“Engañosa es la gracia y vana la belleza, la mujer que teme al SEÑOR esa será alabada.” Prov. 31:30
Hace unos 18 años atrás, en la despedida de soltero de mi esposo, le preguntaron: ¿Qué es lo que más te gusta de tu futura esposa? Y él respondió: “Su temor a Dios”. Me cuenta que le decían:
“Está bien, sabemos que eso te gusta, pero ahora hablando en serio… ¿Lo que más te gusta de ella son sus ojos? ¿Su pelo?” Y él decía con toda sinceridad, es su temor a Dios.
Los años han pasado y al recordar esto puedo compartirlo sin que sea motivo de orgullo, porque reconozco que, si hay algo bueno en mí, es por la gracia de Dios. Y la verdad, esta respuesta de mi esposo me reta cada día, porque sé que lo que él más valora no es lo de afuera, lo cual claro debo de cuidar también, pero lo más importante, no son las cosas pasajeras a las cuales en muchas ocasiones le he dado importancia. Así que al pasar los años me convenzo más de esta verdad:
“Engañosa es la gracia y vana la belleza, la mujer que teme al SEÑOR esa será alabada.” (Prov. 31:30 )
Este mundo atesora la belleza, la gracia, el talento y la apariencia por encima de todo, pero Dios, cuya opinión es la que en verdad importa, nos dice que lo digno de alabar en una mujer es su temor a Él. La gracia y la belleza del aspecto físico externo se va desvaneciendo con el tiempo, pero el temor al Señor embellece de adentro hacia afuera, sin importar la edad o etapa de vida.
Al conocer la centralidad del temor de Dios en nuestras vidas como creyentes, me lleva a examinarme continuamente, porque el hecho de que un día caminé bien con Dios, no me garantiza que siempre estaré caminando cerca de Él. Y me preguntaba si le hicieran la misma pregunta a mi esposo, ¿podría él responder hoy de la misma manera?
Así que, si puedes parar unos minutos, antes de continuar leyendo, ora a Dios de manera sincera. Pídele que te examine y te permita ver cómo estás en tu temor a Él. Oremos para que podamos apercibir claramente nuestras iniquidades y Él nos dé arrepentimiento, no para autocastigarnos y sentirnos que somos las peores cristianas del mundo, sino para consagrar aún más nuestras vidas a Él y encontrar el perdón y la libertad que tenemos gracias al sacrificio de Cristo en la cruz.
El temor a Dios podría parecernos un tema ambiguo y poco tangible, así que tratemos de definirlo. El temor a Dios se refiere a esa reverencia, respeto y humildad que sentimos al reconocer lo pequeño que somos y el Dios tan grande, excelso y majestuoso, que gobierna y es Señor sobre todas las cosas, lo cual nos produce un deseo genuino de agradarle en todas las áreas de nuestras vidas, siendo diligentes en obedecerle en todo cuanto ha establecido y ordenado en Su Palabra, reconociendo que siempre estamos ante Su presencia, lo cual nos restringe de pecar.
“El temor de Dios consiste en abrigar un asombroso sentido de la grandeza infinita y la excelencia correspondiente a la revelación que Dios ha hecho de estas cosas en Su Palabra y en Sus obras, induciéndonos a la convicción de que el favor de ese Dios es la más grande de todas las bendiciones, y Su desaprobación es el mayor de todos los males.” John Brown
¿Y por qué Dios le da tanta importancia y valor al temor a Él como característica fundamental para una mujer virtuosa?
Porque Dios sabe lo rápido que pasa la vida. En un momento, somos jóvenes y luego, en un abrir y cerrar de ojos, llegan las canas, las arrugas, el aumento de peso y las enfermedades. Así que, si ponemos nuestra identidad en estas cosas, vamos a perder nuestro rumbo y estabilidad. Nos sentiremos vacías. Sin embargo, si basamos nuestras vidas en amar a Dios, buscando conocerle, filtrando cada decisión que tomamos bajo la lupa de Su Palabra y examinando si lo que hablamos, pensamos, hacemos o dejamos de hacer es agradable a Dios, entonces seremos en verdad mujeres sabias y seremos alabadas. Será visible un caminar agradable a Dios y de bendición para todos los que nos rodean y esto nos hará felices, porque para eso fuimos creadas.

Por esta razón, te motivo a vivir en el temor del Señor todos los días de tu vida. Esto no significa que nunca fallaremos, porque somos pecadoras, pero cuando fallemos, abogado fiel encontraremos en Él.
“Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo.” 1 Juan 2:1
Un buen ejemplo lo encontramos en el libro de Josué, capítulo 2. Allí Dios vemos a Rahab, una mujer ramera que muestra temor al Dios de Israel y decide esconder a los espías que fueron a examinar la tierra de Jericó. Dios guarda su vida y la de toda su familia de la destrucción de la ciudad y, más tarde, a pesar de ella ser una extranjera y aun habiendo sido ramera, es honrada por Dios al ser mencionada junto a los héroes de la fe, en Hebreos 11:31. Su historia nos enseña que no importa tu pasado, si decides amar y honrar a Dios, Él te recibe con los brazos abiertos.
El temor a Dios nos llevará a ser mujeres que viven reconociendo que cada segundo de nuestras vidas está “coram Deo”, es decir, delante de Su presencia. Nuestra meta principal es serle fiel a Él y todo lo demás es secundario. Una mujer que vive así será alabada, no porque ella sea especial sino porque el Dios para quien ha decidido vivir es grande, asombroso y digno de adorar.
«Enséñame, oh Señor, tu camino; andaré en tu verdad; unifica mi corazón para que tema tu nombre.” Salmo 86:11