La esclavitud en los Estados Unidos fue abolida mediante la Decimotercera Enmienda, el 18 de diciembre de 1865. En realidad, no había ningún esclavo ese día porque todos fueron liberados, pero muchos siguieron viviendo como esclavos. Algunos lo hicieron porque nunca supieron la verdad sobre la abolición. Otros lo sabían y hasta creyeron que eran libres, pero optaron por seguir viviendo como esclavos porque así habían sido siempre enseñados.
Muchos cristianos vivimos de esta forma en la actualidad. Hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, tal como lo testifica Pablo: «Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados» (Colosenses 1:13-14). Sin embargo, olvidamos que los creyentes que han sido liberados del poder del pecado están sujetos al señorío de Cristo, han sido adoptados en la familia de Dios y disfrutan de todas las bendiciones espirituales que son descritas en la Biblia (Efesios 1:3-14).
Si desconocemos la libertad que tenemos en Cristo, andaremos en la vanidad de nuestra mente como cualquier otra persona sin salvación: con nuestro entendimiento en tinieblas, excluidos de la vida de Dios producto de nuestra ignorancia y con un corazón endurecido (Efesios 4:17). Optamos, entonces, por vivir como los esclavos liberados del siglo XIX que nunca llegaron a disfrutar de su libertad.
Es triste pensar que dejamos de lado todas las bendiciones que recibimos de parte de Dios, las cuales nos pertenecen por estar unidos a Cristo por medio de la fe, ya que ahora somos hijos de Dios por los méritos de la vida y muerte de Cristo.
Si desconocemos la obra de Cristo a nuestro favor y quiénes somos en Él, terminamos viviendo como esclavos del pecado. Por lo tanto, necesitamos ser constantemente recordados de quiénes somos en Cristo, de Su obra a nuestro favor, de que hemos sido adoptados como hijos de Dios. Además, gozamos de una herencia en los lugares celestiales que nos ha sido concedida a través de la obra de Jesús en la cruz.
Necesitamos recordar las maravillosas promesas que en Cristo son sí y amén (2 Corintios 1:20). Porque de Su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia (Juan 1:16). Si dejamos atrás la mentalidad de esclavos y asumimos la verdad de que somos hijos liberados de Dios, entonces todas las necesidades que podamos tener como creyentes serán maravillosamente suplidas por Cristo. Debemos esforzarnos por recordar quiénes somos en Él, porque con Cristo tenemos:
1. Una nueva identidad
La razón por la que ahora nos llamamos cristianos es que hemos asumido la identidad de Cristo. No somos más esclavos del pecado, sino que ahora somos esclavos de Cristo por amor. A través de Él fuimos adoptados como hijos, pero no por nuestros méritos, sino por Su buena voluntad (Efesios 1:15).
Como bien señala Bryan Chapell: «Es Su vida, no la nuestra, la que cuenta ante Dios. Su Espíritu brilla a través de nosotros y estamos escondidos detrás de Su gloria».1 Debemos tener muy claro en nuestro corazón que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3).
2. Una nueva naturaleza
Nuestra unión con Cristo no solo implica una nueva identidad y un cambio de autoridad en nuestra vida, sino que involucra una transformación en lo más profundo de nuestro ser. Dios cambia nuestro corazón y nos otorga nuevos deseos, así como una nueva capacidad para obedecerle, porque ahora nuestro ser está orientado hacia Dios y no hacia el mundo y el pecado.
El profeta Ezequiel nos recuerda esta gran promesa: «Les daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de ustedes; y quitaré de su carne el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne» (Ezequiel 36:26). Pablo añade que somos una nueva criatura en Cristo que ha dejado en el pasado su vida anterior (2 Corintios 5:17).
3. Un nuevo destino
El Señor, por Su sola gracia, nos ha concedido una nueva identidad y naturaleza. Pero eso no es todo. Hay una herencia que recibimos en Cristo que aún no está completa. Él está ahora a la diestra de Dios Padre, y podemos estar completamente seguros de que cuando Jesucristo regrese en gloria, todos Sus elegidos por gracia estaremos con Él y seremos semejantes a nuestro Señor Jesucristo.
Pablo enfatiza que tenemos una garantía de esa herencia, en la que seremos completamente redimidos, y todo para la gloria de Dios (Efesios 1:14). El apóstol Juan lo vio en una visión que describe en el libro de Apocalipsis: «Ellos verán Su rostro y Su nombre estará en sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 22:4-5).
¡Qué gloriosa herencia tengo al estar unida a Cristo! Seré como Él y por siempre disfrutaré de las maravillosas promesas que Dios ha concedido a aquellos que han puesto su fe en Él.
¡Maranatha! ¡Ven pronto, Jesús!