados en las sinagogas, y compareceréis delante de los gobernadores y reyes por mi causa, para testimonio de ellos” (Mc. 13:9).

La búsqueda de una ética pública y un carácter personal no es pasiva, sino activa y sufriente.

La búsqueda de una ética pública y un carácter personal no es pasiva, sino activa y sufriente. Jesucristo dijo: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:10). Todos los grandes valores de justicia que la humanidad da ahora por sentados y aceptados, en algún momento tuvieron que ser peleados por hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a dar su vida por esas causas. Esos hombres y mujeres personifican un ideal de justicia conquistado para el Señor en algún momento de la historia.

Mientras asumimos una ética pasiva-privada y hasta es posible que lágrimas corran por nuestros ojos, otros cristianos estarán en la vida real haciendo que sus corazones obedientes latan con fuerza por la Causa de Cristo.

Podemos darnos por satisfechos en nuestro sentido de justicia al hacer que nuestro corazón lata con fuerza mientras miramos cómodamente las noticias en el televisor o durante una discusión en que tratamos de resolver los problemas del mundo frente a una taza de café. Mientras asumimos una ética pasiva-privada y hasta es posible que lágrimas corran por nuestros ojos, otros cristianos estarán en la vida real haciendo que sus corazones obedientes latan con fuerza por la Causa de Cristo. Ellos estarán asumiendo la responsabilidad de ser protagonistas obedientes que siguen el modelo de Jesucristo. De seguro que correrán peligros, y sus nombres podrán ser desprestigiados, pero la verdadera dicha de actuar como corresponde es de un valor incalculable.

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