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Mujer de influencia: luz en tu comunidad 

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Una conocida historia cuenta que, una mañana, después de una fuerte tormenta, una joven caminaba por la playa. A lo lejos ve a una anciana que recogía estrellas de mar varadas en la arena y las arrojaba de vuelta al océano, una a una.   

Curiosa se acerca y le pregunta:  

—¿Por qué hace eso, habiendo tantas estrellas de mar en la orilla, y si las olas las continúan  lanzando de vuelta a la arena? ¿Valdrá la pena? 

La anciana, sonriendo, mira a la joven y exclama:  

—¡Para esta, valió la pena! 

El mundo vende que una persona influyente es aquella que habla a multitudes, que tiene numerosos seguidores y que, por lo que hace, muchos son transformados por su mensaje. Con vergüenza debo admitir que yo misma había hecho mías esas ideas, y que en mi corazón albergaba, quizás de manera silenciosa, que esa era la forma de alcanzar a muchas. Pronto me di cuenta de que las cosas del reino de los cielos son como ver en un espejo: vemos todo al revés. 

Al abrazar la fe, nos damos cuenta de que muchas de nuestras creencias son erróneas.  La verdadera influencia se construye en lo sencillo, en esas pequeñas acciones que muchas veces nadie ve, pero que pueden cambiar y transformar el mundo de alguien: una palabra de aliento, un consejo sabio, un oído presto a escuchar con compasión, una palabra de fe o una oración.  Solo hay que leer los Evangelios y observar a Jesús. Él mismo se relacionó con personas una a una; una vida a la vez. Cada encuentro fue personal, transformador y eterno. 

Una mujer de influencia no es solo aquella que ocupa una posición visible o de liderazgo, sino aquella que impacta positivamente la vida de otros a través de su carácter, acciones y propósito. Es aquella que entiende que cada acto tiene valor eterno. 

Dios mide la influencia por la fidelidad, por el impacto, no por la cantidad. La verdadera influencia comienza cuando afectas positivamente la vida de una persona. Como la anciana en la playa: una estrella de mar a la vez, una persona a la vez.  Eso es, en el reino de Dios, una vida verdaderamente influyente. 

Hay una mujer llamada Febe, conocida por un hombre de una integridad probada: el apóstol Pablo. Él mismo testifica de ella en Romanos 16:1-2 (NTV):  

«Les encomiendo a nuestra hermana Febe, quien es diaconisa de la iglesia en Cencrea. Recíbanla en el Señor como digna de honra en el pueblo de Dios. Ayúdenla en todo lo que necesite, porque ella ha sido de ayuda para muchos, especialmente para mí». 

Ella era una mujer de influencia. Diaconisa (servidora, sierva) de la iglesia de Cencrea, un puerto cercano a Corinto. Febe no predicó en plazas ni escribió epístolas, pero su fidelidad silenciosa edifico iglesias. Fue un puente entre el apóstol Pablo y otras congregaciones. Era generosa, valiente y confiable. Totalmente segura de que su identidad estaba en Dios; su seguridad y dirección provenían de Él. Fue instrumento para difundir la Palabra.  

El apóstol Pablo no solo la menciona con respeto, sino que la encomienda como portadora de una de las cartas más importantes del Nuevo Testamento: la carta a los Romanos, y pide que la reciban como «digna», digna de que la misma Palabra de Dios testifique de ella.  

Una mujer digna edifica a quienes están a su alrededor: con sus palabras, su ejemplo y su servicio (cf. Proverbios 31:10-29). No necesita llamar la atención para ser influyente. Y la influencia de Febe ha permeado toda la Iglesia de Cristo. 

¿Qué lecciones nos deja ver Febe?  

  1. Nuestro servicio tiene valor eterno.  
     
    Quizás, en este momento, no estés sirviendo en alguna capacidad dentro de la iglesia —enseñando a mujeres más jóvenes o a nuevas creyentes—, ni tengas una tarea como la de Febe, de llevar un documento importante. Pero sigues siendo una mujer influyente, porque estás comprometida con el servicio. Todo lo que hacemos, ¡lo hacemos para el Señor!, y eso tiene un impacto eterno. 
  1. Una mujer influyente es confiable; busca la sabiduría para guiar. 
     
    Exhibe un carácter íntegro, comprometido y maduro en la fe. Por eso, no necesitamos un gran escenario para que Dios nos use poderosamente; solo necesitamos fidelidad y confianza en Él. 
     
  1. Una mujer influyente es generosa y servicial.   
     
    Su influencia tiene un solo propósito: glorificar a Dios. Es una mujer no solo de palabras, sino también de acción. Busca el bien común, no la autopromoción. 

Así como la anciana no pudo salvar a todas las estrellas de mar, nosotras tampoco podemos cambiarlo todo, pero sí podemos ser instrumentos en las manos de nuestro Señor para influenciar una vida a la vez. El alcance de esa influencia estará determinado por Él, hasta donde Él quiera llevarla, pues está en Sus manos.  

Jesús impactó multitudes, ¡sí! Pero nunca dejó de mirar al individuo: la mujer del flujo de sangre, la encorvada, la samaritana, María Magdalena… una a una, sus vidas fueron transformadas, y, desde entonces, se convirtieron en mujeres que influenciaron a muchos. 

Amada, ¿tienes alguna estrella varada a tu alrededor?  ¿A quién puedes levantar hoy con pequeñas acciones? Hacer cosas pequeñas no te limita.  A menudo, son esas pequeñas acciones las que tienen un impacto eterno. 

  Gloria a Dios si ha puesto delante de ti un auditorio donde puedas llegar a muchas al mismo tiempo. Si estás utilizando recursos que permiten que el mensaje del evangelio de Cristo esté rompiendo barreras y produciendo una transformación evidente en las vidas, ¡sigue adelante! Lo más importante es que esa influencia deje una huella firme en el reino de Dios. 

Oremos: 

Señor, ayúdame a ver el valor de lo pequeño y a no menospreciar lo que Tú has puesto en mis manos. Hazme sensible a las oportunidades diarias de influir con amor, verdad y servicio. Que la luz que has puesto en nosotras, tus hijas, alumbre, para que otros te glorifiquen a Ti.  

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. […] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:14,16, RVR1960). 

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Anny Mañón de Mirabal
Hija de Dios por Su gracia y misericordia inmerecida por casi 25 años. Casada con Justo Mirabal Díaz. Mamá de 3 y abuela de 5. Egresada del Instituto Integridad & Sabiduría. Miembro de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde sirve en el Cuerpo de Consejeros, en el equipo del Ministerio Discipulado Matrimonial y en el Ministerio de Mujeres Ezer.