“La ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, para que, así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:20-21).
Si hay algo que yo disfruto como hija de Dios, es ver la transformación que hace nuestro amado Padre Celestial en la vida de una persona; ver el obrar de Espíritu Santo moldeando una vida para hacerla cada vez más semejante a nuestro Señor Jesucristo, es impresionante y maravilloso. Ver cambios en una persona es ver la gloria de Dios, es asombrarse de Su poder transformador. Cuando vemos un antes y un después, suspiramos y pensamos, ¡Guao!, esto sólo lo pudo haber hecho el Señor, porque en sus fuerzas esta persona o nosotras mismas no hubiésemos podido cambiar.
Hoy quiero que veamos juntas, la vida de un hombre del nuevo pacto, a quien, de ser un perseguidor de los cristianos, el Señor lo convirtió en un siervo suyo, y me refiero al apóstol Pablo. Este fue un hombre en el que Dios se glorificó grandemente, pasó de ser alguien despiadado y sin misericordia a ser un hombre transformado por Dios, en un humilde servidor del Señor. En el libro “Pablo,” del autor Charles Swindoll, hablando de Pablo, él dice que “parecía más un terrorista que un devoto seguidor del judaísmo”, y a decir verdad, él no exagera, porque si leemos el capítulo 7 de Hechos, vemos a Esteban, un hombre lleno del Espíritu Santo, y cómo lo apedrean y lo matan; y en los primeros versículos del 8 (1 al 3),vemos que Pablo estaba de acuerdo con la muerte de Esteban, y además estaba causando estragos entre los cristianos, arrastrando a hombres y mujeres y metiéndolos en la cárcel, sin la más mínima compasión. A la verdad, que viendo el pasado de Pablo, quién podría tan siquiera imaginar que este hombre iba a ser un instrumento del Señor, siendo un hombre que atormentó y asesinó a cristianos, pero recordemos lo que dice la Palabra de Dios en Romanos 5:20-21: “La ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, para que, así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor.” Si bien Pabló pecó grandemente contra el Señor, la gracia de Dios sobre su vida fue mayor que sus pecados, ¡Guao! ¡Cuán grande es nuestro Dios! Un Dios bueno, misericordioso y lleno de gracia.
Siguiendo con la vida de Pablo, cuando vemos su pasado siendo Saulo de Tarso, la Biblia presenta una persona abominable, y lo cierto es, que no nos gusta ver lo que él fue, como que siempre nos enfocamos en que Dios lo transformó en un hombre que habló de la gracia del Señor, un hombre firme y de fe, pero es necesario que comparemos su antes y su después, pues eso nos hace ver la grandeza de nuestro Señor, y no sólo eso, sino que nos da esperanza a nosotras. ¿En qué sentido? En el sentido de que el Señor puede y quiere transformarnos a nosotras, de mujeres orgullosas a mujeres humildes, de rebeldes a mansas, de obstinadas a enseñables, de violentas a pacificas, de culpables a libres. Si analizamos el trasfondo de Pablo, es fácil pensar que él con esa vida que vivió aun ya siendo convertido por Cristo, se sintiera culpable, que no dejara de pensar en la muerte de un santo como Esteban, que sus pecados pasados lo atormentaran, pero no, por lo que leemos en la Palabra del Señor vemos un hombre libre, apoyado y dependiente de la gracia del Señor; no leemos de un hombre dándose latigazos continuamente o sintiéndose culpable por su pasado oscuro, sino un hombre lleno de gozo, de gracia y amor, para con Dios y los demás.
Pablo reconoció la gracia del Señor en su vida, él mismo lo dice: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Corintios 15:10 NVI). La “grandeza” (si se puede llamar así) de este hombre, radica precisamente en que él se apoyaba en la gracia del Señor y era consciente de la misma; en sus cartas él habla constantemente de esa gracia. Otro versículo que particularmente para mí es muy esperanzador es 2 Corintios 12:9: “Cada vez él me dijo: “Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad.” Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí” (NTV). Este versículo es liberador para mí; antes yo tenía mayor dificultad para mostrar mis debilidades, hoy por la gracia del Señor tengo menos apuro en mostrarlas, porque Pablo me recuerda que el poder de Cristo se perfecciona en mi debilidad, y no sólo eso, Su nombre es glorificado, porque si fuera alguien fuerte, todos pensarían que las cosas que hago las hago por esa fuerza, pero al no serlo, todos pueden darse cuenta que es Cristo en mí, haciendo lo que yo en mis fuerzas no podría hacer, y eso, trae gloria y honra a Dios. Volviendo a Pablo, al pensar en su pasado, y la transformación del Señor en su vida, no sé qué estarás pensando, pero en este momento, yo hice una pausa para dar gracias a Dios por su vida, porque la hermosa obra que Dios hizo con él me llena de esperanza y me consuela, al saber que, así como Él transformó a Pablo, también nos puede transformar a nosotras, que la buena obra que Él comenzó, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que nuestro amado Señor Jesucristo vuelva (Filipenses 1:6).
“Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio. Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia. Pero la gracia del Señor se derramó sobre mí con abundancia, junto con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús” (1 Timoteo 1:12-14) NVI. Pablo creyó en la gracia, fe y amor que hay en Jesucristo;siel Señor tuvo misericordia de Saulo de Tarso, y cambió una vida blasfema, violenta, insolente, incrédula y perseguidora, y convertirlo en Pablo, un hombre que no se encerró en la culpa, sino que se apoyó en la gracia del Señor, puede hacer cualquier cosa por ti y por mí, a la luz de lo que dice la Palabra del Señor, de que somos nuevas criaturas y de que las cosas viejas pasaron y de que todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17). ¿Te sigue atando la culpa por pecados del pasado?
Amada hermana, tal vez tú no tengas un pasado terrorista como el de Pablo, pero todas tenemos luces, sombras y oscuridad en nuestro pasado; si los pecados del pasado por los cuales le pediste perdón al Señor te siguen atormentando, pídele al Señor que examine tu corazón y te muestre si este tormento es por falta de arrepentimiento genuino, y si es así, pídele al Señor perdón y que te dé arrepentimiento verdadero. No importa lo grande de tu pecado, Jesús derramó sangre preciosa por ti en la cruz del calvario. Si al contrario, te has arrepentido de corazón, pero de vez en cuando sientes culpa, pídele al Padre que te haga libre de esa culpa, ya que no viene de Él, ya te arrepentiste, Él te perdonó y no sólo imputó esos pecados y los cargó a nuestro amado Se or Jesucristo, sino que también traspasó la justicia de Cristo a tu favor. Si Pablo pudo sentirse perdonado y en la gracia del Señor fue grandemente usado por Dios, tú también puedes ser libre, y vivir en esa novedad de vida, y ser usada para el propósito particular para lo cual te creó. No sigas culpándote por lo que Cristo ya te perdonó; ese tipo de culpa es una distracción del enemigo de las almas; si eres hija de Dios, él te va acusar, para que te entristezcas, para que la culpa te aleje del Señor, y no sigas creciendo en la libertad y plenitud a la que Cristo nos ha llamado, pero recuerda que ya no hay condenación para los que están en Cristo, y que Su gracia siempre será mayor que tu pecado. Hoy es buen día para dar gracias a Dios, por su perdón, ¡Sonríe! ¡Cristo te ama!