¿Fuiste de las niñas que fueron al circo? Yo fui una, recuerdo de pequeña disfrutar de ver todos esos animales haciendo piruetas increíbles, sobre todo el elefante, un animal asombrosamente grande y con una prodigiosa memoria que les permite aprender y memorizar todo
Años más tarde entendí qué este tipo de eventos era abusivo, ya que antes y después del espectáculo ellos sufrían al estar enjaulados y recibir un trato muy duro de parte de los cuidadores. De hecho, de ahí surge “El síndrome del elefante encadenado” ya que al ser muy sensibles, su memoria les ayuda a recordar lo bueno y también lo malo, como por ejemplo que cuando son bebes, en los circos le ponen una diminuta cadena que los mantiene pegados a una estaca, cosa que luego cuando son grandes y ya pueden permanecer libres, no olvidan y aunque tienen toda la fuerza para moverse y escapar, no lo hacen.
A menudo solemos padecer del mismo síndrome, tenemos una memoria que no olvida y que nos mantiene atado a la cadena del pecado, es por eso que hoy revisaremos Colosenses 1:13-14 que dice “Él(Dios) nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados”. A veces no nos damos cuenta de que cuando dejamos de perdonar estamos rodeados de cadenas invisibles qué construimos y nos hacemos prisioneros de nuestro pecado.
Prisioneros
Cuando Dios nos dice que “el hombre malvado queda preso por sus propios pecados; son cuerdas que lo atrapan y no lo sueltan” (Proverbios 5:22 NTV) no solo se refiere a pecados escandalosos como matar o robar, sino también a aquellos pecados respetables que nos encadenan. La ira, la amargura, la envidia, la venganza, el orgullo; son pecados que a veces los cristianos todavía practicamos silenciosamente y nos lleva eventualmente a no perdonar a otros en nuestras vidas y tomar el lugar de Dios como jueces.
En medio de un mundo en el que trabajamos con pecadores y existen los malentendidos, malas interpretaciones, heridas y sentimientos llegamos a ser como el elefante encadenado. Aun teniendo el poder (el Espíritu Santo en nosotros) para moverse del lugar donde está sufriendo, estamos todavía atados a esa cadena (ese pecado) que desde mucho tiempo (antes de venir a Cristo) nos domina y nos mantiene prisioneros, impidiéndonos vivir a plenitud la vida cristiana.
Cuando obedecemos al pecado y le servimos, esclavos somos de él como dice Romanos 6 y comprender esta verdad nos hace entender nuestra necesidad de Cristo cada día para ser librados de nosotros mismos.
Hay libertad en El
Una cárcel aunque esté limpia, ordenada o silenciosa no deja de privarnos de libertad y si nos hemos metido allí, hemos cerrado la celda y echado la llave muy lejos a través de no perdonar una ofensa, tener un “odio justificado” y solo otorgar el perdón a algunos, justo ahí es momento de reflexionar sobre lo que Él ya ha hecho por nosotros. “Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13) Seamos esclavos de la obediencia en Su Reino y viviremos en libertad.
“En Él es en quien tenemos redención, el perdón de pecados”. (Colosenses 1:43) En Cristo ya tenemos lo suficiente para obtener la victoria sobre nuestro pecado, y nos corresponde vivir con esa verdad en mente y accionar conforme a eso. ¿Cómo? Siendo imitadores de Cristo en toda nuestra manera de vivir y reflejarlo a los demás.
Si somos seguidores de un Dios amoroso, misericordioso y perdonador que se encarnó en la persona de Jesús para deshacer las obras del enemigos y hacernos verdaderamente libre, así debe ser nuestro corazón, con amor, misericordia y perdón desbordante para el prójimo. (Efesios 4:32) ¿Difícil? Claro que sí, pero es del mismo Dios de quien recibimos la fortaleza para avanzar y vencer en su nombre. Él nunca nos prometió un camino fácil, sino una gran recompensa que vale la pena, el esfuerzo y el precio de cubrir una ofensa.
No seamos como uno de los dos judíos que salieron libres del campo de concentración, y se volvieron a encontrar años después diciéndose – ¿Tú perdonaste a los nazis todos sus maltratos, sus abusos y sus torturas? – Sí, hace tiempo los perdoné todo eso para mí ya pasó y ahora estoy en paz dijo el. – Pues yo no, todavía los odio con toda mi alma- dijo su amigo. – ¡Qué lástima! Todavía te tienen prisionero dijo el hombre.
Te invito a pensar si tienes a alguien que debes perdonar. Hazlo de corazón lo antes posible, rompe esa cadena que te has colocado tu misma y vive la vida cristiana en libertad porque Somos perdonadas para perdonar. “soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes” (Colosenses 3:13).
Debemos dejar el juicio en manos de Dios. “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo…El (Dios) pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2:2,6)
- Tendremos paz entregando la situación a Dios. “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:5-7)
- Aunque sea difícil, hay que perdonar. “Porque si amáis a los que os aman, ¿que recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿que hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. (Mateo 5:46-48).