Una de las artes marciales más populares del mundo es el Karate. Destaca por su técnica, filosofía y su sistema de grados, representado a través de cinturones de distintos colores. Usualmente para nosotros los que no hemos practicado dicho arte, recordamos el de color blanco y el negro, pero hay 5 niveles o más entre estos dos, que simbolizan el progreso y desarrollo de un karateka.
Es impresionante ver que el momento de atarse el obi (cinturón), es fundamental al prepararse para cada entrenamiento, y eventualmente, para lograr cambiar de cinturón el alumno debe someterse a una evaluación que incluye la demostración de habilidades técnicas, conocimientos teóricos y a menudo aspectos de conducta.
Esto me recordó a quien catalogaría como un sensei experimentado ubicado en el Nuevo Testamento, entrenando a sus alumnos con cinto blanco, con las siguientes palabras en (1 Pedro 1:13-17):
Por tanto, preparen su entendimiento para la acción. Sean sóbrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes tenían en su ignorancia, sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir. Porque escrito está: «Sean santos, porque Yo soy santo».
Los cristianos, como en el karate, necesitamos aprender principios que nos ayudarán a avanzar en nuestro caminar, en cualquier temporada de la vida en la que estemos.
Preparados para la acción
Pedro compartió los versos anteriores en su primera carta a los cristianos, a esos peregrinos y extranjeros que saben que esta tierra no es su hogar final, los elegidos de Dios (v 1-2). Dejando ver que la santidad del creyente es su mayor responsabilidad, luego de conocer a Cristo como Su Salvador y Señor. Pedro animando a los hermanos, nos dice el buen final que nos espera; la salvación completa de nuestra alma, la herencia incorruptible, inmaculada, que no se marchitará, reservada en los cielos (v 3-4). Él nos asegura que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe, sin embargo, deja entre dicho que en el camino esa fe será sometida a prueba, que seremos afligidos si es necesario (v 5-9).
A veces, como cristianos, podemos sentir que solo nos queda repasar las promesas de Dios mientras recibimos las dificultades que vendrán. Sin embargo, en el versículo 13 del capítulo 1 de esta carta, se nos exhorta a accionar al «ceñir los lomos de nuestro entendimiento, sed sobrios…”. Esta expresión, que equivale a ¨remangarse¨, hace referencia a una práctica común en Oriente, donde las personas, al prepararse para correr, viajar o trabajar, recogían su ropa larga suelta con un cinto o faja para evitar que les estorbara.
De manera figurada, el apóstol nos llama a prepararnos. Nos llama recoger y someter nuestros pensamientos y emociones desordenadas, así como actividades que puedan distraernos o entorpecer nuestro progreso hacia la meta celestial de nuestra santidad. Ser disciplinadas en nuestro espíritu con una mente clara y juicio sano no es una opción para nosotras, más bien debemos prepararnos para la acción.
El Dojo
Un frio día de enero, un joven decidió que quería aprender un arte marcial como propósito de año. El primer día de clases, al entrar, notó una frase escrita en la pared que decía: «El dojo es el espejo de tu vida». Intrigado, decidió preguntarle a su sensei qué significaba.
El maestro, con paciencia, le explicó: Un dojo es más que un simple espacio físico donde aprendemos movimientos en clase; es el lugar donde se aprende y se recorre el «camino» de la disciplina marcial, donde dejamos nuestras excusas afuera y nos enfocamos en ser mejores que ayer.
El joven reflexionó sobre esas palabras y comprendió que el dojo era una representación del compromiso que debía tener consigo mismo en pulir no solo su técnica, sino su carácter.
Cuando llegó el siguiente año, ya no era el mismo joven que había entrado al dojo. Había aprendido que el verdadero cambio no sucede de la noche a la mañana, que su resolución no era aprender karate, sino sobre convertir cada día de su vida en un dojo: un lugar donde practicar la paciencia, la disciplina y el crecimiento. Ya no se trataba de cumplir metas, sino sobre vivir con propósito, dentro y fuera del tatami (colchoneta).
Así como ese joven, nosotras también tenemos un lugar de entrenamiento; aquí en esta tierra en la que somos peregrinas, pero al mismo tiempo embajadoras de su reino en nuestra comunidad. También incluye este tiempo de la historia en el que nos ha puesto el Señor, desempeñando nuestros distintos roles ya sea como hijas, alumnas, empleadas, líderes, esposas, madres o abuelas. Este es el tiempo y lugar donde pulimos nuestro carácter y crecemos en santidad.
Y qué bueno que Pedro nos sigue instruyendo puntualmente, en cómo colaborar con esa santidad que ya se nos ha concedido pero que debemos demostrar al mundo en obediencia a Él. En el verso 14 y 15 de su carta, Pedro nos comparte 3 recordatorios que nos pueden ayudar en nuestro camino a la santidad. Él nos da una advertencia, una exhortación y una confirmación:
- Rechazar el molde del mundo, del cual éramos parte cuando teníamos una vida gobernada por nuestros malos deseos v.14. (Advertencia)
- La santidad no culmina con el perdón de nuestros pecados, sino que continua con una vida activa de oposición y resistencia al pecado, el creyente debe luchar, con cinto incluido, por vivir en obediencia a Dios, demostrando así el verdadero significado de la palabra ¨Santo¨ v.16. (Confirmación)
- Entregarse con devoción a Dios v.15. (Exhortación)
El llamado a vivir de manera piadosa hasta el final de nuestras vidas, en santidad y con devoción, solo encuentra sentido cuando se compara con el precio pagado por nuestra redención; la Sangre de Jesús. Tenemos esperanza en El y eso es suficiente.
¡Atemos nuestros cintos para la acción en este nuevo año!
Referencias: Comentario Virtual de la Biblia Continental RVR60; Sermón La vida transformada del cristiano, Ps Jorge Freites, 2014