Te casas con mucha ilusión y expectativas, y luego, en algún momento, llegan los hijos. Con ellos también surgen cientos de preguntas e inquietudes en nuestra mente, para las cuales, con frecuencia, no encontramos respuestas. Deseamos criar a nuestros hijos de una manera que agrade a Dios; anhelamos que, desde temprana edad, puedan entender y creer en Jesucristo como su Salvador, y que su carácter refleje las virtudes de Cristo. Sin embargo, muchas veces no sabemos qué hacer ni cómo hacerlo, y nos encontramos actuando según lo mejor que conocemos, sin haber consultado al Dios que los creó.
Vivimos en un tiempo en el que el concepto bíblico de familia ha sido desvirtuado. Tener hijos suele percibirse como una carga o un impedimento para alcanzar metas y aspiraciones personales. Sin embargo, la Biblia, que es la Palabra de Dios, contiene los principios de verdad sobre este tema.
En el libro de Génesis leemos el relato de la creación y el primer mandato que Dios da a Adán y a Eva:
«Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28, RVR1960).
Multiplicarnos, crecer en número como seres humanos, tener hijos, es parte del mandato cultural.
El Salmo 127:3 nos enseña cuál es el valor de cada uno de esos pequeños que Dios nos da por un tiempo:
«He aquí, herencia de Jehová son los hijos, cosa de estima, el fruto del vientre» (Salmo 127:3, RVR1960).
Cada hijo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Independientemente de sus calificaciones escolares, sus logros o fracasos en los deportes, de cuánto ayude o no en casa, o de qué tanto obedezca a sus padres, ese hijo ¡es un regalo del Señor para sus padres!
Entonces, ¿dónde encontramos la sabiduría necesaria para criarlos y educarlos con rectitud, de modo que puedan seguir el camino de la Verdad?
El propósito primordial de la crianza de nuestros hijos es que conozcan al Dios verdadero y a Jesucristo, a quien Él envió (Juan 17:3). Los padres son los primeros responsables de educar e instruir a sus hijos (Deuteronomio 6:1-9; Proverbios 6:20, 22:6, 23:22, entre otros). La educación se basa en relaciones, por lo que es necesario que los padres dediquen tiempo para compartir con sus hijos.
Los padres son los primeros modelos para sus hijos. De ellos aprenden las primeras palabras, imitan su carácter, su forma de relacionarse con otros, de servir, de amar o de rechazar.
¿Podríamos decirles a nuestros hijos lo mismo que Pablo dijo a los creyentes de Corinto?
«Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Corintios 11:1, NBLA).
Tener hijos y criarlos en los caminos del Señor es un gran reto y una enorme responsabilidad, pero en la Escritura encontramos esperanza. En la carta de Santiago hallamos un consejo clave para la crianza:
«Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5, LBLA).
¿Y qué es esa sabiduría?
«El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza» (Proverbios 1:7, RVR1960).
Si en este momento te encuentras criando a un hijo que parece difícil, o a un adolescente rebelde; si te sientes agotada y piensas que ya no hay nada más que hacer, te animo a que ores por él, y confíes y descanses en el Dios en quien has creído, quien te dice:
«Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos» (Salmos 32:8, RVR1960).