“Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades,
¿Quién, oh, Señor, ¿podría permanecer? Pero en Ti hay perdón,
Para que seas temido.”
Salmo 130:3-4
Leo estos versos y mi corazón se inclina delante de nuestro Señor en gratitud y adoración ante Aquel que ha hecho posible nuestra realidad en Él: la seguridad de poder permanecer hasta el final, porque no depende de mí sino de Él. Leo estos versículos y una exclamación sale de mi boca «¡El Bendito Evangelio!», y resuena en mi mente la expresión «pero en Ti hay perdón…». Estos dos versículos muestran tanto al hombre como a Dios; el pecado y el perdón.
Como diría Charles Spurgeon, “estos dos versículos contienen la suma de las Escrituras: Arrepentimiento y misericordia”.
Ciertamente la Palabra de Dios dice que nuestro Dios registra todos nuestros pecados, pero no para condenar a Sus hijos, pues si el Señor ejecutara justicia sobre todos, ni uno solo podría permanecer. Hay un solo camino tanto para el pecador culpable, como para el santo que ha pecado. Y este camino es Jesucristo.
Recordemos algunos aspectos del Evangelio:
- Cristo murió por nuestros pecados, porque era la única forma posible de salvar a los pecadores.
- Aunque Jesús no cometió pecado, por los nuestros, la ira de Dios fue derramada sobre Él en la cruz, porque en ese momento Él estaba siendo hecho pecado por causa nuestra. El castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por sus llagas fuimos nosotros curados (Isaías 53:5).
- Saber que Su obra de salvación fue perfecta y que cuando Jesús clamó en la cruz “Consumado es” estaba declarando con ello que la deuda había sido saldada, y que de ahí en adelante todo aquel que creyese en Él y en Su obra redentora sería librado por siempre de toda condenación y Dios el Padre aceptó el pago que Dios el Hijo efectuó en la cruz del Calvario.
- No podemos añadir nada a esa obra de salvación, ninguna obra de nuestra parte, ningún ritual, absolutamente nada. Es por Gracia, Pura Gracia.
Me gusta pensar que cuando Dios Padre mira hacia nosotros con esos ojos tan limpios que no puede ver el mal (Habacuc 1:13); un telar carmesí se extiende por encima de Su pueblo, por encima de mí, Su hija, y es lo que Él ve y es en lo que Él se agrada: el sacrificio de Su Hijo a favor nuestro.
En la mano del Rey de reyes y Señor de señores hay perdón gratuito, pleno, soberano. Es su prerrogativa el perdonar y se deleita en ejercerla. Es Su naturaleza ser misericordioso y Él mismo provee una solución para el pecado, para todos aquellos que confiesan sus pecados. Este perdón gratuito nos ata a un temor reverente. El temor de ser alejados de Su Presencia. De contristar a Su Santo Espíritu. De no discernir su guianza. De no estar en Su Voluntad.
Hay preguntas que surgen en la vida del creyente, en diferentes momentos o etapas de la carrera de la fe: Si soy perdonado, ¿por qué me siento culpable? ¿Por qué siento que no puedo acercarme al trono de la Gracia con libertad para encontrar allí el oportuno socorro? ¿Cómo puedo correr esta carrera con este peso que llevo a mis espaldas? ¿Podré permanecer delante del Señor?
El Tesoro de los Estados Unidos conserva algo que es llamado “Fondo de Conciencia”. Inició en 1811 cuando alguien anónimamente envió cinco dólares para aliviar su mente. Este fondo ha crecido mucho desde los días que James Madison fuera el 4to presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. La mayor contribución se recibió en 1980 superando los US$100,000.00. Actualmente el fondo supera los cinco millones de dólares. Las cifras llegan con su respectiva nota; esto es por impuestos no pagados, dinero que me devolvieron y no eran míos, pero me quedé con ellos, deuda a la telefónica no pagada, etc.
Esto nos habla del deseo de siempre querer hacer algo para aliviar nuestra conciencia y no entendemos que una vez que hemos recibido el perdón de Dios no nos queda más que aceptar el gratuito favor soberano hacia quien nada merece y que jamás puede ganarlo. Es recibir este perdón de manera absoluta. El hecho de ser aceptados por Dios, por gracia, está en total contraste con el intento de ganar Su favor por medio de las obras.
Ahora que Cristo vino, murió y satisfizo las exigencias del Padre con respecto al pecado, toda condenación que había sobre nuestras vidas fue destruida, “habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14). Todo lo que necesitamos es recibir por gracia el gratuito don de la vida eterna. Dios nos acepta graciosamente por causa de la muerte y resurrección de Su Hijo. Con este conocimiento viviremos libres del temor, de la culpa, de la vergüenza, de la derrota, sabiendo que abogado tenemos al pecar y arrepentirnos. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, Jesucristo el Justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Juan 1:9-2:2).
“Podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16), y venir delante del Señor sabiendo que le encontraremos y que seremos recibidos como un Padre recibe a su hijo. Podemos acercarnos con fe “porque sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan” (Hebreos 11:6).
De tal manera amada hermana, ya que has sido hecha totalmente libre, puedes con toda libertad decirte a ti misma gracias a Jesucristo puedo permanecer hasta el fin, confiadamente entrar a Su presencia y esperar que como a Esther me sea extendido el cetro del Rey.