El principal llamado que Dios nos ha dado es la tarea de formar discípulos. (Mateo 26:19-20) Independientemente de los ministerios que podamos desarrollar, la vida cristiana como matrimonio está íntimamente relacionada a la necesidad de transformarnos a la imagen de nuestro Señor Jesucristo. Al final de cuentas, todos los dones que Dios nos ha dado se aúnan y apuntan hacia esta gloriosa esperanza de que seamos imitadores de Cristo.
En otras palabras, ya que hemos sido salvados y que disfrutamos la gracia del perdón y el amor de Dios, y Él nos ha unido en una sola carne, el enfoque ahora es transformación individual y como pareja. Dios, por medio a la obra de su Espíritu en nosotros, ha iniciado un proceso continuo de cambio que se conoce como santificación progresiva. Y, en el caso de los casados, nuestro cónyuge tiene una crucial participación. Es el proceso mediante el cual morimos cada día más a nosotros mismos y vivimos cada vez más para Dios.
Ese proceso ocupará todo el trayecto de nuestras vidas aquí, hasta que lleguemos al día de la redención, en el cual seremos completamente liberados del pecado y con plena capacidad de disfrutar la comunión con nuestro Dios por la eternidad.
Mientras ese día llega, debemos de seguir avanzando y caminando en aprender más de Cristo, aprender a pensar como El piensa; aprender a hablar como El habla; aprender a vivir imitando la vida de obediencia que Él exhibió.
Todos necesitamos ser enseñados y guiados para ser más como Jesús. Y eso es lo que en esencia consiste el discipulado. El llamado es a enseñar y ser enseñados para parecernos cada vez más a Él.
Como parte de ese discipulado, la consejería bíblica se enfoca en dificultades específicas de los discípulos que de alguna manera requieren una atención especial. Nosotros decimos que la consejería bíblica es discipulado intensivo basado en la aplicación de la Palabra de Dios. Es un brazo de ayuda al discipulado, que brinda ayuda espiritual focalizada, de tal manera que el proceso de avance y transformación pueda ser más efectivo.
La consejería bíblica entonces, por su misma naturaleza, se vuelve íntima, compleja y personal. Demanda mucho discernimiento y gracia para entender, procesar y ministrar apropiadamente. Y justo en ese momento es cuando crece mi aprecio a la ayuda que Dios me ha provisto a través de mi esposa para este propósito.
Entre las muchas cosas que pudieran ser señaladas, aquí les comparto tres observaciones particulares sobre la ayuda que mi esposa provee en el ministerio de consejería bíblica:
1. La más obvia, ella ayuda facilitando el proceso de consejería con alguien del sexo opuesto. Después de muchos años ejerciendo el ministerio de consejería, tengo una mayor convicción de la gran sabiduría que hay en promover que cuando se aconseje una mujer estemos acompañados de una hermana, preferiblemente nuestra esposa.
Aunque yo no creo que toda la responsabilidad del pastor deba ser delegada, si admito que la Biblia prescribe un particular llamado a la mujer madura en la fe para involucrarse en enseñar, guiar y aconsejar a las mujeres más jóvenes. (Tito 2:1,4,6).
Las mujeres tienen necesidades y problemas particulares que requieren una comprensión, una empatía y una dirección muy particular. Otra mujer que pueda envolverse en el proceso representa una inmensa ayuda.
Honestamente, yo puedo manifestar abiertamente que todo es más fácil. Con la participación de mi esposa, alcanzo una mejor comprensión del problema; un mayor cuidado y protección para evitar envolver inapropiadamente los afectos; se produce un maravilloso balance entre la inclinación natural del hombre a gestionar con rapidez y la inclinación natural de la mujer a comprender con precaución.
Adicionalmente, yo creo que la presencia de una mujer, en este caso mi esposa, en las sesiones de consejería les brinda a las hermanas una mayor seguridad para compartir situaciones delicadas que naturalmente tienden a producir vergüenza o culpabilidad.
2. Ella ayuda completando significativamente el proceso de diagnóstico de la situación. En los casos que aconsejamos juntos, con frecuencia mi esposa me hace observaciones que completan maravillosamente mi comprensión del tema. Yo tengo la firme convicción que Dios les dio a las hermanas unas percepciones que los hombres no tenemos. Yo no sé si es algo emocional, pero definitivamente ellas tienen mejor percepción para ver mejor los detalles. Innumerablemente mi esposa me advierte de mi falta de sensibilidad ante una lágrima de una esposa; de mi impaciencia en permitir que la persona complete su exposición, etc. Yo percibo cada vez más que su punto de vista completa mi comprensión de la situación.
3. Ella ayuda por su ministerio de oración. La realidad más humillante en cualquier ministerio, pero más específicamente en consejería, es que sólo Dios cambia el corazón. De manera que cuando todas las preguntas se han realizado y la Palabra ha sido ministrada, ahora sólo nos toca orar. Es una gran bendición tener a alguien que te ayude a orar con el debido entendimiento. Necesitamos la ayuda de Dios antes de aconsejar, mientras aconsejamos y, sobre todo, después que aconsejamos.
En nuestra experiencia como pareja, muchas veces los problemas que nos llegan de gente a quienes ministramos, se convierten en excelentes oportunidades para orar y crecer, fortaleciéndose así nuestra unidad.
Si el llamado principal en la vida cristiana es enseñar y ser enseñados a ser más como Cristo, ninguno de nosotros podrá alcanzar el objetivo con esfuerzos individuales. Necesitamos desarrollar una visión de más colaboración.
Como pastor, yo doy gracias a Dios por el regalo que me ha conferido en mi esposa. Su gracia, su sabiduría, su ternura y su compasión se combinan maravillosamente y representan una invaluable ayuda en mi llamado de glorificar Dios sirviendo a su pueblo.